Gracias Mireya Pérez

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Las Brujas Chico, marzo 29 de 2020


Luján:
Quiero agradecerte los libros que me enviaste. La novela, preciosa. “Setiembre”, un bálsamo para estos días difíciles.
Tus libros son palomas que cruzaron el Río, trayendo un mensaje fraternal que nos une a la distancia.
Soy una abuela de 68 años y la biblioteca es un sueño cumplido, con padrinos de lujo: la escritora chilena Elisa Ferrada y nuestro poeta Gerardo Molina.
Infinitas gracias.

Cariños

Mireya Pérez (Uruguay)


Ana Frank: La casa de atrás

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La casa de la Prinsengracht no es donde Ana Frank pasó su infancia, aquella casa se encuentra en la barriada de Merwedeplein, en el sur de Ámsterdam.

Las familia Frank vivió en ese lugar entre diciembre de 1933 y julio de 1942. Allí la pequeña comenzó a escribir lo que sería después conocido en todo el mundo como "El Diario de Ana Frank".
En julio de 1942 la niña tuvo que marcharse de allí y buscó refugio en la casa de la Prinsengracht, convertida ahora en museo, junto a su familia. De hecho, el título original del diario era "La casa de atrás", en referencia a la vivienda camuflada en la cual vivió junto a su familia y otros judíos de Ámsterdam perseguidos por los nazis. La casa original de Ana ha sido cuidadosamente restaurada, gracias a la Fundación Ana Frank, con la decoración de aquellos muebles originales de los años 30 y 40 y otros objetos que pertenecieron a la niña, fallecida por tifus en el campo de concentración nazi de Bergen-Belsen en 1945.


En una de las pocas filmaciones de cine en blanco y negro que existen de Ana Frank, se aprecia a la niña asomada al balcón de esa vivienda de la Merwedeplein.


La novia ¿Ella regresó por amor?




💙Se fue para el cuarto de servicio para tratar de descansar la mente pues esos demonios interiores estaban siempre alertando los silencios y tenían voz y formas inquietantes. En el sueño, vio a la mujer de las botitas blancas y sus ojos llenos de lágrimas.

No la conocía pero algo de ella le llegaba al corazón. Él le dijo:
-No debes querer a nadie que va a morir pronto.

-El tiempo nos quita muchas cosas y cuando más amamos más perdemos. Tenemos que renunciar para ser libres, morir para que otro tenga vida-le contestó ella como desdibujada por un velo.

Salvador se despertó bruscamente y con melancolía miró la hora. El mundo para él era gris y pronto llovería sobre su cuerpo. Lo sabía. Se hallaba a la intemperie.



De---La novia-¿Ella regresó por amor?
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Buenas y Santas... Los hijos olvidados (Cap 4 La desaparición de Felicitas 1era parte)

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4-LA DESAPARICIÓN DE FELICITAS

 


SANTA FE DE LA VERA CRUZ
RAMILLETE DE HOJARASCA


Una noche, plagada de estrellas, Felicitas escuchó el sonido de una guitarra y eso le desató la nostalgia. Agazapada, desde lejos, vio unas manos ágiles que ejecutaban el instrumento. Las mismas que muchas veces había mirado domesticando el hierro. Allí, oculta entre las matas, se quedó hasta que el canto de los pájaros reemplazó el croar de las ranas.

Al otro día, fue a hablar con Antonio a las caballerizas. Había olor a orégano, a plantas de azafrán y mostaza. Él se levantó al verla llegar; estaba sentado sobre el tronco de un árbol centenario con la vista fija en el horizonte. A un lado, el instrumento.
‒Hola.
‒¿Cómo le va, niña? ¿Qué hace tan temprano por acá?
‒Ayer, desde la ventana de mi habitación, escuché cómo tocabas la guitarra. Te felicito.
‒Gracias, mi madre me enseñó… Ella falleció cuando yo era muy niño. Casi no recuerdo las notas musicales.
‒¿Tu madre se llamaba Cruz?
‒Así es…
‒Dime…‒dijo Felicitas con curiosidad mientras caminaba alrededor de Antonio‒¿Tú has puesto los ojos en alguna criada de la estancia?
‒¡No!
‒Bueno… no te asustes porque no tiene nada de malo.
‒Es que no es cierto‒contestó Antonio nervioso como si le hubieran dado un latigazo imprevisto por la espalda.
‒Remedios siempre habla de ti.
‒Ella es una mujer muy buena pero yo no quiero entrar en líos de faldas. Estoy bien solo.
‒Vamos, Antonio. ¿Por qué no me cuentas a quién quieres?‒le volvió a decir Felicitas.



El capataz se dirigió a la bomba para beber un vaso de agua. En ese momento pasaron unos jinetes riéndose por la calle grande junto a la tranquera. Ambos se quedaron mirando qué dirección tomaban aquellos desconocidos.
‒¡Prepara mi caballo!‒dijo, de repente, Felicitas.
‒¿Dónde va a ir a estas horas? Doña Emma va a poner el grito en el cielo si no la encuentra. Yo no quiero tener problemas.
‒¡Tú, obedece!
Una nube de polvo y hojas secas la envolvió y salió a todo galope. Sus enaguas blancas de encajes venecianos volaban con el aire fronterizo dejando ver sus piernas. Antonio se quedó observando aquella escena como quien ve algo sagrado. Felicitas iba cubierta con un poncho de Castilla y tenía un chambergo calado.

Raúl, el hijo de don Simón, abandonó la máquina de labrar la tierra que estaba reparando. Una fuerza superior controlaba sus actos porque lo movía una poderosa necesidad de llegar lo más pronto al encuentro. Aquella imagen angélica con los huesos finos y su piel de durazno lo guiaba ciegamente. Arribó justo a tiempo para descubrirla en medio del campo; no sabía para qué pero estaba fascinado. Él era un hombre necesitado de amor. Felicitas lo vio venir hacia ella; se sentía feliz por primera vez en la vida porque creía ser libre.

El pelo le caía hasta la cintura e irradiaba una luminosa energía interior. Era una mujer bella que podía enamorar a cualquier hombre. La simpleza de su rostro y la perfección del cuerpo virginal contrastaban con los pensamientos apasionados de Raúl.
‒Hola‒le dijo él asombrado por la extraña visita.
‒Me he escapado‒contestó Felicitas mientras se sacudía la tierra de los caminos que se le había colado por sus botas.

El Libro de los Recuerdos

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La fantasía es como una campana que suena en las calles del yo interno, un edén que derrama fulgores, unos ojos que transforman...

Mi universo de hija única me obligaba a inventar otras realidades como pentagramas en el dorso de la mano. Era una necesidad vital de entonar otra música de pájaros para encontrar espacios nuevos y besar la libertad. No sabía que esa herramienta tan valiosa me iba a acompañar aunque tuviera una sola cuerda de guitarra. Podía ver la familia numerosa que no tenía, los abrazos de hermanos, la noche de día en una luna deshojada por mirada anhelante y las estrellas junto a las almas delicadamente infinitas.

Era yo, la novelera, como me decía mi madre, la que no veía la realidad porque le parecía demasiado frívola, vacía, insegura, aburrida...

-La vida no es eso, no es como tú la pintas.

PINTARLA... ¡Qué bonito!

Enlace⇓

--------------------Pasión por Los hermanos Grimm, El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, Han Christian Andersen, Mark Twain, Perrault, Anna Frank.


Buenas y Santas... Los hijos olvidados (Cap 3 Atilio 4ta parte)

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Doña Emma ya no entendía nada. Vio a su hija mirar de costado, como escondiéndose, al hijo de don Simón o le parecía a ella.
‒¿Qué estás planeando?
            ‒¿Por qué?
‒A mí no me engañas. Esos ojos brillantes, esa mirada… ¡Vamos que soy tu madre y te conozco bien!
‒Nada, son cosas mías.

Felicitas no quería admitir que Raúl le resultaba un hombre apuesto y educado. Lo imaginó peor aquella noche. Él le enviaba cartas a través de Jeremías, ella le respondía a escondidas de la familia. ¿Quizá, se estaba enamorando?
Atilio llegó al galope con su caballo percherón y encontró a doña Emma acomodando un baúl con trastos de cuando sus hijos eran niños.

‒Veo que la tierra está sufrida. La sequía es el verdadero riesgo; se ve que hace mucho que no llueve.
‒Como tres meses después de una inundación que casi se lleva toda la cosecha‒contestó doña Emma‒. Tú sabes que yo lo que sé del campo me lo cuenta Gabino, el administrador. Los papeles se los pides a él.
‒Los chacareros somos tercos como mulas y si en un año el tiempo nos castiga, al otro le damos batalla.
‒Así me gusta, hijo. La gente que siente pasión por la tierra da hasta lo que no tiene por el amor al suelo. No sabe de vacaciones, ni de Navidad… Es fiel, como lo fueron nuestros queridos antepasados.

Una mirada negra, indígena, parecía observarlo todo desde la historia. Era como el reflejo de una fogata que llegaba a través de las aguas de un río.


Buenas y Santas... Los hijos olvidados.

Paciencia

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Duy Huynh

Para tanta realidad que nos aprieta, la orilla es el destino. Seguir alguna huella porque estos dos mundos son como sombras desangradas.

Ojos limpios, nubes, distancias... La PAZ está del otro lado.

Acá... ya no se evaporan las lágrimas, el escribiente derrocha su poder y el pan de la tierra desaparece entre las cosas olvidadas.

Paciencia... dicen muchos, pero las nubes negras amenazan con sus rostros repetidos. Calla la lucha agobiada por el cansancio y la tardanza.

Por las calles, los pájaros que anidan en el alma son la única vida que nos encuentra cantando para sobrevivir.

L.Fraix

Buenas y Santas... Los hijos olvidados (Cap 3 Atilio 3era parte)

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Antonio no sabía qué responder ante el acoso de Remedios, quien no se daba cuenta de que él no estaba interesado en ella.
‒Fui a hablar con Bernardino porque mañana va a venir el camión jaula y necesito saber cuántos novillos va a vender.
‒¡No mientas!
‒Digo la verdad, señorita, y disculpe pero tengo cosas que hacer‒contestó Antonio con timidez.
‒¡Ven acá!‒gritó Remedios cuando Antonio ya se había esfumado entre los fardos apilados para las vacas y caballos‒. ¡Egoísta!‒dijo por lo bajo.




Sentada a la mesa, la niña Felicitas se hallaba escribiendo. Miró a la criada que venía del patio embrutecida por las palabras de Antonio. Cerró el cuaderno. Sobre ellos puso un pañuelo que llevaba atado a la muñeca y se dedicó a limpiar la pluma.
‒¿De qué huyes?
‒No estoy escapando. Es Antonio que me esquiva todo el tiempo.
‒Ya te lo dije, Remedios. Del capataz se dice que ama a otra mujer. Bernardino me lo dio a entender, pero como es un caballero no me quiso contar quién era la dama misteriosa.
‒Niña, no me diga esas cosas. “Corazón que no ve, corazón que no siente”‒contestó Remedios atribulada por las palabras de su patrona.
‒Es que no quiero que te ilusiones. Los hombres en ese sentido son despiadados. No les importa decirles palabras bonitas a una mujer porque no piensan demasiado; tienen un cerebro pequeñito.
‒Pero Antonio vino hoy a la casa a buscarme…
‒¿Sí?‒contestó Felicitas como dudando de los comentarios de la criada Remedios.



La luna surgía a ras del suelo en lo hondo de la pradera y ascendía entre las ramas de los álamos que, de trecho en trecho, la ocultaban. Luego, resplandeciente de blancura apareció en el cielo y dejó caer sobre los sembrados un reguero de luz. Parecía un candelabro a lo largo del cual descendían gotas de cristal. Era casi de noche.
Doña Emma con los ojos entornados vio que se acercaba un coche dando grandes bocanadas de polvo a su paso. Era don Simón y su hijo Raúl.
“¿Y ahora qué vienen a buscar?”, pensó Emma contrariada por la hora en que se les ocurría hacer visitas.
‒Disculpe, señora, estamos de paso. Solamente vinimos a saludarla y a decirle que no se preocupe por las cosas del pasado. Que la amistad no se turbe por algún obstáculo sin importancia.
‒Claro‒dijo su hijo que apareció, tímidamente, detrás de la figura enjuta de don Simón.
‒Pasen a la casa‒contestó doña Emma desganada porque temía que Felicitas volviera con su mascarita a dar brincos en círculos dejando al descubierto su osadía de siempre.
‒No, gracias‒dijo Raúl observando de reojo hacia la puerta.

‒Buenas…
‒¿Cómo le va niña Felicitas?
‒Bien, don Simón. Le vuelvo a pedir disculpas por lo ocurrido aquella noche‒contestó y miró a Raúl de una manera extraña: pícara, curiosa y cómplice.
‒No se preocupe, está olvidado. Hasta pronto.
‒Adiós.
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Buenas y Santas... Los hijos olvidados.

Poema para un otoño

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A veces el todo es una simple palabra, un gesto, una mirada... hasta un silencio basta.



Tenía un libro a mi lado como siempre y los años quedaban lejos, del otro lado, no podía acariciarlos... El otoño me atrapaba con su espejo, abrazando un sueño en el dorso de mi mano.
Las primeras hojas iban dibujando mi alma en un beso que me devolvía páginas desiertas de historias no inventadas para crear un mar de auroras en los rieles de la vida.
L.Fraix


Buenas y Santas..., por Gerardo Molina (reseña completa)

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Como diría el insigne escritor cordobés Juan Filloy: “Ante tanta ineptitud desarrapada…”, reconforta encontrar obras que unen a la genialidad de la creación el cuidado y respeto por el idioma, sin menoscabo del estilo personal y los temas abordados, como esta novela de Luján Fraix, quien ocupa un lugar de honor en la novelística hispanoamericana.

La acción transcurre en un establecimiento rural de la pampa argentina Estancia la Candelaria, entre 1910-1930, en torno de una familia atada a prejuicios ancestrales, de rígidas costumbres, con la omnipotente autoridad de doña Emma, la dueña de la estancia: se hará lo que yo decida como siempre. Allí crecía Felicitas, su hija menor como una flor frágil, maravillosa y única, inmersa en un monte de espinos, con el vivo recuerdo de sus abuelos y apenas algún afecto inexplicable.
Desde el comienzo, el apego a la tierra, como los árboles que hunden sus raíces, aparece marcando el destino aún incierto de aquella gente: Yo soy hijo de la tierra y volveré porque me lo dice la sangre… Nuestros padres dieron el alma por este suelo y nosotros debemos seguir su ejemplo. Mientras: El ambiente era un compendio de motivos: el camino de carretas, la familia rural, el galanteo amoroso, el gaucho en traje de pueblo, la ranchería con su ombú, la cebada de mates, el encuentro de paisanos a caballo.



La maestría con que ilumina las escenas, las descripciones, el interés in crescendo del relato, las descripciones, los diálogos, los retratos van conformando la novela a modo de una agreste sinfonía, cuya intensidad crece en los últimos capítulos, para darnos al fin, luego de desnudar las tormentas del alma, y los secretos guardados por décadas que marcaron la vida de los personajes, los primeros rayos de una aurora que trajera paz y
olvido a aquellas almas y otro destino a sus sucesores, de los cuales Josefina, tal vez podrá atesorar el amor y la dicha que le fueran vedados a Felicitas, víctima inocente de los errores y del carácter inflexible y dominante de su madre.

En lo que hace a las descripciones, pueden ser breves y concisas: la capilla de la estancia estaba abierta igual que la escuela de antaño con sus muros desnudos, o extenderse en pinceladas de épocas, con autenticidad y cierto vuelo lírico, natural por otra parte en la obra de la notable poeta que es también Luján Fraix: La Estancia La Candelaria de doña Emma era un monasterio. Los adobes y tapias reflejaban, como lienzo tejido, sus manos… Había un árbol al que llamaban aromo del perdón parecido al espinillo que plantara Manuelita Rosas en la quinta de Palermo…
Pero, aún más, se destaca la perfección de los retratos que, en general, va construyendo a lo largo de la obra, como el magnífico perfil de Felicitas: Era bonita, de pelo oscuro, con grandes ondulaciones y unas pestañas largas que destacaban sus ojos tímidos. No aceptaba órdenes, tenía su carácter… Sus pies denotaban familiaridad con el suelo, con los charcos y los abrojos… El pelo le caía hasta el suelo e irradiaba una luminosa energía interior… Rebelde e inmadura, desobediente y caprichosa… Antonio no hacía otra cosa que imaginar el perfil sereno de Felicitas a plena luz bajo el óvalo de su capota… ella es muy frágil dijo Atilio… Atilio y Bernardino necesitaban de la risa triste de Felicitas que era un infante en un cuerpo adulto… se dio cuenta de que su abuelo la hubiera comprendido porque sabía demasiado de ausencias… Josefina entrecerraba los párpados como preguntándose ¿quién es esa bella mujer tan triste?




En suma, una obra magistral, de lectura imperdible, que acrece el rico acervo y el prestigio de su autora.

Sobre la misma, expresa Marta Abelló: “Huele a la pampa argentina, huele a llanura y a verbena y a tabaco; a los platos calientes recién servidos por un criado negro bajo la luz de los candelabros. Me ha transportado a una época y un lugar envuelto en normas rígidas y encorsetadas rodeadas de la belleza salvaje del paisaje. “Buenas y Santas” está cargada de lirismo, filosofía de vida y grandes verdades en personajes de mujeres fuertes y obstinados que callan, toman el té y cierran los ojos ante el atardecer impasible mientras su corazón es fuego. Las pasiones, las verdaderas, se llevan en silencio. 

Y Cristina Suárez: En la Argentina de 1910 y en La Candelaria, el hogar de doña Emma y los suyos, las cosas no son tan sencillas como deberían ser. Su hija Felicitas no se siente obligada a seguir las reglas que impone su madre y a medida que va pasando el tiempo suceden acontecimientos que harán todavía más tensa la relación entre ellas. Tanto es así que doña Emma decide abandonar su tierra y llevarse a Felicitas a París con la compañía de su criada Remedios.

Cuando regresan, tras casi dos años en el viejo continente, las tres se muestran distintas. Su familia y sus empleados saben que algo ocultan, los secretos entre ellas, su hermetismo ante los hechos que se revelan a su llegada llenan de dudas la existencia de los que están a su alrededor. Luján Fraix nos conduce con maestría hasta el final de su novela para aclararnos el motivo de tantos años de calladas respuestas que doña Emma llevaba a rastras durante gran parte de su vida. No sólo se sabrá su pasado oculto sino el de Felicitas, un secreto guardado hasta las últimas páginas y que sorprenderá a todos.
La trama está muy bien llevada a través de la forma de pensar de los personajes en unos tiempos en los que sí importaba el qué dirán, en unos momentos en los que la sociedad condicionaba la forma de actuar. Pero la verdad poco a poco tiene que ser contada y dos personajes misteriosos serán los encargados de hacer que vea la luz.

Es una novela de sentimientos, de amores, de rencores, de misterios... Es una novela que nos conduce a reflexionar sobre la vida y sus consecuencias. Es una novela que nos muestra a una familia de principios del siglo XX, en la que los protagonistas tienen que guardar las apariencias para hacer frente a la moralidad de la sociedad en la que viven.

(Buenas y Santas… Los hijos olvidados de Luján Fraix, 254 páginas. Autores Editores-2019)

Buenas y Santas... Los hijos olvidados (Cap 3 Atilio 2da parte)

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A.Linch


Felicitas se despertó a mediodía. Remedios había entrado a la habitación para ver si se había levantado porque estaba preocupada. Jeremías apareció, silenciosamente, con una taza de té y un montón de cartas sobre una bandeja antigua china de Sèvres. Remedios descorrió las cortinas de raso color lavanda, forradas en lino blanco, que colgaban del ventanal.
‒¿Qué hora es?‒preguntó Felicitas.
‒La una.
‒¡Qué tarde!
Por el pasillo, el criado se encontró, de repente, con el capataz que le preguntó por Felicitas. Se lo notaba angustiado, visiblemente pálido.
“Qué hace aquí Antonio”, pensó Jeremías.

Felicitas, mientras tanto, comenzó a abrir las cartas. Contenían las cosas de costumbre que tanto entusiasmaban a doña Emma: tarjetas, invitaciones a tertulias, programas de conciertos, notas corteses de algunos amigos de Bernardino y una misiva que parecía aterciopelada de Raúl, el hijo de don Simón. La abrió y comenzó a leerla… Su cara dibujaba una sonrisa. Desde la puerta, entre las sombras, detrás de un biombo de cuero bordado estilo Luis XIV, el capataz la miraba con atrevimiento.


De pronto, el reloj dio dos campanadas y Antonio, por el susto, huyó… En realidad, doña Emma, en su paso errante por la casa, lo alcanzó a ver salir apresuradamente por la puerta de la cocina.
‒Remedios tendrá que rendir cuentas. ¿Qué significa esto? El capataz entra a la estancia como si fuera de la familia. Estas niñas ya no tienen respeto por los patrones.
Doña Emma cerró las puertas. Para ella era un signo de la ruina a la que algunos hombres conducen sus almas. Pierden la educación y las mujeres la dignidad.
‒No quiero ver a Antonio por acá. ¡Me oyes!‒le gritó a Remedios que la miraba con asombro y con el delantal a medio camino.
‒¿Vino Antonio?
‒No te hagas la mosquita muerta que yo lo vi cómo escapaba entre las sombras.
Es que nadie se había dado cuenta de que algunas tardes un rostro de hombre aparecía tras los cristales de la sala; era curtido y de pelo oscuro. Parecía un sepulturero o el sacristán de la iglesia.
‒Hay que sembrar las patatas‒dijo Atilio.
‒La huerta ya está lista‒contestó Bernardino con cierta tristeza.
‒¿Qué te ocurre?
‒Me siento un poco aburrido por la rutina; los días pasan como soldados ciegos y torpes. Parezco un viejecito de ochenta años que ya no espera nada de la vida.
‒Hermanito, necesitas un amor. ¿Qué les pasa a todos? Me quieren dejar solo. Tal vez, no te vendría mal alguna chica de vida fácil para pasar el rato.
‒¡Eso nunca!
‒Bueno, no te enojes. Sé que eres muy formal. Ya encontraremos a una bella dama‒contestó Atilio con cierta ironía, como riéndose de su hermano‒. Perdona. ¡Cuánto trabajo por hacer en la estancia y a mí que me gustan las relaciones sociales!‒bromeó.



Remedios fue a buscar a Antonio a las caballerizas. Él era un hombre del que  cualquier mujer podría llegar a enamorarse. Era apasionado y hablaba con demasiada convicción de aquello en lo que creía. No era muy alto, más bien flaco, de hombros anchos; de piel morena y pelo negro. Usaba barba recortada. Lo que más impactaba eran sus ojos oscuros: expresaban indiferencia y calidez al mismo tiempo.
‒Dice doña Emma que entraste a hablar conmigo a la casa. ¿Por qué no me avisaste que ibas a ir? Nos hubiésemos encontrado en otro lugar; a los patrones no les gusta que los sirvientes traten sus asuntos en los alrededores de La Candelaria.

Buenas y Santas... Los hijos olvidados

Buenas y Santas...Los hijos olvidados (Cap 3 Atilio 1era parte)

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3-ATILIO


“A la ausencia no hay quien se acostumbre
otro sol no es tu sol aunque te alumbre
y la nostalgia es una pesadilla.”


Mario Benedetti







SANTA FE DE LA VERA CRUZ
EL COLOR DE LA SANGRE



Pasaron los meses y Atilio volvió del servicio militar. Doña Emma no lo sabía todavía. Ella se hallaba en el comedor con sus labores.
Se oyeron unos golpes en la puerta y entró el negro Jeremías para recordarle que era la hora de vestirse para la cena. Emma se levantó y miró la calle de tierra; el sol que se estaba escondiendo le daba un aire melancólico a la estancia. Había teñido de un color escarlata la fachada del galpón de las herramientas. Por una inexplicable razón pensó en Atilio, realmente lo extrañaba mucho. El firmamento parecía una gran bóveda que sabía demasiado sobre las alegrías y penas de sus hijos a quienes, desde el infinito, abrigaba… Pensó en la ardiente vida de Atilio, tan perspicaz y aventurero. No podía imaginarlo obedeciendo órdenes de generales y de coroneles.
‒Su madre está en el comedor, pero no sabe nada de su regreso‒le dijo Jeremías con un gesto de complicidad.
Atilio ya sabía que era libre, sólo esperaba ser feliz y empezar un nuevo camino.
“Ninguna vida se echa a perder sino aquella cuyo crecimiento se detiene”
                                                                Oscar Wilde

‒¿Madre, me perdona por haber llegado tarde a cenar?
Doña Emma, con lágrimas de alegría, corrió a abrazarlo y lo miró una y mil veces como si no lo conociera.
‒Eres incorregible. ¿Por qué no me avisaste que llegabas hoy? ¡Felicitas, Bernardino…!‒comenzó a llamar a toda la familia‒Estás flaco, mi niño.
‒Estoy bueno‒dijo Atilio entre risas.
‒¡Remedios, sirve la cena!‒gritaba doña Emma que no sabía para dónde dirigir sus órdenes.
La sala se hallaba abarrotada de gente: los hermanos, los criados, el capataz, los peones y Jeremías que lo había recibido en la puerta sonreía con un gesto trémulo y servil. Sentía una rara humildad, casi falsa, que lo convertía, por momentos, en un ser delirante.



Atilio se sentó en el sofá y volvió la cara hacia Felicitas.
‒¡Qué hermana tan bella!
Ella lo miró asombrada y comenzó a reír. No le contestó. Fue hacia él y le dio un abrazo.
‒Me imagino la fila de candidatos que debe tener mi adorada Felicitas.
La joven se puso blanca y comenzó a temblar. Tenía miedo que doña Emma contara lo sucedido con don Simón y su hijo.
‒Sí, pero los desprecia‒dijo.
‒¿Hablas en serio, mamá? Sabes qué pasa, se tiene que enamorar como todas las jóvenes de su edad que piensan en el príncipe y en toda esa tontería que para ellas es importante.
‒A mí me parece que hay que dejar de lado el romanticismo y pensar qué es lo que le conviene a una niña bonita y con dinero. No es fácil, hijo‒dijo doña Emma como dando lecciones de moral.
‒¿Es que no puedes perdonarme lo de aquella noche?‒murmuró Felicitas a su madre‒No hables más, por favor.
Presa del llanto, se derrumbó en el piso como si estuviera herida. Se desmayó. Nadie podía imaginar lo que le estaba pasando. Es que el gesto cruel de doña Emma la enfermaba; eran demasiados meses soportando las mismas peleas, sus consejos y mandatos. La cabeza iba a estallarle en cualquier momento.


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