Cacería de brujas

 


“Sus terrores crepusculares avanzaban ahora

en forma de monstruos que se arrastraban hacia la cama

y trepaban, dificultosamente, por la colcha…”

 

Horacio Quiroga

 

 

Alicia murió, por fin. La sirvienta, cuando entró al cuarto, después de deshacer la cama, sola ya, sintió en el pecho un temblor. Sobre los muebles había plumas, polvo de huesos y sedimentos de sangre.

Jordán, el esposo de Alicia, apagó las luces y dejó la sala a oscuras para que descansara de los susurros de aquel cuerpo vacío y marchito que, entre las sombras de la noche, se agigantaba como un millón de pájaros.

En la montaña, una mujer miraba una fotografía. El calor había recorrido su figura esclava y rejuvenecida de fiebre y la había abandonado con un estallido de fuego que luego se apagó lentamente. Ella se dio cuenta de que lo había hecho... La luz ya había perdido su fulgor.

El viento lloraba a través de la cortina de la choza y cubría su cara inerte frente al óxido de los ataúdes, cordones de zapatos tejidos con cabellos humanos, morteros y lámparas de aceite. Su risa era curiosa, tal vez irónica, en su boca sin dientes.

La batalla estaba ganada. Pensó que tendría que cavar un pozo para borrar las huellas.

Sin embargo, el mal vuelve a su raíz con abundancia y confusión para hacer justicia con las mismas armas.

Se escuchó el sonido de un trueno y el aire comenzó a soplar seguido por un rayo que partió la tierra.

‒¡Voy a emprender una difícil y larga travesía!‒gritó la mujer aterrada por el miedo a morir ante el castigo de los dioses.

El huracán azotó la vieja casa y volaron los objetos: libros de magia, colmillos de marfil, ollas negras con jarabes de hongos y la foto de Alicia castigada con elementos punzantes y agujas de acero.

El fuego incendió los recodos con hambre de venganza y la hechicera se dejó vencer en su cama bajo un edredón de plumas. Su propia fuerza interior, aquella que utilizó siempre para sus burbujeos con lava en la maraña de sus ritos, la dejó inerme y obligada a la postración sin poder defenderse.

Un minuto después, se produjo un silencio fantasmagórico que inundó las calles, enmudeció las voces y apagó los ecos de pasos en esa noche que moría de debilidad.

Jordán subió la escalera, fue hacia el dormitorio y miró por la ventana. Se percibía un olor tropical pero… había llegado el invierno al jardín de Alicia.


Fraixlujan

----Del Libro "Vera Violetta". Cuentos del día después...

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Los iluminados

 


La casa del artista en Croisset
 (Sena Marítimo, a pocos kilómetros de Rouen) 
A la izquierda, el pequeño pabellón a orillas del Sena.



Al artista le gusta la soledad porque lo salva…

Sabe cómo llegar a conquistar porque conoce el arte de la seducción. Puede ser bueno o malo, pero el  poder de “encantar” tiene que ser innato.

Se arriesga a que le escriban opiniones absurdas, irreales, crueles… Posee “espalda” para soportarlo porque no puede hacer otra cosa. A los grandes elogios los mira de costado, continúa… No quiere censuras pero las hay y muchas.

Se enfada con su amigo:

No seguimos ya el mismo camino, no navegamos ya en la misma nave. Yo no busco el puerto, sino la alta mar. Si naufrago, te eximo del duelo.

Mientras tanto, en su torre de marfil, vive consagrado a su única religión y a su política: el arte. Escribe metódica e incansablemente. Corrige, pule, cincela su prosa, mide sus frases con rigor.

Se sienta en su escritorio al caer la tarde, se levanta para la cena, vuelve a él para después de la comida y sigue labrando su obra.

Dicen que su ventana iluminada en la noche servía de faro para los marineros que navegaban por el Sena. Escribe con pluma de ganso, que va mojando en un tintero con forma de sapo.

Es Gustave Flaubert, autor de “Madame Bobary”

-

L.Fraix

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Nina y sus historias

 

LA ESCLAVA


Los cuartos oscuros y fríos, las palomas en lo alto del techo guardaban sus nidos para después, cuando pusieran los huevos otras palomas iguales y el ciclo de la vida continuara como si nada pasara… En la palmera muchas de ellas conversaban igual que viejas amigas. Aquella casona, que quedaba del otro lado de la magnolia, parecía contar demasiadas historias de próceres inmaculados esgrimiendo espadas y de doncellas con peinetas españolas.

“A los pies de usted”.

Los enrejados del frente parecían arabescos sagrados y el silencio se llevaba bien con los moradores. Eran muy amables, pero parecían no pertenecer a esa residencia austera y helada.

−-Ella te quiere mucho -−le dijo Alicia a Nina.

−-Sí, pero yo le tengo vergüenza.

−-¿Vergüenza? ¿Por qué? Tú eres una niña buena, linda, educada, estudiosa. ¿De qué tendrías vergüenza? Que yo sepa no hiciste nada malo.

−-No.

Nina sentía demasiado respeto por aquella casa y sus moradores. Le parecían irreales como los personajes de sus cuentos, y muchas veces imaginaba tanto que su cabeza parecía quedarse vacía.

“Es mejor vacía que llena de miedos”

Es que el castillo perturbador la invitaba a espiar por las ventanas y ver fantasmas adolescentes o niños que no podían escapar porque estaban cautivos. ¿De quién? De ellos que parecían tan buenos y cordiales. Por eso Nina les tenía tanto respeto.

Se asomaba detrás de la magnolia y entrecerraba los ojos para escuchar los murmullos de las palomas que la dejaban sorda porque eran miles y se multiplicaban… El vecino les tiraba con una escopeta y el dueño se enojaba. Discutían. Eran aves gitanas y sagradas para ellos. ¡Cuánto misterio! ¡Cuántos relatos en libros escondidos y bibliotecas enteras buscando lectores!

Ella siempre se sentaba en el parque; parecía princesa de cuentos: bella y angelical, dulce y cariñosa.

−-¡Qué niña más encantadora! -−le decía a Nina que desconfiaba, se retraía, se escondía…

¿En qué época vivían? ¿Eran reales o no?

Nina no dejaba de preguntar porque la intranquilizaba demasiado aquella situación: los muros, el perfume de alguna flor que crecía entre la hierba, los murmullos…

Un día, mientras estaba observando, vio barrer a una criada negra toda vestida de blanco con un turbante como había visto en las películas antiguas.

“Una esclava”, pensó y escapó para su casa. Nunca más volvió a vigilar la residencia de al lado. Era historia pura y se hallaba escrita en los libros.

*

L.Fraix
-----Del libro de cuentos: Nina y sus historias.

Aquello que no sabías...

 


Sobre el mantel donde reposaba la yerba y el mate, dormía la cabeza de Roque sobre un manto de sangre. La mirada del hombre se apagaba observando por la ventana una bandada de teros.

Lina, su mujer, yacía sobre la mesada de ladrillos centenarios que Roque había construido. Todavía sostenía la cuchara de madera con la que había revuelto la sopa de zapallo.

En medio de ambos, rígido, se hallaba parado un hombre vestido de gaucho con la cabeza envuelta en un gorro de lana y un pañuelo azul al cuello; llevaba una rastra con monedas y botas de potro.

Cristóbal se había disfrazado de hombre de campo, autóctono, fiel a las pampas, para que no pudieran reconocerlo.

Ellos eran sus padres adoptivos y él acababa de enterarse…

*
L.Fraix
(cuento)

Galatea

 

Esta aldea es como un imperio donde flotan los efluvios y dejan cada corazón a la intemperie; todo tiene valor hasta el desenfreno de correr por el camino de las pasiones.

Mi nombre es Galatea y nací en 1585.

Mi padre Miguel prometió llevarme muy lejos.

En este pueblo, sin jurisdicción propia, se idealiza la vida del campo rodeada de amigos y de las amadas de los poetas bajo el disfraz de pastores que cantan sus sentimientos.

Miro mi cabaña de estacas cubierta de ramas y paja. El portón está abandonado y las ventanas cerradas. Vacilo, y luego me interno en las habitaciones heladas. Se oyen voces de los cocheros que acaban de cenar en los refugios vecinos; mientras contemplo un puñado bellotas, pronuncio ante el auditorio un discurso sobre la Edad de Oro que mi padre me enseñó; sobre la época ideal en que la virtud, la inocencia y la bondad imperaban en todo el mundo.

Entre ellos están Grisóstomo y Marcela que son enamorados y cuidan su ganado; han venido a descansar, después de su ardua tarea, a mi choza humilde.

¡Qué grato es recorrer estos sembrados!

Añoro los rebaños, la hora de la siesta, el olor a llovizna y el caminar lento de los campesinos de comarca. No puedo evadirme de las centellas que me embriagan al igual que una borrachera con su dulzor. Está anocheciendo. Me duermo a los pies de un molino de viento en Campo de Criptana, Ciudad Real.

Al otro día, por la mañana, unos pasos me sobresaltan…

Son don Quijote y su escudero Sancho. Rocinante se estremece con el placer de unas jacas cuyos propietarios son unos arrieros yangüeses, naturales de Yanguas (Soria). Mis amigos están heridos, pero se marchan detrás de los hombres encamisados que llevan antorchas encendidas y que acompañan una litera vestida de luto.

Yo recorro los valles y sigo buscando a Miguel porque él sabe que todavía me queda camino por delante, pero me dicen que se halla encerrado en la Cueva de Medrano, en Argamasilla de Alba.

Estoy apesadumbrada, pero me reconforta la idea de descubrir el aire de la madrugada, ver las estrellas de cerca, galopar por caminos lejanos… Convertirme, de repente, en “Caballero de la triste figura” igual que don Quijote, en labrador que busca la perfección del cielo o en un español que rezonga ante las majaderías de otros.

La vastedad del edén me desorienta; me siento tan vagabunda en la oscuridad de la noche, y el ruido que produce el andar de los caballos me llena de miedo porque me imagino algo misterioso y sobrenatural.

 

Un día, despierto sobre la Sierra Morena donde hago penitencia y veo, desde los peñascos, que Ginés de Pasamonte le roba el asno a Sancho y me acuerdo de Dulcinea, la amada de don Quijote que espera un mensaje en el pueblo.

En las horas sucesivas, recorro las cumbres y varias doncellas me miran pasar. Junto al río Ebro hay un barco encantado y más allá el palacio de los Duques que, por su magnificencia y apego a las tradiciones, conserva elementos medievales.

Lloro por la frialdad de esta cárcel que no me permite defender la creación del escritor más grande de la literatura.

 *

Año 1616.

En una tertulia madrileña observo a Miguel junto a Lope de Vega; se elogian y se critican porque existe entre ellos una rivalidad notoria.

−¡Defended tu primera obra; sois el novelista más genial, no me condenéis a escuchar promesas…! –le grito.

Al tiempo, viejo y con poca vista, Miguel de Cervantes se enferma. Profesa con votos solemnes en la venerable Orden Tercera de San Francisco, recibe la extremaunción, dicta la dedicatoria de “El Persiles” y, después de cuatro días de agonía, fallece.

Es sepultado en el convento de las Trinidades descalzas de Madrid.

Yo, Galatea, vuelvo triste a la choza para culminar mis días pobre y humildemente como he vivido.

Sé que con los años nadie se acordará de mí.

L.Fraix
(cuento)

Los salones del bien amado

 


Bajo el reinado de Luis XVI, en París, surgió la moda de los salones y de las veladas brillantes. Las damas de gran fortuna recibían a los escritores, sabios y políticos: el siglo de las luces era también el de las relaciones y el de la mundanalidad.

Richard Walpon quería Janet Van Lue, una cantante de variedades sencilla, pero de gustos refinados. Ella adoraba el arte y las ciencias. Conocía los nombres del éxito porque ambicionaba llegar a la cima.

Richard era un anticuario, convertido en mensajero del corazón; escribía horóscopos en revistas para jovencitas. No sabía cómo seducir a Janet; para él resultaba inalcanzable.

Un día decidió poner fin al castigo de ese amor.

Citó a Janet en un lugar usurpando la personalidad del ilustre conde de Saint-Germain: hombre sabio y casanova que hablaba varias lenguas, químico y maestro para atraer a las mujeres. Hijo natural de la reina de España Marie-Anne de Neubourg, viuda de Carlos II y de un noble, el conde Melgar.

Cuando Janet supo de los requerimientos amorosos de una persona tan ilustre, no pudo entenderlo… Algo no estaba bien. Permaneció apabullada del asombro en su cuarto principesco. Procuró atestiguar la veracidad de los hechos que le respondieron afirmativamente.

¿Por qué ese hombre se interesaba por ella?

Seguramente, la iba a rechazar apenas la viera.

Tuvo una señal que le indicó el camino…

 

 

Richard la esperaba en la sala vestido de conde; su amor se alimentaba de osadía y de deseos. Janet no llegaba. El traje parecía una armadura que procuraba quedarse en su sitio, mientras él se retorcía como un anfibio en cautiverio. Estaba muy nervioso. La farsa lo obligaba a adoptar una conducta extraña. Cuando la mujer que esperaba se acercó era la marquesa de Pompadour, amiga de Luis XVI, de Voltaire y de Rousseau, dama de alta sociedad.

El impostor se olvidó de Janet al reconocer a esa fascinante mujer que se disculpaba por la tardanza; situación que no comprendía, pero que le agradaba… Ella era maravillosa. Richard no podía soportar su desvergonzado atrevimiento, pero continuaba con el plan, se enredaba y se confundía con el actor que llevaba dentro.

−-¿Me dijeron que le anunció a María Antonieta una inminente revolución? -–preguntó ella.

−-Afirmativamente, vengo del Tíbet… -−contestó Richard aturdido, disperso, ya que no conocía nada sobre la vida del conde.

No pensaba en su realidad que era una farsa; el sueño resultaba ser más intenso.

Janet Van Lue, debajo del vestido de marquesa, parecía una muñeca de cera.

*

L.Fraix

(cuento)

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Don Santos

 


El anciano va camino a las vías del ferrocarril.

Se detiene y mira a un lado y a otro en medio del surco, del campo arado.

De lejos, se oye el golpe de un hacha sobre el leño.

Don Santos piensa en el olmo viejo de su humilde casa. La pobreza desnuda las telas grises de arañas, y las voces queridas se van tras las lluvias del pasado.

Lleva en una mano una botella de vino y está ebrio.

Don Santos busca, con la mirada, las vías.

A su mundo se lo ha tragado la tierra y ve los montes azules, las cotorras haciendo los nidos y los brillantes rieles devorando matorrales.

Los caseríos están lejos, y los nubarrones blancos anuncian otra tormenta.

Se acomoda el sombrero y se sube los pantalones que lleva “a medio camino”. Se le nubla la vista, se desdibuja la senda.


¿Y la soledad de adentro?

Es la que él conoce desde que era niño.

El tren silba, humea… Detrás, tres molinos lo miran…

Don Santos no cree en el futuro porque lo abandonó y lo dejó parado en ese presente que, con astucia, lo empuja hacia el látigo final.

Se para frente a los rieles, la máquina está cerca.

“La fortaleza es una virtud”, alguien le dijo.

Ya no escucha, el corazón le late más fuerte; toma de la botella. Ya falta menos.

La formación pasa y deja una bocanada de humo.

Don Santos se quedó sin pelear su última batalla.

Todos perdemos.


 

−¡Despierte! –alguien le grita cuando el tren llega a destino.

El anciano aparece trepado sobre el mismo rostro de la locomotora: borracho, con sueño y hambre… con la botella de vino.


--L.Fraix (cuento)


Buenas y Santas... y Los siete dones-Autores Editores

 


Acabo de recibir mis libros desde la página de Colombia AUTORES EDITORES.
La verdad es que son hermosos y los puedo comprar para tenerlos en la biblioteca porque por Amazon me resulta imposible. Igual los impuestos en Argentina son muy caros.

Tienen un tamaño un poco más grande que el común porque me gustan más.
Se pueden comprar desde cualquier país, incluso una lectora lo hizo desde España.

AUTORES EDITORES

"Campo de trigo con cuervos", de Vincent van Gogh

 

"Campo de trigo con cuervos"
Vincent Van Gogh-1890-
Museo Van Gogh. Amsterdam


El 23 de julio de 1890, Vincent despachó la última carta. Ya tenía certeza sobre sus próximos pasos; terminó de pintar CAMPO DE TRIGO CON CUERVOS y compró el revólver que usaría cuatro días después.

"Me gustaría quizá escribirte sobre muchas cosas, pero en primer lugar se me fueron las ganas y luego siento que es inútil"le contó a su hermano Theo

El 27 de julio de 1890, salió del albergue después de comer, ingresó en el patio de una granja y, oculto en un rincón, se disparó un tiro en el pecho. El dueño del albergue lo halló gimiendo y llamó a un médico. Lo vendaron, se comunicaron con Theo que acudió de inmediato. En su lecho de moribundo, Vincent fumó su pipa apaciblemente.

--No llores --le dice a Theo, lo he hecho por el bien de todos, no trates de animarme, es inútil, la tristeza será eterna.

El 29 a la 1:30 de la mañana falleció Vincent Van Gogh empujado por la sociedad, así lo dijo Antonin Artaud. Dos meses más tarde, Theo es internado en un sanatorio de Utrecht donde muere el 21 de enero de 1891.

"Un egoísmo fuerte es una protección". Sigmund Freud

 


La noche del alma es siempre oscura para quien no puede olvidar y Salvador recoge su velo, sin saberlo, por las galerías inmaculadas tratando de sobrevivir a un destino que él mismo eligió... Ya es tarde. Él no sabe que el fin de los tiempos está llegando, aunque lo percibe en cada sonido cargado de relojes que alteran los sentidos, en el amanecer vacío de su cama, en las palabras ásperas y furtivas de su esposa...

Salvador quiere despedirse... ¡No! Lo piensa mejor, se irá por el camino viejo a recoger besos en la descolorida tapia de algún sepulcro angelado. Es parte de la promesa. El aire se torna inerte porque conoce de memoria su sombra interior, el abismo de sus días, la lluvia de sal que cae sobre su cabeza como cortesía de quien no tiene armas para ayudarlo...
La novia escribe una carta con letras temblorosas que alguien leerá cuando llegue el día del juicio final.

La Novia
¿Ella regresó por amor?
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Un egoísmo fuerte es una protección. (Sigmund Freud)
.
El egoísta suele actuar de esta manera por miedo a perder aquello que posee, una persona segura de sí misma no necesitará en ningún momento hacer uso de este tipo de actitudes.

Hija Única. Libro de Recuerdos

 


Hay pianos que arrancan lágrimas.

                         M. Benedetti

 

 

Así era el de mi amiga Alicia. Juntas tocábamos Para Elisa de Beethoven. Digo… tocábamos… Yo apenas el comienzo, la que sabía hacerlo era ella. Disfrutábamos mucho de aquellas veladas casi mágicas, nos reíamos… ¡Éramos tan jóvenes! Nos asomábamos a la adolescencia y todo resultaba nuevo y sorprendente. Amábamos los animales; ella tenía felinos y conejos. Íbamos al río a juntar hinojos para su mascota blanca y nos perdíamos entre las barrancas y las vías del ferrocarril. Era tanta la libertad que no aceptábamos retos porque la pureza estaba intacta. Las diversiones eran tan distintas a las de ahora. Nos faltaba remontar barriletes en ese cielo perfecto. No sabíamos de arrogancias ni de egoísmos. Teníamos una niñez natural y sana pero comprendíamos que ya había niños que caían en el purgatorio del hambre y de la sed, que los pobres eran más pobres y que la humanidad se encongía de hombros. Éramos chicas pero solidarias desde nuestro humilde lugar. Cada una restauraba como podía su desesperación, el propio naufragio, sin esperar nada porque el mundo seguía andando y cada uno respiraba su propio oxígeno.

 

Nos inquietaban también las casas abandonadas, como a todos los niños y adolescentes, solíamos ir a una que quedaba cerca del río. Nos acercábamos con miedo y curiosidad y mirábamos por las ventanas grises para observar...

¿Qué? ¿A quién?

Queríamos ver fantasmas blancos, mujeres vestidas con trajes de novia caminando dispersas rumbo a un punto fijo, muchos ojos y miradas. A menudo, alguien del lugar nos invitaba a irnos, por decirlo de una manera más delicada, pero siempre antes de marcharnos bajábamos hasta el río por una escalinata de la casona donde había una piscina sin terminar con huellas...

No eran espejismos.

_____Hija Única. Libro de recuerdos.

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Molinos de Viento-cuentos

 

SIN CULPAS

 

 

La atmósfera era de pesadilla. Un resplandor rojo se dibujaba en el cielo, tras los árboles. En las paradas de trenes se oían voces confusas mientras los peatones iban y venían con prisa; densos nubarrones poblaban el firmamento entre la luna invisible. Eran las cinco de la tarde y la oscuridad era completa en el contorno de la casa situada en Beverly Hills.

Sus rejas, de un brillo patético, desdoblaban los clarines sobre el enigma de los siglos. Era una vivienda de tablas crujientes y paredes adornadas con tapices. Pertenecía a Georges Pittman, investigador privado de Manhattan. Las puertas se mantenían cerradas aunque de vez en cuando Bill Peterson, su cuidador, las abría para hacer la limpieza. La casa estaba casi abandonada, no existían mayordomos ni cocineros; el último falleció a bordo del “Falconer”, un barco que partió de Honolulu rumbo al sudeste.

Bill hubiera querido marcharse, cierto escalofrío invadía sus huesos cada vez que entraba a la mansión; según él las ánimas andaban errantes. El ambiente era hostil pero el gran sueldo lo obligaba a quedarse. Los dueños se lo enviaban cada mes puntualmente; sin embargo, Bill no cumplía con las tareas porque tenía pánico de acercarse al lugar. El coloquio con su yo interior le decía que tenía que mantenerse en su cabaña que se encontraba detrás del cerco de margaritas.

 Durante diez años vivió en medio de una cálida pereza pero una noche se sobresaltó por los ruidos. Apoyó el rostro en el cristal y vio que se detuvo un coche fúnebre. Dos individuos descendieron el cuerpo de una joven; detrás de ellos, el chofer y sus ayudantes llevaban el ataúd. Aquellos hombres parecían soldados griegos de infantería, armados con escudos, corazas, cascos, grebas, lanzas y espadas.

 

 

Bill Peterson, desde su barraca, sintió como un dictamen que lo empujó hacia la oscuridad.

Las habitaciones del piso de arriba estaban con sus cerraduras sueltas unidas por armellas y las persianas se hallaban corridas; una escalera conducía a la parte superior en donde había dos cuartos, el escritorio-estudio y un baño. Colgado de las perchas había un sacón de piel de nutria polaca y una cola de zorro.

La puerta se abrió despacio. Bill asomó su cara a través de la hornacina. La humedad y el aroma otoñal invadieron el clima. Un gato pelirrojo lo miró cautivado con todo el sopor de su esqueleto hambriento.

--Me llamo Theo --le dijo y arañó sus pantalones.

Un rehilete cruzó por el aire, quedó adherido a las barras de hierro y provocó un relámpago vivísimo producido en las nubes por la descarga eléctrica.

Sobre una mesa había un puñal y una copa veneciana del Renacimiento. Más atrás, se encontraba la estatua de Perseo (de Benvenuto Cellini).

Bill acompañó el funeral. Encabezaba la ceremonia el señor Pittman con su acostumbrado rostro de reptil. Caminaron por un corredor donde a cada lado se encontraban armaduras de acero y hornos que estaban cubiertos cada uno por una bóveda que reflejaba el calor. Bill Peterson trataba de contener la respiración pero el miedo se lo impedía, murmuraba y fruncía imperceptiblemente las cejas.

Vagaba desorientado por galerías oscuras, tropezaba con objetos, se levantaba y volvía a caer… Tenía la impresión de que podían suceder los peores acontecimientos sin turbar la quietud de la casona en la que no existía un soplo de aire.

Bill sintió calor, quiso huir pero un aura se deslizó sobre su cabeza y le dio un golpe. Desde el umbral, una ola de fuego lo envolvió en una tibieza subyugante que hizo quebrar sus fuerzas y lo dejó suspendido en un hueco. Cuando despertó, su cuerpo se encontraba cubierto por capas de polvo, telarañas y grillos. A pesar de todo se sentía como un caballero que, en las cortes de la Edad Media, transmitía mensajes de importancia, ordenaba las grandes ceremonias y llevaba los registros de la nobleza de la Nación; sin embargo, era un pusilánime carcelero.



Bill escuchó pasos, risas, sonidos, que luego se apagaban y daban paso a una quietud que lo aterrorizaba aún más. Theo lo miraba mientras lamía sus patas gastadas.

Sintió manos que lo tocaron y una voz que le dijo:

--¡Vete, hombre sin coraje, no sirves para nada!

Peterson escapó de aquel confín de simetrías descoloridas y dejó un exorcismo en las hendiduras de la fortaleza de tabiques color pardo. Las niguas trepaban las paredes y aquellas máscaras quedaban atrás entre las ménsulas y los miriñaques. El aire que corría por el valle envolvía las aguas y las elevaba hacia las alturas. En las calles la corriente era mayor.

La morada quedó silenciosa con sus ventanales cubiertos por espesas telas como si sus propietarios tuvieran fobia a la luz del sol. El abandono era casi total. El césped y los jardines estaban invadidos por la maleza que escondía gritos desesperados de mascotas víctimas de aquel tejido de red.

En su cama, al día siguiente, Bill Peterson se encontraba todavía alterado por la pesadilla. Esa vida ociosa le hacía pensar en el Beverly Glen Hotel, pero estaba en su cabaña. Desde el lecho lo observaba Peter, su gato pelirrojo.

La niebla de la mañana se había convertido en una lluvia penetrante…

Sobre el escritorio: el Times de Los Ángeles, “El Diplomático Ruso”, de E.V. Cunningham; sus anteojos, el reloj pulsera… y el sueldo de jardinero-cuidador.

Bill tomó los utensilios de limpieza y se fue rumbo a la residencia a realizar su trabajo, sin culpas.


-L.Fraix

------Del libro de cuentos "Molinos de Viento"

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Desde un cielo...

 


Se ha asomado un zorzal en lo alto del campanario. Mira los tejados y algún caserón solitario. Pasan las golondrinas anunciando el verano. Llegan del níveo invierno con crudos azotes de viento.

Es una cálida tarde; el sol describe las voces: un sentimiento. 
Aparece alguien joven que extiende su manto...

Un laberinto de callejas me lleva a mirar de lejos el paredón sombrío de la antigua iglesia. Veo la escuela con su bandera, los cipreses y los huertos.

Frente a la casa, la reja.
Un jazmín desliza su velo frente a la placidez del tiempo que va y viene con sus zapatos viajeros.

En el aire los perfumes de ayer desatan sus lazos de amor y de bien, y se encienden las rosas, blancas y rojas, que cultivaba el abuelo.

¿Eduardo te llamabas?
Dibujo un retrato de gaucho para besar tu recuerdo.

Nina y sus historias

 


LA FELICIDAD

−Cuando era pequeña, antes de ir a dormir, me asomaba a la ventana o salía, en verano, a la vereda frente al campo silencioso y oscuro para saludar a Santiaguito que, según mamá me había dicho, se había ido a vivir a una estrella. Cuando las nubes las ocultaban yo lloraba mucho −le contó Alicia a Nina quien escuchaba atenta−. Lo imaginaba con sus alas de ángel y luminoso, con muchas estrellitas en la cabeza y una estela en los pies a manera de cola con tules. Yo decía que él me pedía el amor que yo no podía darle.
−¿Las estrellas tienen ojos? −preguntó Nina.
−No sé. Tal vez sí y nos miran.
−Es que el cielo está lleno de muertos.
−Bueno, no tan así. Está poblado de almas que se fueron a vivir allá.
−Entonces… vivimos dos veces.
−Una −respondió Alicia porque Nina siempre la desorientaba. Cuando creía que tenía la respuesta, volvía a enredarse en la telaraña que la niña tejía y destejía en su imaginación.
−La vida es un camino largo que un día llega a su fin.
−Y después viene la oscuridad o la luz, porque la oscuridad existe para acoger la luz −respondió Nina.
−Mejor ve a tu cuarto a leer cuentos. ¿Sí? −le contestó Alicia porque ya no sabía qué responder.
−¡Espera! ¿Qué olor tiene la felicidad para ti?
−Oh… ¡Qué pregunta! Creo que a torta de chocolate…, no mejor a tierra mojada. ¿Y para ti?
−Bueno −dijo Nina con un gesto tierno−, huele a mamá y se arrojó de un salto sobre ella que tuvo que hacer equilibrio para sostenerla−. También huele a libro y a gato… ¿No te enojas?
−Claro que no, mi chiquita. Te amo. Lo sabes, ¿no?
−A veces no.
−¿Cómo qué no? −respondió Alicia y la bajó de sus brazos para correr una carrera para ver al gato que estaba durmiendo en el cuarto. Ambas salieron a toda velocidad y terminaron, de narices, en el piso del pasillo.
El gato, por el alboroto, corrió a esconderse debajo de la cama.
-LF-
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Cuento de mi libro infantil
Nina y sus historias.