Lluvia de noviembre

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Azul de lluvia. Cuentos para niños mágicos.
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La Inquisición: faltas contra la fe y doctrinas de la iglesia, herejes...
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Geranios en el balcón, de Carolina Pobla
La novela ofrece una enriquecedora visión de la historia de España del último siglo gracias a Rosario y Tobías, dos jóvenes de orígenes totalmente opuestos a los que la casualidad une en la Barcelona de antes de la guerra. A través de los ojos de los protagonistas, conocemos cómo era la vida en Algeciras en el primer tercio del siglo XX; el fascinante viaje de un joven burgués de Barcelona a Estados Unidos –una historia basada en hechos reales y poco explorada en la literatura española: la de los españoles que quisieron abrirse camino en Norteamérica–; y, más adelante, la Barcelona habitada por cupletistas, prostitutas y revolucionarios, donde los sueños de Rosario, que quiere ser cantante, se unen con los de Tobías, recién llegado de América. Una Barcelona que respira vida, y diversión, pero también pobreza y clandestinidad, y en la que todo se trunca con el estallido de la Guerra Civil.
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Geranios en el balcón, de Carolina Pobla
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SANTA FE DE LA VERA CRUZ
La Candelaria, establecimiento rural de doña Emma: una mujer poderosa y autoritaria. La niña Felicitas, hija menor de la dueña de la estancia, es rebelde y trata de desafiar las leyes éticas y morales de una época donde los prejuicios sociales la obligan a guardar las apariencias. Un amor prohibido y su irrespetuoso carácter terminan por enfermar a su madre que toma una drástica decisión. Una tarde embarcan para Francia llevando como única compañía a Remedios, la criada.
Por aquellos años, las personas adineradas de Argentina solían viajar al hemisferio Norte para alejar a sus hijos de supuestos amores inoportunos.
Cuando regresan, después de dos años, están irreconocibles. Cada una oculta secretos inconfesables y la carga de un misterio demoledor que las separa... Serán enemigas de por vida. ¿Y los hijos olvidados?
La pobreza del alma, a veces, no tiene vuelta atrás.
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Amor de gato---Cuentos de Navidad
Se
llamaba Peter Sócrates.
Solía
arañar los muebles, traer pájaros para jugar, ramas y bolitas de paraíso. Era
inquieto e indiferente. Se escapaba de noche y volvía cuando Julia regresaba de
la facultad. Él sabía que ella cenaba; entonces, Peter se sentaba a su lado y
parecía dormido, pero reclamaba, a su manera, algo para comer.
Era
un gato prestado o “robado” del vecino. Vivía enfrente de la casa de Julia y
todas las tardes, desde la vereda, la miraba con cariño, como observando algo
preciado o quizá armando algún ardid.
Un
día, apareció en la puerta de la cocina.
Julia
lo arropó y él pareció reconocerla.
“Es
una mamá”
Es
que se trataba de un gato carenciado, de esos que van y vienen aunque tengan
techo y comida. La madre de Julia lo echaba y él, porfiado, regresaba para
ligar retos, caricias y hasta baldazos de agua. Pero no dejaba de insistir.
Algo mágico lo ataba con cuerdas a esa casa cálida y amorosa que soñaba…
−El
gato de ustedes no se quiere ir de casa. Lo echamos pero regresa.
−Y
bueno… si lo quieren y no les molesta –dijo la vecina sin importarle demasiado
el destino de Peter.
Julia,
sin culpas, pudo amarlo como se lo merecía y abrigarlo con mantas lanudas en
invierno, dejarlo volar por los tejados y jugar sobre las camas. Peter solía consolarla
cuando ella lloraba lamiendo su pelo, y provocando luego su risa con muecas
locas de gato rubio.
Se
acercaba la Navidad y Julia quería armar el árbol. ¡Qué problema!
Él
era muy observador, la acompañaba, y la seguía en todas sus tareas.
Julia
armó el abeto que tenía en una caja y colocó los adornos a un costado para ir
ubicándolos en las ramas. Él la miraba desde el sillón porque era el vigía
eterno de sus actos. No pensaba, en esos momentos, en salir de ronda.
Cuando
el arbolito estuvo terminado, Julia se dio vueltas, lo miró, y Peter había
desaparecido.
“Mejor,
se ve que no le interesa”, pensó con alivio. Aunque sabía que regresaría a
cumplir con sus trastornadas ideas de derribarlo para jugar.
Pasaron
siete días y Peter no regresó.
Julia
lo extrañó tanto, y hasta lloró sobre los almohadones donde solía dormir. Peter
había salido de noche, por los tejados, como lo hacía siempre, a pelear con
otros gatos o a recorrer baldíos con su instinto salvaje que Julia no podía
reconocer, pero que existía en los felinos desde tiempos inmemoriales.
Y
llegó la Nochebuena…
Ella
y su madre brindaron solas junto al árbol de Navidad, en silencio; no tenían
otra familia, pero eran felices. Muy unidas y compañeras. Añoraban a Peter, y
pensaban en los destrozos que hubiera hecho después de ver las luminarias
multicolores.
Al
otro día.
−¡Feliz
Navidad! ¿Cómo la pasaron? –le gritó la vecina desde el otro lado de la
callejuela.
−Igualmente,
gracias. Bien, sólo que perdimos al gatito. El tuyo y el mío.
−¿El
blanco? –exclamó la vecina asombrada.
−Sí,
el que me regalaste. Le puse Peter de nombre, pero estoy tan apenada porque se
fue y no regresó. Ya no creo que vuelva. Pasó demasiado tiempo.
−Peter está en mi casa –aseguró la vecina.
−¿Qué?
¿Volvió con ustedes? ¡Qué raro! Se nota que los extrañaba… −agregó Julia con
decepción pensando que no había sido una buena madre.
−Es
que mi perrito Lucas –contó la vecina− está muy enfermo. No sé cuánto tiempo va
a vivir. Peter vino de visita y lo vio. Desde ese día no se mueve de su lado.
Le tuve que armar una cama junto a Lucas. Su cara de tristeza es infinita.
Vivieron juntos, fueron hermanitos, muchos años.
Julia,
al escuchar la historia, no pudo contener las lágrimas.
Peter
no podía haberla abandonado con todo lo que lo amaba.
Peter
era un niño bueno.
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Cuentos de Navidad----¡Vive tu propia Navidad!
Mis dos libros van por buen camino, les va muy bien. Infinitas gracias por el apoyo.