Mayo
Mayo 1-día de los trabajadores.
Te fuiste sin pensar
En Argentina, ya existían modelos de vehículos más actualizados que el que patentó Carl Benz. Melanie y François no tardaron en adquirir un cadillac (1903) que no podía circular a más de catorce kilómetros por hora, con capota negra cuyo chirriar de grillo divertía a sus hijos y vecinos. Todos querían conducir el nuevo aparato que parecía ser un robot sin gobierno; sin embargo, no era fácil moverlo de su sitio.
La calle parecía más atractiva mirada desde arriba de ese
sofisticado auto que podía andar mucho tiempo sin cansarse. Los matungos
cansinos que tiraban de coches y carros miraban con su rostro moreno ese tranco
sencillo y lo veían, quizá, como a un príncipe que se llevaba el encanto de la
concurrencia. La gente pensaba que jamás se pondría de moda porque era un
artículo de lujo para algunos que no sabían en qué gastar el dinero.
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Puerto soledad
“Ojalá Dios tenga piedad de sus almas porque en el sur no hubo misericordia. Hubiera querido ser Esteban Gómez a bordo del San Antón que pisó por primera vez las islas y haber muerto ya con el recuerdo de aquella hazaña.
No conocer al kelpers que me golpeó sin tener la culpa de la guerra. Esas miradas
eran feroces aun en el esfuerzo de mostrar la amabilidad inglesa a los intrusos que derribaban barreras para
modificar las costumbres de la taberna y el éxito con los dardos, el gusto por
la cerveza, la visión bucólica y la vida pastoril. Comentaban, en aquellos
tiempos, que la condesa Jeanne Becu Du Barry, que había reemplazado a la
Pompadour en el favoritismo de Luis XV, antes de ir a la guillotina, habría
confesado haber sido sobornada para convencer al rey sobre la conveniencia de
dejar las islas en manos de Inglaterra.”
Sobrevivir al presente
Buenas y Santas... Los hijos olvidados
Doña Emma había reunido a toda la familia en la sala
porque había tomado una determinación y se lo quería comunicar a todos. Entró
Remedios llevando el cesto de planchado y la patrona le clavó la mirada.
‒A ti también te interesa lo que voy a decir.
Quédate.
‒Como diga, usted.
Doña Emma, por un momento, cerró los ojos y volvió a
soñar con esa casa dulce y tibia, en la que la luz entraba por las flores
bordadas del visillo. Vio a su madre, siempre de negro por el fallecimiento de
su padre, con aquella sonrisa que era un pozo de lágrimas. Repasó su vida de
hija cuando formaba parte de esa familia y vivía a su amparo; aquella muerte
lenta de doña Rosario cuando se fue como una paloma que emprende sin ruido el
vuelo. Ella la amaba a pesar de que había sufrido mucho, pero no era consciente
de que estaba obrando con Felicitas de igual manera.
‒Quiero comunicarles a todos, especialmente a mi
hija, a quien adoro, que he decidido que nos iremos a Francia por un tiempo.
Eso nos hará bien a las dos, nos despejaremos de los problemas.
‒Yo no voy a ninguna parte‒dijo Felicitas
desesperada.
‒Ya está. No te casarás porque ya has humillado a la
familia Neder hasta el hartazgo pero tampoco nos quedaremos acá para que la
gente nos señale. Tú has perdido el sentido de la moral: primero Neder, luego
Pelayo y finalmente el capataz. ¡Qué descaro!
"El amor es el anhelo de salir de uno mismo". Charles Baudelaire.
En
silencio, preparó la carreta vieja y ató los bueyes. Parecía enojado con la
vida. No quería hacer semejante desaire a un hombre como el patrón. La culpa lo
martirizaba. Le escribió unas líneas como pudo porque sabía poco de escritura.
María también había dejado una esquela en su cuarto para sus padres, tratando
de explicarlo todo y pidiéndoles que no la buscaran porque al llegar a destino
se comunicaría con ellos.
María
y Braulio partieron esa misma tarde. Los esperaba un viaje muy largo. Por la
calleja polvorienta, abrasada por el sol, barrida por los surcos que dejaban
los lodazales, marchaba aquel carro con su sepulcral condena y ese miedo que
brotaba de los ojos de María cuando escuchaba algún ruido. Temía que la
estuvieran siguiendo en alguna diligencia más veloz. Braulio sabía que en lo
extenso de aquellos caminos estaban las postas
para descansar y cambiar los caballos o bueyes.
Diseminadas
en la soledad del territorio, expuestas a los ataques, destruidas cien veces y
levantadas otras cien, las postas fueron
como semillas de las nuevas poblaciones.
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Aluen (luz de luna)
Entre las sombras de los pasillos y las habitaciones
casi vacías de la iglesia, una respiración entrecortada detrás de un
sentimiento de absoluta indiferencia, parecía merodear en busca de noticias.
Era la bruma que no se dejaba ver, el vigía de almas y de cuerpos, el que
quería absorber la sabia resurrección de alguien que le pertenecía y que no
podía tener a su lado.
El tiempo volaba como las aves en el sur, entre los
pocos árboles y la vegetación austera. Había demasiado odio escondido en los
fogones y deseos de arremeter con la paz. Eran años bravíos de nacimientos y
muertes, cuando los días parecían siglos y había que amarrarse a las cosas
simples de la vida para no morir de angustia ante la falta de proyectos o de
futuros. El mañana era sólo una palabra, se vivía el presente con la convicción
de que en la madrugada otro gallo podría dejar de cantar. Nadie quería curar lo
negativo de lo impredecible porque estaban condenados a mirar el mismo cielo
hasta agotar las fuerzas y hasta llegar a ancianos sin saber los reveses del
destino.
El padre Hilario lo sabía y le temía a la muerte, a
pesar de ser un religioso; necesitaba quedarse de este lado del camino, aunque
pisara tierra seca y estéril. Quería abrigar a Pedrito, verlo crecer, jugar con
él y abrazarlo. No era posible ni en sus
oraciones y eso lo debilitaba dejándolo confundido, con la cabeza como una
piedra y el cuerpo tieso cargado de morrales.
“Será el reuma”, pensó cuando se levantó despacio
del reclinatorio y sintió un pinchazo, como de aguja, en la cintura. Luego vino
alguien y lo arrastró hasta el cuarto, lo encerró con llave y, antes de
escapar, revisó todas las habitaciones. Esa sombra antiquísima buscaba a
alguien que no pudo hallar; tenía el pelo suelto y parecía loca.
*
ALUEN (luz de luna)
Biblioteca "Rafael Obligado" (Buenos Aires)
"La última mujer"
--Mercado Libre-Argentina.
--Autores de Argentina
https://autoresdeargentina.com/la-ultima-mujer-lujan-fraix/
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Hellen, escribe...
Aquella noche, la
primera después que regresé de la guerra, entró un murciélago en el cuarto por
la puerta que daba al balcón y desde el que contemplaba la ciudad de Buenos
Aires. La habitación estaba a oscuras, con una débil luz que se filtraba por la
persiana. Yo no le tenía miedo, me quedé muy quieto. Se levantó viento y me
pareció oír a los hombres de la defensa antiaérea hablando sobre el tejado
vecino. Estaba refrescando y se ponían los abrigos. Durante la noche estuve
intranquilo pensando que alguien podría sorprenderme, era el horror todavía
latente. Mamá decía que todos dormían y trató de calmarme. Me acarició para que
pudiera conciliar el sueño. Eso me daba tanta quietud. Las madres transmiten
paz. Cuando desperté, por la mañana, me asusté, pero ella vino con unas
galletas y una taza de chocolate. Tenía hambre. Armandito me miraba en silencio
desde la puerta. Sé que quería correr a darme abrazos y besos, pero mamá le
dijo que no me molestara y que ya tendría tiempo para demostrarme todo el amor
que sentía.
Cuando salió el sol, yo
tenía el termómetro en la boca y se aspiraba el olor a rocío de los tejados. Me
sentía aturdido por la fiebre repentina y por un zumbido que se colaba por mi
oído izquierdo. La pesadilla quería quedarse entre mis huesos para someterme
una vez más, pero no pudo. Igual me quedé en la cama, me sentía solo, pero
estaba seguro, en casa, con mis padres. Todo había terminado. Ya no más
fusiles, ni bengalas, ni gritos, ni bombas. Adiós a Hellen también…
De repente, alguien
avanzó por el pasillo y se detuvo frente a mi cuarto. Era el cura. Allí estaba,
pequeño, con su cara morena y me miraba lleno de compasión.
−¡No! –grité y luego me
desmayé.
*
Tu sillón vacío. La Revolución de Mayo -1810
"Si tienes la paciencia de la tierra, la pureza del agua y la justicia del viento, entonces eres libre."
Un abrazo tan fuerte que te rompa los miedos
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Sobrevivirás...
Rebeldía adolescente
No
le importaba Raúl Neder; sin embargo, era necesario que buscara fuerzas para
defender sus ideas y sentimientos frente a lo impredecible. Sacó del armario
una antigua caja de bizcochos de Reims, en la que tenía la costumbre de guardar
las cartas, y al abrirla se escapó un olor a humedad y rosas marchitas. En el
fondo oculto entre los papeles de su madre, que nunca había mirado, había un
objeto, una miniatura; parecía ser un colgante indígena pintado a mano. Estaba
entre el revoltijo, mezclado con un antifaz, horquillas, mechones de pelo y un
papel amarillo que decía con una letra de infante: “nunca te olvidaré”. Nada
más.
“Qué
mal que escribía papá”, pensó Felicitas al instante.
*
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