"El Hacedor", de Jorge L. Borges
"La nodriza esclava", de Luján Fraix
Era la primavera de 1526, el rey se enamoró de Ana Bolena y de sus ojos negros.
Isabel sintió vergüenza y huyó por la escalera aterciopelada; pensó que aquello no era un espejismo. Frente al portal, abrazada a las imágenes aladas que surgían desde los lirios, cayó rendida por un sopor letal que afectó su raciocinio. Sumergida en el ilusorio tiempo de lo sobrenatural, con una congoja parecida a la herida de un puñal, se desmayó de súbito.
Al amanecer, el mundo la encontró fría rodeada de un hielo rocoso y atrapada por insectos y murciélagos. Un gallardo caballero la levantó del piso. Isabel se apartó bruscamente de ese hombre porque estaba en falta. Todo la hacía sentir culpable porque no podía resistir el roce de una mano masculina que no fuera la de Auguste; experimentaba sensaciones extrañas en su cuerpo como si estuviera cometiendo el más terrible pecado.
Enrique se acercó para recibir a Jacobo IV de Escocia. Isabel salió corriendo rumbo a la casa; pensó en la noche que él habría pasado con esa mujer y se estremeció porque creyó que, quizá, el rey la habría visto observando desde la puerta.
La nodriza esclava, de Luján Fraix
(Gracias Estados Unidos y Reino Unido por la compra y las lecturas)
"Catedrales", de Claudia Piñeiro
"La llave de Sarah", de Tatiana de Rosnay
" Había algo adulto en la mirada solemne de sus ojos color avellana, en el modo pensativo en que levantaba la barbilla. Siempre había sido así, desde muy pequeña. Serena y madura; a veces demasiado madura para su edad."
"Después de la redada, enviaron a Drancy a los judíos sin hijos. Drancy se hallaba cerca de París, mientras que los otros campos estaban a más de una hora, perdidos en mitad de la tranquila campiña de Loiret. Fue aquí donde la policía francesa separó a los niños de sus padres sin que nadie se enterara."
"La verdad es más dura que la ignorancia."
La llave de Sarah, de Tatiana de Rosnay
"Las herederas de la Singer", de Ana Lena Rivera
" La vida se convirtió en una sucesión de días tristes, con su madre diciéndole todo lo que hacía mal en las interminables horas que pasaban cosiendo juntas y con dos hermanos que, lejos de suponer un alivio, sólo le daban trabajo pues, como correspondía en aquella época, era ella la que les lavaba la ropa, les preparaba la comida y limpiaba lo que ensuciaban."
"Roberto fue el gran amor de Florita, el más puro, el más intenso, y el único incondicional. Se llevó con él el corazón de su madre para mantenerlo a salvo, que a base de amor del bueno quedó convencida de que con los hombres era mejor ser querida que querer. Por eso, Florita pasó el resto de su vida dejándose querer."
"Las cosas que pasan más desapercibidas son las que se hacen a la luz del día."
Las herederas de la Singer, de Ana Lena Rivera
"Antes del fin", de Ernesto Sábato
"Tú, que te escondes", de Cristina Bajo
"La abuela francesa", de Luján Fraix
Melanie recordaba a
Elemir cuando entretenía a los niños igual que una nodriza del siglo XVl. Para
él todo era sorprendente porque se sentía turista y dueño de las tierras; con
un tesoro en las manos que no quería que nadie le arrebatara, ni siquiera la
muerte. Sin embargo, lo hizo despiadadamente y lo dejó más solo que cuando
pedía limosna en el pórtico de la iglesia de Santa Úrsula en Francia. El padre Honorato Liberté, aquella persona
sana que le enseñó a ser fuerte era un vago recuerdo igual que la estampa de
Elemir: el gaucho, el amigo incondicional, el alma y el cuerpo de François.
Por el postiguillo
de la puerta, se veían los ojos de Jeremías turbado por la ancianidad que venía
a contar cuentos junto con
Sólo conocen la
luz aquellos que tienen fe. Melanie de eso podía estar tranquila. Fue la fundadora de la
iglesia, quería a su colegio y a las hermanas Carmelitas de la Caridad y
concurría a misa de réquiem y en especial a la del jueves y viernes Santo y por
la Navidad. Esclava de los rezos y al servicio de quienes la necesitaban,
siguió los pasos de su madre con la humildad de los grandes, tal vez su porte y
el genio no dejaban ver su sensibilidad, el miedo a dejar a los seres queridos
sin protección y el terror a lo desconocido, pero estaba latente la nobleza
bajo el poncho de dama guerrera.
El día que Jeremías
murió había gorriones que volaban por las callejas donde se consumían las
mieses. Acudieron a despedirlo sus amores antiguos, Nicolás y Carlota, Elemir,
tan viejecito como él, todos los hijos postizos que educó y Melanie, su
compañera de lágrimas. La cara iluminada por la blancura de su alma parecía
sonreír a los descendientes que arrastraban su catecismo de consejos y
atenciones. Quizá hubiera tenido que llover en el instante del adiós para
corroborar su trayectoria, como dicen en el campo, pero el aguacero llegó al
otro día con las fiestas patronales.
La abuela francesa, de Luján Fraix
"La ciudad de vapor", de Carlos Ruiz Zafón
"La dueña de la santa", de Mariana Guarinoni
"---Quiso quedarse la santa, aquí se quedará---asintió Joao con la cabeza mientras hablaba---.Tendrás agua para beber del río y puedes cazar y pescar para sobrevivir. Y deberás construirle un refugio a la imagen, para que no se arruine de las lluvias. Desde hoy cuidarla es tu tarea: ya no serás mi esclavo, sino esclavo de la estatuilla. Vivirás para ocuparte de ella."
"Manoel volvía a ser libre, como antes de que lo apresaran en su selva natal. Sin amos, sin dueños, sin castigos, sin órdenes. Libre. Nunca había estado tan feliz en sus veintiséis años, porque volvía a tener un bien perdido, que antes no había valorado por considerarlo natural e indiscutible: su propia vida."
La dueña de la santa, Mariana Guarinoni
"Quebrada", de Mariana Travacio
"La cocinera de Frida", de Florencia Etcheves