Agosto
Agosto.
Tasha Tudor (1915-2008)
Había una vez... Tasha fue una ilustradora infantil que vivió una vida de cuentos.
Desarrolló un estilo de vida consagrada a la historia de un s. XIX -sembraba, hilaba, tejía, recogía huevos, ordeñaba cabras, dibujaba, leía, soñaba con un edén y para eso lo inventaba...-, puso tanto amor cultivando ese paraíso que coloreaba su día a día como en sus asombrosas acuarelas; vistió faldas largas con delantales, sweaters tejidos por ella, pañuelos en el pelo... La hechicera del jardín, la mujer que puso desafiar al tiempo y caminar sus propios pasos sin rendir cuentas, hacer lo que más le gustaba sin mirar al lado y rendirse ante la magia de la naturaleza, de los animales y de sus amores.
La liberación del alma
−Es
que la madre es todo para un niño: la protección, el amparo, el beso, la
caricia, el sostén… Crecer con un padre no fue lo mismo. Nunca lo es cuando el
vínculo materno es muy grande. Lo pudimos sobrellevar, pero no aceptarlo. La
muerte es la negación de la vida y nos costó mucho acostumbrarnos a su
ausencia, al silencio, a no ver su sonrisa ni a escuchar su voz. El entorno no
ayudaba porque la soledad era extrema. Si hubiéramos vivido en otro sitio, la
cercanía de la gente y de los conocidos nos hubiera dado una tregua al dolor,
pero Hanworth se parece a la nada misma y se instala hondamente en el corazón.
Hasta las enfermedades parecen atacar con más fuerza y nos obligan a sentirnos
más desvalidos y ancianos.(fragmento)
Hermanas Brontë
Le preocupaba la apariencia de todas las cosas... (Rosa Montero)
El alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada. (Gustavo Adolfo Bécquer)
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Tu sillón vacío. (Cap 3. Hipólito, escribe... 1era parte)
3-HIPÓLITO, ESCRIBE…
Las tropas francesas de Napoleón habían invadido España. Colocaron en el trono a José Bonaparte y alojaron en un castillo de Francia a Fernando VII, monarca reconocido por el pueblo español. Después de dos años de abnegada resistencia, España, que había sido casi totalmente ocupada, parecía vencida. Su gobierno, la Junta Central de Sevilla, había caído. En Cádiz, única ciudad libre, se había instalado a principios de 1810 un Consejo de Regencia que pretendía gobernar sin fuerzas ni recursos, ni derechos, sobre España y América. La hora de los patriotas había llegado.
…Cuando el día le pone una vincha rosa a la alborada, el chasqui, como un fantasma, va saliendo de la noche. Galopa hundiéndose en el desierto verde de la pampa o en la montaña enorme, bermeja. Se cuelga de las cumbres con el azul de los cerros en hombros y cruza la llanada con el incendio del sol en la cabeza…
Carlos Villafuerte
‒¿Cuántas cartas llegaron ya? −dijo con gesto cansino la criada Tadea.
‒¡Calla! ‒respondió Dolores y su mirada de complicidad. Ella iba guardando todas las misivas que traían los chasquis para Camila. Las ocultaba. En un primer momento pensó en romperlas pero ahora se las llevaba al cuarto y se reía de los poemas de amor que le enviaba a su hermana un tal Hipólito Sarratea, de un pueblo llamado Arribeños. Dolores estaba celosa. Doña Asunción no sabía nada y menos don Pedro.
‒¿Por qué no cuentan así nos reímos todos juntos? ‒exclamó Camila quien venía bajando las escaleras con una peineta española de carey en las manos. Iba a acompañar a doña Asunción a la misa de las seis.
‒De ti ‒respondió Dolores con un gesto divertido-. ¿Quién es un tal Hipólito Sarratea?
‒¡Qué!
‒Vamos, hermanita, escondes hombres por ahí. ¿Dónde los ocultas? ¿En el confesionario? ¿Acaso se trata del nuevo sacristán?
‒¡Deja de burlarte! ‒respondió Camila con timidez‒. No lo voy a contar todavía, ya lo sabrán en su momento.
‒Te advierto que si estás enamorada, papá lo va a correr como hace con todos los candidatos de nosotras que a él no le gustan.
‒¿Y por qué a Celestino lo aceptó?
‒Porque Consolación lo amenazó con escaparse con él una noche de luna llena cuando los hombres lobo trepan las azoteas para violar a señoritas finas.
‒Yo no tengo sentido del humor, déjame en paz.
Afuera, las estaba esperando Benito para llevarlas a la iglesia.
En la acera de enfrente y con el sombrero en la mano y una camisa con cuello palomita y pañuelo de seda, se acercaba Asencio Ugarte que venía a hacer su visita médica habitual.
‒La señora salió, fue a misa ‒le comunicó Tadea entrecerrando los ojos.
‒¡Qué lástima!
‒Ya que está acá… ¿Por qué no le da una miradita a la abuela Blanca?
‒¿Abuela? ‒respondió desconcertado Ugarte que no sabía de su existencia.
‒Sí, vive en una especie de desván del otro lado del patio. Es muy anciana y nadie la va a ver. Sólo yo le doy algunas medicinas caseras.
***
La Revolución de Mayo
-1810-
Tu sillón vacío (Cap 2. María de la Cruz. 3era parte)
A Consolación no le importaba tanto el dinero, pero había heredado el carácter fuerte de su padre. Estaba consagrada a un esposo díscolo y ausente que remarcaba la pobreza y que no hacía nada por superarse.
‒Duelen los silencios ‒dijo doña Asunción por lo bajo‒. Vamos para la casa. Bendiciones hija mía para ti y tu familia, especialmente para el ángel de María de la Cruz.
‒Gracias, madre. Usted sabe de mi corazón apretado pero también de mi amor por Celestino. Yo elegí vivir en esta llanura agreste llena de peligros porque acá está el abrazo.
‒Me entristeces. Pienso en los nativos y se me hiela el corazón.
‒Sabemos defendernos.
‒¡Amémonos hasta el más allá! ‒dijo a los gritos Dolores y escapó en dirección a la galera con un vestido de muselina color marfil con corte debajo del busto estilo imperio.
‒Consolación lleva a la niña para el pueblo seguido… Yo soy la madrina y la quiero demasiado. Prométeme que lo harás ‒exclamó Camila con un gesto de ensoñación.
Las aristocráticas señoritas Aguirre tenían un hermano varón que se llamaba Agustín y que vivía en ese mismo establecimiento rural. Es que era algo bohemio; una tarde escapó de La Escalada para acompañar, como un gaucho autóctono, a Consolación en aquella planicie despoblada y carente de las necesidades básicas. Él criaba cerdos con postura de capataz en los fondos del rancho mientras hacía el inventario de los bienes y efectos.
Agustín era baqueano y rastreador, hábil en la doma y en el manejo del caballo y diestro en los trabajos relacionados con la ganadería como arreos, rodeos y yerras. Se vestía con chiripá, bota de potro y chambergo con barbijo. Usaba un cuchillo como elemento imprescindible: arma, herramienta, utensilio. Agustín iba siempre a caballo pues no era posible imaginarlo a pie.
‒Estás completito con tu recado, lazo, boleadoras, facón y espuelas. No entiendo esa pasión ‒le comentó Celestino debajo de los tilos al anochecer.
‒Es que me gusta esta vida. ¿Los molesto? Porque si es así me marcho ‒respondió Agustín algo confundido.
‒No, hombre. Sólo que a mí me parece que escapas de don Pedro. Hoy no lo viniste a saludar y es tu padre.
‒Es que él tiene tan mal carácter y es capaz de arrastrarme por las bombachas hasta el pueblo.
‒Es cierto, por ahora se ha mantenido tranquilo, pero no sabemos por cuánto tiempo.
‒Roguemos que se olvide que tiene un hijo varón.
‒No creo.
‒Es que está ocupado en casar a sus otras hijas con acaudalados señores de apellido.
‒No sé si lo conseguirá. Sabes que tus hermanas son señoritas difíciles. Tienen un genio de los demonios.
‒Algunas de ellas como Angustias, Dolores y Bernardina porque Gertrudis y Camila son dos pedacitos de cielo.
‒Puede ser ‒respondió Celestino incrédulo porque las veía a todas bajo el mismo manto, repitiendo las idénticas palabras sin medir las consecuencias.
Consolación sabía lo que eran las noches tiranas cuando bajaba los ojos y lloraba. Estaba sola con Celestino, Agustín y la niña a merced de los aborígenes que mataban, robaban lana y a veces se llevaban a los recién nacidos. Se aferró al esposo. Él iba delante de sus propios pasos, en desventaja, en medio de la niebla de su incapacidad. Eran como un mismo ser dividido, se adivinaban los pensamientos sin proponérselo. Sabían de incomprensiones cotidianas y de odios instantáneos y fugaces. Se amaban sin excesos porque sabían que se hallaban en la otra orilla.
‒¿Por qué te alejas cuando viene mi familia de visita?
‒Es que tu padre tiene tan poca tolerancia. No soporta a quien piensa diferente.
‒Es que está muy mayor.
‒Eso no tiene nada que ver. Yo lo veo vital y autoritario. Incapaz de asumir algún error y de tener un poco de humildad.
‒Debemos acostumbrarnos a convivir con él y mis hermanas porque seguramente ahora vendrán más seguido a la chacra.
‒Lo raro es que no pregunta por Agustín.
‒Sí. Nunca lo quiso, no sé… Mejor para él.
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En la llanura y en las colinas se secaron las charcas después de la lluvia y los patos y los gansos venían al estanque en la primera hora de la mañana. Era un placer para Consolación bajar hasta allí, donde los juncos crecían en el lodo y formaban una mancha verde frente al paisaje pardo.
Los nativos se volvían silentes con la sequía pero comprendían mejor el tiempo que cualquiera y podían arremeter contra los sembrados cuando el odio les jugaba una mala pasada.
Celestino, absorto y preocupado, permanecía a la vera de los días con el sueño errante en un suspiro. Parecía anestesiado, con el sopor de un felino doméstico que espera la caricia que no llega. Consolación podía ver que, más allá de la transparencia de los ojos de María de la Cruz, una nube de polvo se cernía sobre su cabeza. Debía hacer frente a un tiempo de discordias porque conocía de desafíos y porque le gustaba enfrentar lo impredecible. Perder significaba no intentarlo y ella tenía que demostrar, a su padre especialmente, que ya era una mujer.
La Revolución de Mayo
-1810-
Tu sillón vacío (Cap 2. María de la Cruz. 2da parte)
La casa con techo plano tenía un cuarto que parecía ser el de María de la Cruz. Afuera, en medio del patio de tierra pisoteado por las gallinas y los pavos, que daba entre la enramada y el palenque, había un galpón chico con un fogón hecho con una llanta de carro y lleno de ceniza. Algunos peones pasaban la noche allí en tiempos de cosechas.
A la distancia, entre la polvareda, que dejaba rastros de luz, se veía una galera.
‒Es mi padre ‒comentó Consolación nerviosa pues recibir a su familia en la sencilla casa la enfermaba a tal punto que no se reconocía, es que sabía que detrás de los abrazos llegaban los reproches.
‒Me crispa los nervios llegar a esta granja ‒dijo don Pedro.
‒Dices que tienes corazón sólo porque sientes sus latidos.
‒¿Piensas que no la quiero a nuestra hija?
‒No haces esfuerzo por demostrar afecto ‒respondió doña Asunción.
‒Es que me molesta todo.
‒Padre, es nuestra hermana. Dios sabe cuántas veces ha caminado bajo los olmos en la oscuridad ‒murmuró Gertrudis.
‒¡Es lo que eligió! ¡Si sufre no es mi problema!
Camila era la madrina de María de la Cruz y le había traído de regalo un vestido esponjoso de encajes franceses. Camila, suave y dócil, amaba a la niña como si fuera su propia hija; tenía deseos de protegerla porque sentía que Consolación, a pesar de ser su hermana mayor, se hallaba a la intemperie, huérfana. Es que don Pedro no la apoyaba en nada. Camila veía, por momentos, a Consolación algo dispersa y a Celestino callado, eso le daba temor.
‒Al hombre hay que amarlo por sus sentimientos, por su corazón… No importa si tiene dinero o buen apellido ‒decía Camila frente a las hermanas que pensaban diferente.
Don Pedro y su esposa Asunción se bajaron de la galera con sus hijas arrogantes y todo el glamour de su poderío. Celestino los miró de lejos y supo que su tranquilidad estaba en peligro porque el soberbio hombre de negocios no dejaba de mostrarse molesto y hasta incómodo en la modesta casa. Celestino Peña se ofendía muchísimo y hasta llegó a negarle el saludo más de una vez, pero jamás lo mencionó en ninguna charla. Era muy respetuoso. No quería herir a nadie; ésa era su premisa aunque un batallón de insensibles le pasara por encima.
‒Miren que pronto va a oscurecer… ‒comentó Consolación con cierta ironía, completamente fastidiada ante la llegada intempestiva de su refinada familia. No pensaba que vendrían todos, solamente esperaba a Camila.
‒Hija, felicidades.
‒Gracias, pero no tenían que molestarse en venir hasta la granja.
‒¡Papá, por favor! No lastime con sus palabras. A usted nadie lo molesta. Yo decidí mi futuro.
‒Sin mi consentimiento.
‒Bueno, cálmese, padre. No es momento de reproches ‒dijo nuevamente Consolación con un miedo terrible de que Celestino escuchase aquellas palabras ofensivas; sin embargo, él, detrás de la puerta, había oído la conversación y sentía un dolor precordial que lo asustaba.
Celestino estaba condenado a la discriminación eterna de un suegro intransigente que no poseía un gesto de humildad frente a quienes no habían llegado a sumar riqueza. Él se encerraba en ciertos mandatos institucionales, se hallaba preso en pautas establecidas y rígidas que se inclinaban hacia conductas generales.
Tu sillón vacío. (Cap 2. María de la Cruz. 1era parte)
2-MARÍA DE LA CRUZ
Desde fines del siglo XVIII grupos ilustrados de las principales ciudades de la América española entre ellas Buenos Aires, integrados en su mayoría por jóvenes criollos, habían adoptado con entusiasmo las nuevas ideas. Éstas, muy difundidas por la independencia de los estados norteamericanos y por la Revolución francesa, proclamaban como justas y necesarias la libertad de los pueblos y la igualdad de los hombres.
Como consecuencia de los heroicos triunfos logrados durante las invasiones inglesas, los grupos porteños tomaron conciencia de su poder. Los españoles peninsulares habían luchado con igual valor que los nativos pero estos últimos eran ya gran mayoría.
Desde entonces la actividad política se hizo más intensa. Muchos de estos patriotas que habían estudiado en las universidades de España, Córdoba o Charcas como Belgrano, Moreno, Castelli, Paso, gozaban de prestigio en la ciudad y ocupaban importantes cargos políticos. Otros como Saavedra, Martín Rodríguez, Azcuénaga, eran altos jefes militares.
Reunían entonces ideas, talento y fuerza. Era natural que quisieran gobernar su propia tierra.
Sólo les faltaba la oportunidad.
‒Los oficios son para los esclavos, la gente de alta sociedad debe elegir la carrera sacerdotal, militar o política. El trabajo dignifica, ya sea manual e intelectual, y somos los padres los que debemos dirigir a los hijos hacia el mejor propósito. Eso de la vocación es una tontería. Hay que mirar qué es lo que más le conviene en la vida a cada uno, lo que dé dinero ‒le comentaba don Pedro a Bernardino Pinedo a través de la tapia que separaba ambas casas.
‒Vamos, apúrate Pedro, que tenemos que salir para el bautismo de María de la Cruz. Llegaremos tarde.
‒¡Amigo! ¡Qué disgusto! Tengo que ir a la chacra de mi hija Consolación y me siento tan impotente. Es que no puedo ver la pobreza. Me hace daño a la vista.
‒El ocio es el que lleva a la miseria porque genera vicios y suele convertir al hombre en un perdido ‒exclamó Bernardino con un tono solemne de voz.
‒No es el caso, Celestino, el esposo de mi hija, es un humilde trabajador de campo pero demasiado pusilánime. De esos hombres resignados y apáticos que se conforman con lo fácil y que no arriesgan nada.
‒¡Vamos, hombre! ‒volvió a gritar Asunción quien era la única en la casa que trataba a don Pedro con esos modales. Él se lo permitía.
‒Me disculpa querido amigo, mañana seguiremos hablando de nuestros descendientes y de la terra patrum en donde hemos nacido.
‒Así será, don Pedro.
La criada Tadea no tenía respiro con los preparativos. Ayudaba con la ropa que iban a usar las damas, los regalitos para la recién nacida y algunos obsequios que doña Asunción llevaba escondidos para su hija Consolación. Se veía obligada por el amor de madre a ayudarla. Trataba de no ver la miseria en la que vivía, pero tampoco podía dejarla sola aunque ésa había sido su elección.
‒Parece que se está gestando una Revolución.
‒Por favor, Pedro, no me hables de política que estoy apurada. ¡Niñas! ¡Es tarde!
La galera se hallaba esperando en la puerta de la residencia con Benito sentado desde hacía dos horas.
“Estos ricos lo único que tienen es la nariz respingada”, pensó.
‒Ay… Benito, Benito ‒dijo don Pedro‒. Las mujeres son una caja de sorpresas.
Mercado Libre (Argentina)
---"Buenas y Santas..."Los hijos olvidados. + "Septiembre" (poemas, 2007)
---"La abuela francesa". De Suiza a América-1865
---"Puerto soledad". Guerra de Malvinas-1982
Hellen, escribe... Guerra de Malvinas-1982
Tu sillón vacío. (Cap I. Seis hermanas. 3ra parte)
‒No pierda el tiempo, don.
‒¿Por qué mi querida señora?
‒Estas hijas mías son amargas y no se les conoce ni el llanto ni la risa.
‒Yo sé esperar…
Doña Asunción continuaba su camino entre risas y Dolores miraba a Cándido por encima de los hombros, con soberbia. No sabía que la belleza era sólo un envase efímero y que lo que importaba en la vida eran los sentimientos: la bondad, el amor, la sinceridad, dar con humildad a quien lo necesitaba sin esperar nada.
En el campo el gaucho acudía desde grandes estancias a las pulperías aprovechando los días festivos. Le gustaba el asado y algunas bebidas, cantaba y bailaba danzas regionales. Frecuentemente, competían algunos cantores y payadores improvisando versos o repitiendo coplas, acompañándose con sus guitarras.
No faltaban además otra clase de juegos, las consabidas carreras de caballos y diversas pruebas realizadas con lazos y cuchillos que manejaban con asombrosa destreza.
En una especie de altillo de techo bajo con tejuelas coloniales, alejado del bullicio de la calle y de las conversaciones familiares, vivía la abuela Blanca, madre de don Pedro. La criada negra no permitía, por orden del patrón, que nadie se acercase a ella porque decía que estaba muy anciana y que hacía comentarios absurdos y fuera de lugar. Tal vez, tenía miedo que la noble señora fuera a decir algo que comprometiera a alguien.
‒Afuera está la luz mala y las víboras venenosas ‒gritó Blanca desde la ventanita cerrada con los postigones. No se le veía la cara pero sí se escuchaba su voz. Parecía una prisionera.
‒¿Qué dice la abuela? ‒preguntó Angustias pues tenía intenciones de ir a buscarla para que tomara un poco de sol.
‒¡Nada! ‒contestó la criada Tadea quien tenía órdenes de no dejar el camino libre para que nadie se acercara a Blanca. Don Pedro la había sentenciado y ella cumplía el mandato como una sierva que era desde tiempos inmemoriales.
‒Madre, ¿por qué la abuela está encerrada?
‒Esos no son asuntos nuestros, es tu padre el que toma las decisiones.
‒Me da lástima. Ella no se merece vivir así ‒exclamó Camila que era la más sensible de las hermanas.
‒¡Qué significan esas preguntas! ‒dijo, de repente, don Pedro que llegaba de hacer unos negocios en su galera.
‒Nada, padre, disculpe. Le quería avisar, ya que lo encuentro presente, que en unos días van a bautizar a María de la Cruz, la hija de nuestra hermana Consolación y me ha pedido que sea la madrina.
‒Está bien, le doy permiso. Todos iremos a esa celebración para ver, con dolor, en la miseria en que vive mi pobre hija. No me resigno a la existencia que lleva pero ella se lo ha buscado. Me enfrentó como ninguna hija debe hacerlo y allí están las consecuencias. Eso es lo que ocurre cuando desobedecen al padre.
‒Ella estaba enamorada de Celestino, padre. ¿Eso no cuenta?
‒Pues, no para una mujer con dinero. No se habla más del tema. Estoy agobiado por la falta de respeto de algunas de ustedes.
‒Yo lo escucho, padre.
‒Más vale.
De repente, golpearon a la puerta.
‒Yo voy ‒dijo Dolores más apurada que de costumbre antes de que don Pedro se lo impidiera.
Eran los chasquis que traían un mensaje. Por lo general, ellos se conducían habitualmente en galeras pero cuando la correspondencia era de carácter urgente llegaban veloces caballos que recorrían las extensas distancias. Algunas veces entregaban su correspondencia a otros chasquis que los aguardaban en las postas. El jinete cambiaba de caballo y proseguía la carrera.
‒Gracias ‒respondió Dolores y sacó de su bolsillo un dinero para el hombre que la miraba extenuado por el viaje‒. ¿Quiere un vaso de agua?
‒Por favor.
‒Espere aquí que ya vengo.
‒La criada Tadea interrumpió el paso de la niña Dolores, por orden de don Pedro, y fue ella misma quien le entregó el agua al sediento mensajero de las pampas.
‒Gracias, doña.
‒De nada, cuídese ‒exclamó Tadea con benevolencia y por lo bajo.
Cuando llegó a la sala vio que la carta era para Camila y que Dolores, con lágrimas en los ojos, no se la quería entregar.
Don Pedro observaba todo detrás de la puerta del patio de invierno.
La buhardilla