La última mujer (Cap I Fin de la Belle Époque-3ra parte)
‒Claro
que sí. Ya está decidido, pero antes de comenzar el tratamiento lo venimos a
invitar a un viaje. Todos juntos, felices. A Rebeca le hará bien y se sentirá
reconfortada después de sentir aires nuevos.
‒No.
Vayan ustedes que son jóvenes. ¿Para qué quieren un viejo al lado?
‒Te
amamos, papá. Queremos compartir contigo. Van a venir también unos amigos Carl
Bramson y Amy Carter Bramson.
‒No,
no, menos.
‒Vamos,
padre. No sea caprichoso. Si se lo ve bien de salud.
Mark
era austero consigo mismo; cuando estaba solo bebía ginebra para ocultar su
gusto por los vinos viejos. Aunque le gustaban los viajes, no había traspasado
la puerta desde hacía veinte años. En cambio, era tolerante con los demás y
admiraba, casi con envidia, la vitalidad y la energía que se desprendían de los
espíritus jóvenes. Carecía de ímpetu y de ese goce que provenía de la
relajación de los sentidos. Necesitaba, por una simple razón, permanecer
ocupado, activo y resuelto. Lo demás le aburría demasiado. Es que Sarah ya no
estaba y tenía que conformarse con la conversación de Violet, quien lo cuidaba
como una hija.
‒Debe
ir con Rebeca, señor Cooper.
‒¿Y
a ti quién te preguntó algo?
‒Vamos,
no se comporte como un viejecito malhumorado que sabe bien que no lo es.
Abandone un poco su fábrica de faros y llene de oxígeno esos pulmones.
‒Tú
qué sabes. Si voy es porque me lo pide Rebeca.
‒Así
me gusta, papá‒dijo ella y lo abrazó nuevamente.
‒¡Basta
de zalamerías! Seguro que me van a pedir dinero.
‒Claro‒respondieron
entre risas‒. Me dijeron que no tiene.
‒Pues, no‒contestó Mark Cooper tratando de parecer alegre cuando una nube de polvo le cubría el alma después de la noticia que acababan de darle. Si Rebeca se moría, él se iba con ella. Lo tenía decidido. Nada lo ataba a esta tierra donde para ser feliz bastaba con un poco. Los afectos eran su única fortuna. Sin ellos se convertiría en pordiosero.
El
siglo XX nacía auspicioso: había paz en el mundo y mil inventos recientes
(cinematógrafo, automóvil, teléfono, aeroplano…) inauguraban una era en la que
cualquier maravilla parecía posible.
Por
entonces los astilleros Harland and Wolff
construían para la empresa británica Ocean
Steam Navigation Company-más conocida como la White Star Line por la estrella blanca que usaba como símbolo-tres
grandes transatlánticos hermanos: el Olympic,
el Titanic y el Britanic, colosos que medían unas tres
cuadras de largo y dejaban chiquita a cualquier embarcación conocida hasta el
momento.
La
construcción del Titanic demandó
veintiséis meses. En él trabajaron más de once mil obreros que instalaron
diecinueve calderas, dos motores y la novísima turbina de vapor Parsons. El proceso fue un éxito: costó
la muerte de sólo dos operarios, cantidad ínfima para la época.
El
casco del transatlántico poseía un doble fondo y estaba dividido en dieciséis
compartimientos estancos que lo convertían en invulnerable, pues se calculaba
que, en caso de problemas, no se inundarían simultáneamente más de dos. Tan
seguros estaban del coloso que el viaje de pruebas duró sólo ocho horas.
Este
palacio flotante tenía diez niveles y
chimeneas del tamaño de una casa de tres pisos. Para arrastrar el ancla se
precisaron veinte caballos. En su interior funcionaba un hotel de lujo, dotado
de las comodidades que podía ofrecer la tecnología de la época: teatro, salón
de baile, camas con baldaquino, pileta cubierta, baños turcos, gimnasios,
restaurantes, accesibles para quienes dispusieran de doscientas veintidós
libras que costaban las suites de primera clase. Un pasajero de tercera se
podía ubicar en una cabina de cuatro camas por veintidós libras.
‒¿Titanic?‒preguntó Mark Cooper con
curiosidad.
‒Es
un coloso, un barco, que va a partir del puerto de Southampton el 10 de abril
próximo en su viaje inaugural.
‒No
es hermoso, papá. ¿Se imagina? Todos queremos estar presentes en esa travesía.
No podemos faltar, además me vendrá bien para enfrentar lo que me espera: meses
difíciles.
‒No
me atrae demasiado; le tengo miedo al agua desde que era pequeño‒dijo Mark
dudando mientras se distraía con el diario de la mañana.
‒Estará
tan lejos del agua que ni la verá… Es enorme y alto. Lo vi en las fotografías.
Una embarcación nunca imaginada y preparada para no ser abatida jamás.
A
Mark Cooper le preocupaba la salud de Rebeca, el diagnóstico de su enfermedad
no permitía conjeturas ni distracciones, ni viajes estériles, ni tonterías de
cualquier tipo. Sabía lo que era la lucha cuando enfrentó la patología de su
esposa Sarah. No quería aturdirse con travesías absurdas y frívolas. Ellos eran
demasiado jóvenes y la edad no les permitía sentir miedos. Los viejos eran los
que acumulaban temores y soledad.
‒Mejor
me quedo y visito algunos médicos para ir ganando tiempo.
‒No.
Esto es una pausa para olvidar un poco y para poder disfrutar sin el
pensamiento rutinario y abrumador de todos los días.
‒Suegro,
es la oportunidad de estar juntos. ¿Comprende?‒comentó Wilson mirando con
tristeza a Mark. Insinuaba algo que él no comprendía en su totalidad pero que
presentía. Estar junto a Rebeca quizá por última vez.
‒Está
bien‒añadió con resistencia el anciano caballero para alegrar a su hija y para
unirse a esa dicha ficticia que no le agradaba y que no podía disfrazar por más
que fuera la travesía de su vida.
--LA ÚLTIMA MUJER--
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