Junio
Llega Junio, el invierno en el hemisferio sur.
El presente es solamente eso: mirar la vida a través de una ventana, el tiempo que se queda en una taza de té, en las páginas de un libro, en el ronroneo de tu gato... Todavía las hojas amarillas de los árboles abuelos me hablan con su dialecto acompasado y me traen sueños que no pierden las esperanzas.
Alguien se va a recoger estrellas, estamos desabrigados. La PAZ parece ser una palabra sorda, pero las burbujas de las sílabas le dan vida porque la desean, rozándola con la punta de los dedos.
Y yo sin vela ni timón, sin puerto.
El camino recorrido tiene historia que se vuela como los tantos afectos que perdí, pero estoy entera todavía gracias al sol que nace dentro.
Feliz Junio, cuídense.
💙
Un lugar donde vivir...
Recuerden que solamente dejo abierto los comentarios el primero de cada mes. Los quiero. Un abrazo grande.
Los soldados miran el cielo
LICIA. Hermana mía
Mamá
La vida en un minuto, de José Antonio Lucero
Cualquier vida puede cambiar en un minuto
En el invierno de 1943, Madrid se despereza entre las ruinas de la guerra. En los suburbios de la ciudad, Daniel esconde su verdadera identidad y, con ella, su pasado en el conflicto. En el otro Madrid, el de los cafés de tertulia y los escaparates de la calle Serrano, Julita empieza estudiar letras en la universidad y siente la necesidad de separarse del futuro que su familia siempre había prefijado para ella.
El minuto que tardan dos trenes en chocar
Unidos por la fuerza del destino, los dos jóvenes coincidirán en un largo viaje en el expreso desde Madrid hasta La Coruña, huyendo de lo que otros han planeado para ellos. Allí se conocerán y verán nacer su complicidad, sin saber que el tren está abocado a una catástrofe que cambiará sus vidas para siempre.
El minuto que tardan dos miradas en cruzarse
La vida en un minuto rescata un episodio tristemente desconocido de la posguerra, la tragedia de un choque ferroviario que se saldó con cientos de víctimas y que fue silenciado por la prensa del régimen franquista. Lo hace para mostrarnos que el amor y la vida, a veces, pueden nacer entre los escombros.
La vida en un minuto, de José Antonio Lucero
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Aluen (Cap I-Francisco de Vietma 3era parte)
Pedro
Medina, soldado del cuerpo de Artillería, quería desertar. Con el mayor sigilo
planeaba la partida. Tenía miedo porque era arriesgar demasiado y podía llegar,
si lo descubrían, a una sanción mayúscula. No quería pensarlo… Necesitaba
dinero que, obviamente, escaseaba. Sabía de un compañero que también quería
escapar ayudado por una mujer llamada Ana María Castellanos, pero no confiaba
demasiado en aquellos enredos y amoríos. Él era un hombre libre. Se mantuvo
agazapado esperando la caballada que le habían prometido a los dos, pero don
Francisco de Vietma se adelantó… Hizo detener a Ana María en su casa, quien se
dio cuenta de que había sido traicionada por algunos cómplices.
‒¡Usted
lo instigó a la fuga! Será condenada a dos años de prisión en Uruguay. En
Vietma no hay lugar para vagabundos y desertores y menos para mujeres que no
cumplen con sus deberes.
Pedro
supo que aquello era demasiado peligroso y decidió quedarse a merced de su
tropa, muy a disgusto, convencido de que era imposible alejarse de aquellos
lugares, ya que sería castigado por rebeldía. Pedro Medina se sentía abatido;
podría haber caído en el abismo de la traición, sin freno ni límite, bajo la
emboscada tendida por las confabulaciones de Ana María Castellanos y Bernardo
Patruller.
La
mujer estaba desesperada; se comentaba que quería morir sin aquel amor porque
Patruller sí alcanzó a huir. Se hablaba mucho de la horca y de otros castigos
porque la deslealtad era una condena que debía pagarse con la vida si así fuera
necesario.
¿Cómo
no se dio cuenta antes?
Sabía
que era difícil, pero no imposible. Patruller era de esas personas que
contagiaban el entusiasmo y el optimismo y, frente a las dudas y el
desconcierto, no le costaba nada a Pedro Medina intentar alcanzar la libertad.
Es que no sabía. Todavía no se había dado cuenta de lo que era capaz don
Francisco de Vietma. Ahora ya lo conocía y no quería enfrentarlo; estaba
dispuesto a obedecer aunque se le fuera la vida en ello. El destino lo obligaba
a permanecer a la vera de los días desorientado y febril.
Un
año después, las familias se multiplicaron y empezaron a ver el fruto de las
cosechas. En las fincas cavaban fosas o cuevas para defenderse de los ataques,
hacían guardia de noche para escuchar la llegada de algún malón. Las mujeres a
la par de los hombres trabajaban la tierra. Les suministraban arados y
manceras. Las madres cuidaban a sus hijos porque algunos nativos, rebeldes y
descontrolados, solían llevárselos después de quitarles los cueros de ovejas.
A
los aborígenes Patagones se los llamó maragatos.
Pero
fueron las mujeres quienes llevaron adelante la empresa del hogar cuando el
hombre se alejaba o se moría. Eran diestras para manejar el arado, llevarlo por
el surco guiado por el caballo y luego caminar leguas con el viento azotando
los cabellos y la piel curtida. El sacrificio de saber que, contra viento y
marea, tenían que salir adelante enfrentando todo tipo de obstáculos y las
inclemencias del tiempo. Aquellas mujeres fuertes eran ejemplo para varias
generaciones posteriores, las que vendrían a ocupar sus puestos.
Sabían
que debían defender la soberanía del sur con el temple acostumbrado, buscar
energía en las tareas diarias, hacer mucho y decir poco, lo necesario, y
convivir con el nativo tehuelche que solía ser esquivo, traicionero y
emprendedor de batallas.
El tiempo, artífice de las horas, caminaba a paso de gigante entre los ranchos de adobe y la ansiedad por encontrar el espacio para que el cansancio sólo fuera una demostración más de que estaban haciendo bien la tarea de colonizar. Los indios pensaban en invasiones y los veían como enemigos. El rencor los llevaba a reaccionar de manera negativa frente a esos blancos autoritarios y representantes de otros que sabían dictar leyes que no respetaban su autoridad. Era tarde ya para reclamos. Los colonizadores estaban instalados para formar familias futuras y caminar al lado, si era posible, sin miramientos.
Patagonia argentina |
Con
motivo de la guerra con Brasil y del bloqueo que mantenía con el río de la Plata,
Carmen de Patagones empezó a recibir el arribo de barcos. Comenzaron a circular
personas de todas las nacionalidades, dinero fácil, negros esclavos que iban
desde África hacia Brasil. Muchos de ellos fallecieron por las temperaturas
bajas y por haber sido abandonados a su suerte a orillas del río Negro.
La
situación cambió para aquel pequeño pueblo de casas de adobe que se dispersaba
alrededor del Fuerte. Junto al río, como acompañando su cauce, se hallaban las
familias españolas que por lo general y para que no hubiera demasiadas
complicaciones se casaban unos con otros sin importar el parentesco. Los indios
más entendidos se acercaban con la finalidad de comerciar sus productos,
especialmente pieles y plumas. Los negros los miraban de lejos y los
extranjeros con curiosidad. No confiaban en ellos, pero parecían haberse
adoctrinado con la cercanía de los nuevos habitantes. De todas maneras, no
dejaban de reaccionar ante alguna emboscada. El pueblo era demasiado pequeño y
aburrido, con algunas personas de dudosa integridad que llegaban desde Buenos
Aires. Lo cierto era que vivían a merced de los aborígenes, del viento que
traía algunos barcos, y de la gente que armaba historias muy inverosímiles para
subsistir.
El
desaliño de esa pobreza daba lástima y los pobladores se sentían solos y
desamparados, a veces ociosos, con el abrazo a medio camino y el deseo, casi
elemental, de huir en busca de otros horizontes más prósperos. Algunos ya
habían sembrado raíces en ese lánguido suelo que no querían abandonar y otros
como Pedro Medina, quien miraba el horizonte frente al mar, necesitaba oxígeno
porque todo le parecía hueco, fantasmal, sin pasión y sin sangre.
¿Por qué estaba allí? No lo sabía. Tal vez, era demasiado perezoso para arremeter con la vida.
La colonización de la Patagonia argentina
Los indios tehuelches
💚
--------------Pasión por la Historia: La Institutriz, María Antonieta, Secreto bien guardado, La llave de Sarah, Las seis esposas de Enrique VIII...
Aluen (Cap I-Francisco de Vietma 2da parte)
Un día, cuando menos lo
esperábamos, se presentó ante nosotros un hombre de figura gigantesca. Estaba
sobre la playa, casi desnudo, y cantaba y danzaba al mismo tiempo, echándose
arena sobre la cabeza… Al vernos, dio muestras de gran extrañeza y levantando
el dedo, quería decir que nos creía descendidos del cielo. El hombre era tan
grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura. De hermosa talla, su
cara era ancha y teñida de rojo, excepto los ojos, rodeados de un círculo
amarillo y dos trazos en forma de corazón en la mejilla… Pigafetta
“Viaje alrededor del mundo” (indio patagón)
La
india Teresa fue un personaje peculiar. Se unió a los españoles y los acompañó
a descifrar los enigmas de la Madre Tierra como robos y ataques.
Dos
mujeres blancas que permanecían en las tolderías por haber sido llevadas
cautivas, fueron rescatadas: Andrea Pérez y una niña Anastasia Santiesteban
quien había aprendido, por haber estado rodeada de indios, su idioma y sus
costumbres. Ella decidió quedarse en esas tierras porque sabía manejarse entre
los arbustos espinosos, el suelo agreste y el trato a veces cruel de los
nativos, quienes dominaban, con su carácter esquivo, las ideas poco
conciliadoras.
Anastasia
se quedó al cuidado de Francisco de Vietma; lo ayudó a confirmar sospechas
sobre las intenciones de los indígenas que solían acercarse a la casa de Vietma
para espiar sus movimientos: esa curiosidad que los alteraba y los confundía
porque no comprendían el manejo de los blancos a quienes le temían pero también
desafiaban… Estaban dispuestos a arremeter contra ellos; no tenían salida ni
escrúpulos. No se podía pedir cordura porque se hallaban exasperados.
Finalmente, Anastasia regresó a Buenos Aires.
Los
hombres empezaron a convivir con las indias. Llegaron a ser castigados y hasta
se convirtieron en seres indiferentes, fríos, sin sentimientos. Nacieron niños
de esas uniones que fueron más de una vez rechazados. Los soldados querían
escapar porque la vida era demasiado sacrificada, pero los pobladores también
sufrían carencias: no había arados ni bueyes, no tenían ropa y dormían en
cobertizos de juncos.
En
la región patagónica, azotada por los fuertes vientos, la vegetación arbórea
era achaparrada y los pastos duros.
En
el invierno, en las cercanías de río Negro, a sesenta u ochenta millas del mar,
donde el valle tenía más de nueve mil metros de anchura, era habitable
solamente en el lugar donde existía agua para el hombre y los animales y donde
la tierra producía algunos pastos y granos. Era nivelado y terminaba
abruptamente al pie del barranco en forma de alero sobre la meseta.
Pedro
acostumbraba salir todas las mañanas a caminar por el valle, tan pronto como
llegaba a lo alto se internaba en la espesura gris, y allí se sentía más solo y
alejado de toda mirada humana que parecía estar a mil kilómetros, en vez de a
diez que lo separaban del río y del valle escondido. Ese desierto que se
extendía hasta el infinito, nunca cruzado por el hombre y donde los animales
salvajes eran tan escasos que ni siquiera habían dejado algún sendero visible,
se le presentaba tan primitivo, solitario y lejano que, de morir allí, los
pájaros devorarían su cuerpo y sus huesos se blanquearían por el sol y el aire,
nadie hubiera hallado ni los restos, olvidándose de que alguien salió una
mañana y no volvió jamás.
Los
indios tuvieron protección que fue iniciada por Isabel La Católica.
Los
misioneros fueron sus grandes defensores, sobre todo el padre Las Casas y el
Papa Pablo III quien los declaró seres racionales a los que no se podían privar
de su libertad ni de propiedades o convertir a la esclavitud.
Los
aborígenes y sus familiares encontraron también toda clase de enseñanzas en las
Reducciones, tanto jesuíticas como franciscanas a partir de 1610.
Y
así los Tehuelches-llamados patagones por los españoles- de gran estatura y
robustez recorrían sus zonas y se alimentaban con mariscos y frutos del
algarrobo, fresas, papas silvestres, hongos y raíces. Vestían pieles, se
adornaban con plumas y se pintaban el cuerpo. Le gustaban la música y el baile,
pero eran muy belicosos.
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El mundo está cambiando y nadie podrá impedirlo. Una sociedad se resiste al fin de una época. Una mujer busca su propio destino.
Algunas novelas tienen el poder de reflejar la vida en todo su esplendor, trasladarnos a una época prodigiosa, captar el instante preciso en el que todo estaba a punto de cambiar. Esta es una de esas novelas.
Micaela es una joven maestra que llega a Comillas, uno de los pueblos más elegantes de la costa cántabra, en el verano de 1883. Allí conoce a Héctor Balboa, un indiano que acaba de regresar de Cuba tras amasar una gran fortuna y está construyendo una escuela para los hijos -y no las hijas- de los aldeanos. Micaela empieza entonces su batalla para que también las niñas puedan recibir la educación que merecen y necesitan, al tiempo que entre ella y Héctor va surgiendo una atracción capaz de derribar todas las barreras.
Ambientada a finales del siglo XIX, en un momento histórico decisivo y lleno de contrastes, Un destino propio nos habla de aquellas primeras mujeres valientes que se atrevieron a alzar la voz contra una sociedad que se negaba a escucharlas.
Un destino propio, de María Montesinos
💓
***************Pasión por la historia, mis novelas: LICIA, hermana mía, ALUEN, La nodriza esclava, PUERTO soledad, La abuela francesa, Buenas y Santas, La última mujer...
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1-FRANCISCO DE VIETMA
MADRE TIERRA
LOS TEHUELCHES
La
Madre Tierra sabía de ausencias, de olvidos y de historia.
Se
entregaba a los vientos que venían del mar hasta las costas. Muchos habían
intentado las conquistas, dejando sus deseos frustrados por el inhóspito
territorio de la Patagonia argentina.
El
llano se mostraba brumoso y vasto, tierra adentro, y dejaba entrever la
aspereza de ser un enemigo más, como sus fronteras salvajes. Aquellos hombres
parecían ser ajenos a la civilización, pero permanecían en ese suelo desafiando
las leyes divinas con la convicción, casi brutal, del odio simulado.
Llegaron
entonces otros hombres para enfrentar, a veces, con la vida a una civilización
distante y única. Se contaban de ellos mil relatos increíbles que dejaron de
serlo cuando los conquistadores y misioneros pisaron el suelo bendito.
¿Sabían
a quiénes tenían que enfrentarse?
Detrás
del fuego que vio Magallanes en el siglo XVI existían pueblos de indios
llamados yámanas y Alakalufes que comían cangrejos, hongos y raíces. No eran
tan irreales pero inspiraban respeto porque ése era el territorio tehuelche:
manso, ágil, con habilidades extremas para la caza. Los yámanas, en cambio,
recorrían las aguas en las canoas y pasaban las horas entre la realidad y el
silencio que consumían sus afamados deseos de permanecer a la sombra.
Cuando
llegaron los extraños habitantes de otros países, comenzó el miedo y la
acechanza, el desorden y la intolerancia. Dejaron de ser mansos para levantarse
en pie de guerra. Muchos murieron… Carlos III-rey de España- envió familias
para colonizar la Patagonia. En esas tierras casi no había mujeres y los
indios, al verlas, sintieron la curiosidad obvia a lo desconocido.
Los
abnegados misioneros intentaron la conquista espiritual de los indios de la
Patagonia. Estos pertenecían a la oleada de cazadores mayores. En su patrimonio
cultural no entraba la vida sedentaria. Difícil-casi imposible-era reunirlos en
misiones fijas para evangelizarlos.
Su
adhesión al sacerdote sólo podía consistir en una especie de recurso “al hombre
que sabe mucho”, sobre todo al hombre que sabía curar heridas, encender
rápidamente el fuego, proveer de cuchillos, telas y adornos. Terminado esto “el
hombre sabio” dejaba de ser útil y se lo asesinaba…
Esto
mismo sucedió con los misioneros.
Nicolás
Mascardi, después de haber tratado de enseñar el cristianismo entre los indios
de las actuales provincias de Neuquén y de Río Negro, fue asesinado en 1663.
Este religioso realizó la increíble hazaña de atravesar la Patagonia desde el
valle de los Vuriloches hasta Tierra del Fuego.
En
1779 con la misión de sostener la soberanía de España sobre la organización de
las ciudades, llegaron los hombres enviados por el rey Carlos III.
Francisco
de Vietma fundó a orillas del curu leuvu-río
Negro-en aborigen, la ciudad de Carmen de Patagones. En esa ardua tarea incluyó
a los indios, pero muchos decidieron huir porque Viedma era una persona
demasiado rígida y arbitraria que no respetaba la paga y la comida. Mezquino
como pocos.
Más
tarde, llegaron las familias pobladoras con todas las precauciones de empezar
una vida de sacrificio en un lugar hostil, pero con el deseo de superación y de
lucha. Eran cinco mujeres y dos niñas: veinte personas que se mezclaron
abruptamente con las indias y las cautivas.
Esos
nativos habían alcanzado el menor grado de evolución, viviendo de la caza y de
la pesca, de acuerdo a los lugares donde se encontraban. Su número era
relativamente escaso, pues la fauna de la región se caracterizaba por la
corpulencia de los ejemplares. Como eran nómadas, poco les costaba alejarse del
lugar que no les resultaba grato.
La colonización de la Patagonia argentina.
Los indios tehuelches.
Aluen. La colonización de la Patagonia argentina. Los indios tehuelches (Introducción)
SINOPSIS
-La colonización de La Patagonia
argentina-
-Los indios tehuelches-
Había una vez… una patria olvidada que se transformó en un
nuevo hogar para muchos aventureros del mar. Sabían de los vientos y del frío,
del peligro de enfrentarse a los pueblos indígenas, pero nada fue un obstáculo
para hallar un horizonte para sus hijos.
¿Quiénes habitaban esas tierras?
La historia de Aluen-india tehuelche-es el reflejo de la
lucha y la superación, de la soledad y del respeto por los ancestros.
Ella sufrió el acoso y tuvo valor, le robaron a un hijo y
encontró el amor en Pedro Medina en Fuerte del Carmen, un soldado del cuerpo de
Artillería.
Aluen fue víctima, pero desafió a su tío Namba, cacique
tehuelche, en busca de su hijo.
¿Cómo se actúa frente a una situación límite cuando todos los
que dicen quererte y prometen ayudarte, de repente, desaparecen?
Ella enfrentó a los colonizadores y a los hombres de su misma sangre.
¡Vencida jamás!
LA PATAGONIA ARGENTINA
INTRODUCCIÓN
Para
reafirmar sus derechos sobre las tierras de América, España envió sucesivas
expediciones al Nuevo Mundo. La tentación de la aventura, la ilusión de lo
desconocido, convirtieron así en improvisados colonos a muchos hombres que se
lanzaron a la conquista.
La
ocupación del extenso territorio americano se fue haciendo lentamente y muchas
veces al precio de la sangre derramada: de los europeos y de los nativos que no
querían ceder lo suyo.
Al mismo tiempo que los conquistadores, llegaron a América los sacerdotes católicos dispuestos a difundir los principios de la fe cristiana. En su misión evangelizadora, contribuyeron a iniciar a los aborígenes en el conocimiento de la lengua española, con la cual se suavizaron, en parte, las relaciones entre conquistadores e indios.
Los misioneros, pertenecientes en su mayoría a la orden de los jesuitas, establecieron en el Nuevo Mundo pequeñas poblaciones en las que vivían grupos de familias indígenas. Allí se enseñaba a los nativos a cultivar el suelo, a criar animales domésticos y también a desempeñarse en industrias sencillas como la alfarería, la curtiembre, el tejido, la orfebrería…
Con
los años otros fueron los navegantes que se arriesgaron a pisar el suelo
argentino.
La
opresión inglesa los empujó al mar en busca de un sitio donde cultivar
libremente su lengua, su religión y sus tradiciones. Alentados por un informe
del capitán Fitz Roy-aquél que espió las costas americanas en compañía de
Darwin-eligieron el valle inferior del río Chubut (corrupción de “Chupat”
nombre tehuelche).
El
grupo inicial llegó en 1865 a bordo del bergantín “Mimosa”. Lo integraban
ciento cincuenta hombres, mujeres y niños, provenientes de casi todos los
condados de Gales. Había desde picapedreros hasta maestros de escuela,
tipógrafos y farmacéuticos.
Con
estos pioneros arrancó la primera colonización perdurable de la Patagonia
argentina, tres lustros antes de la Conquista del Desierto, cuando los indios
dominaban el territorio y la población más austral era Carmen de Patagones.
Años después, el aporte de nuevos inmigrantes sumó cinco aldeas al primigenio
Trerawson (pueblo de Rawson-homenaje al ministro que apoyó la aventura) y llevó
la Nueva Gales del Sur hasta el país de los Andes.
Paleta de luz para el alma