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lunes, 25 de junio de 2012

Maestros

EL ARTE ANTIGUO Y MEDIEVAL


El Mahabharata y el Ramayana relatan la conquista de la India por los arios y son de un valor comparable a la Ilíada y a la Odisea. Es que el pensamiento hindú ocupa un lugar destacado en la historia por la profundidad de sus formas.

La gloria verdadera de la India reside en haber sido la cuna más antigua y genial de la sabiduría.

¿En la India se arrojan, en la actualidad, los cadáveres al Ganges para enviarlos más pronto al paraíso?


En esa tierra de faquires y de cobras encantadas, donde herir a una animal se penaba con la muerte mientras se obligaba a la viuda a inmolarse junto al cadáver de su esposo, se cometían terribles abusos o extrañas formas de cumplir las leyes.

¿Qué significaba el "Sutti"? ¿Era la gloria o una costumbre?

La mujer, quien veía a su esposo fenecer en ese báratro, se veía despreciada, solitaria, su único refugio era la muerte. Elegía el holocausto en la pira y, excitada por los cánticos, aplausos y plegarias, subía al ara y se internaba junto al difunto purificados por las llamas.


Desde Kamakura, observaba a sus fieles la estatua de Buda (sabio) con sus quince metros de altura, sus ojos de oro y la frente de plata, como alma del Universo.

Su doctrina admitía el sistema de castas pero, despreocupado por las cosas de la vida, no le daba mayor importancia. Lo real para aquel hombre no radicaba en su origen o nacimiento, sino en llegar a ser "Budas" o sabios mediante la total indiferencia.

La salvación estaba en las reglas y verdades y la pobreza se enfrentaba a la falta de riqueza en conocimiento.


Aceptaban el budismo desde el comienzo, como reacción contra las injusticias sociales, basado en la búsqueda del "nirvana" ( grado total de indiferencia, cumbre de la perfección) mediante la supresión de todo deseo y la continua meditación.

La filosofía, la literatura, los cánticos...; esas llamas entre plegarias y aplausos eran la prueba cabal de una energía que cambiaría la humanidad: un legado imborrable.

Los hacedores dejaban su impronta, querían que en cada pueblo quedaran sus huellas, por eso levantaban sus obras; existía mucha competencia y rivalidad pero entendían, por la enseñanza de los ancestros, que su futuro estaba en mostrar sus habilidades para la cultura del mañana.


Cada motivo religioso accesible a las masas populares era un fin más de acercamiento o inquietud pero en ello se centraba el hombre con todo lo bueno y lo contrapuesto, con el exquisito gusto y su aspecto demoníaco, con sus debilidades más extremas y la fuerza de sus deberes y tradiciones.

En medio de su gran sensibilidad y ardorosa fantasía, y a pesar de sufrir invasiones con resignación fatalista, supieron entender el verdadero significado de la creación y su herencia. Sin embargo, viciaron sus conocimientos con supersticiones y ritos mágicos.


En la soledad, las figuras distorsionadas hablaban con la pureza de sus líneas para retratar los gestos y el interior de su amo y maestro. Aquel artista daba su alma a la desnudez frente a los ojos de sus detractores o de los que sabían competir.
Continuará


Luján Fraix
Ensayo sobre Historia del Arte.
2009