Página Literaria de Gerardo Molina (profesor, poeta y escritor de Uruguay)
Gracias querido amigo. Un honor para mí, un detalle maravilloso de alguien sumamente generoso con los autores.
Página Literaria de Gerardo Molina (profesor, poeta y escritor de Uruguay)
Gracias querido amigo. Un honor para mí, un detalle maravilloso de alguien sumamente generoso con los autores.
Regalo tres ejemplares de mis novelas, los últimos que me quedan (en papel). Si son lectores de Argentina me pueden escribir a lujanfraix@hotmail.com
“Todos somos únicos, sólo que nunca como nos imaginamos".
---KATE MORTON
Ya era tarde, los diálogos estaban
rotos igual que la cadena de la vida y en ese espacio inmemorial no existía la
claridad del amor porque el quebranto latía más ardiente que nunca; había
regresado a velar los cuerpos guiados por las señales de un destino artífice y
manipulador.
La familia ya se había olvidado de
José porque estaban acostumbrados a despojarse de las cosas y de los seres, sin
inmutarse. Rocío les había enseñado a apagar la luz antes de tiempo.
José Rodríguez se hizo hombre de un
cachetazo sin esperar las disculpas porque Letizia ya no quiso vivir bajo su
mismo techo. En los galpones repletos de aserrín, donde el olor a cuero y a
madera húmeda lo mareaba, solía llorar de impotencia mientras fumaba un cigarrillo
atrás de otro. Parecía un adolescente famélico con cara de soldado y orejas de
murciélago. Estaba irreconocible. El idilio que tenía con la tierra hollada le
parecía estéril porque su pleito con el destino no le dejaba espacio para las
frivolidades. Sabía muy bien que castigaría su cuerpo hasta hacerlo sangrar
como si fuera su propio verdugo; él había cometido un delito pero no sabía
cual.
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−Me
siento tan infantil.
−No
–murmuró Paula y le dio un abrazo. Lo veía tan entregado que le daba inmensa
ternura. Ese amor que sentía por Hellen era tan intocable y puro que
seguramente le duraría toda la vida. La había idealizado demasiado,
transformándola en un ser lejano a lo terrenal, una especie de ángel sin vida
propia que besaba con labios fríos. La mujer estampa que aparecía y se ocultaba
dejando amor en sus ojos azules, plegarias en sus manos, y la inocencia cargada
de letanías. Era la misma bandera, una gaviota, el fervor, la mirada, el triste
viaje. ¿Dónde? Nadie lo sabía. Leonor se encargaría de averiguarlo si podía,
pero eso significaba esperar y Facundo tenía demasiada ansiedad. La impaciencia
que tendría que sepultar bajo tierra porque la vida estaba por venir y ese pasado
era sólo eso: ceniza.