Enero 2024
Enero 2024.
Los días semejantes
Mis libros favoritos del 2023
Género: drama
"Los días semejantes"
Por los caminos de agua
------------------------
❤Gracias Sara B. S. Schutt por tenerme presente. Es una alegría enorme para mí. Muchos cariños, amiga.
"El alma tiene ilusiones, como el pájaro alas. Eso es lo que la sostiene", Victor Hugo
Susan
caminó por el campo abierto.
Con
la niña en brazos, ya grande, y el bolso se le hacía dificultoso esquivar la
maleza, aunque existía un camino de hormigas trazado con anterioridad por
alguien que recorría los senderos espinosos para ver de cerca el fruto de su
trabajo.
Se
escondió detrás de unas matas y observó la casa. Se la veía solitaria: dos o tres
gallinas, un pato, tres palomas sobre el tejado que daba a un pequeño altillo o
buhardilla. Había humo detrás de la vivienda cerca del terreno lindero. Se oían
risas, la alegría que contagiaba, y una felicidad genuina de seres especiales.
Susan
caminó con rapidez y sigilo; temía ser vista por alguien. Los habitantes del
predio se hallaban de fiesta en los fondos. Dentro, en la cocina y el comedor,
todo estaba limpio y ordenado. Silenciosa, se desplazó por un pasillo oscuro
con algunos retratos colgados de la pared. Pensó que no era el momento de mirar
quienes eran esos seres que venían del pasado a observar el presente matemático
y exacto. Susan halló la escalera que llevaba al altillo, era de hierro. Tocó
el picaporte de la puerta y estaba cerrada. Se lamentó; tenía la esperanza de
encontrarla abierta. Miró a los costados. Le dolían los brazos de sostener el
bolso y a Alma. Vio que debajo de una maceta asomaba una cinta roja. Tiró de
ella y apareció una llave.
Cuentos de Navidad: historias de abuelos
Bendita
noche.
Cuando
se encendían las luces se alimentaban historias y eran tan nuestras, tan tuyas,
únicas. En algunas, el tiempo de unión se desdibujaba para transformarse en
dueño de las decisiones.
El
abuelo Toto cenaba, no le importaba cuál era la comida que le servía su hija, y
se iba a dormir como las gallinas, a las ocho de la noche. No hablaba de la
Navidad ni de nada parecido. No le importaba la fecha ni la recordaba… De niño,
su padre para esas épocas lo enviaba a arar la tierra y por eso, tal vez, Toto
nunca pudo adaptarse a la risa y a los abrazos festivos. Su mundo interno era
más grande y lo abarcaba todo: pasado y presente.
Lucas
era diferente, muy extrovertido y alegre; cenaba rápido con su pequeña familia
y se iba a dormir más rápido aún para levantarse a las doce de la noche. Quería
estar descansado para ese sublime momento donde se encontraba con los hermanos
y gente amiga del hijo, jóvenes que reían y compartían escenas atemporales:
abrazos, sueños, metas… A Lucas le brillaban los ojos y acariciaba su mascota
que adoraba como a una hija. Más tarde, salía a ver las luces artificiales
hasta altas horas de la madrugada. Ya no pensaba en dormir porque se confundía
entre la juventud, reclamando menos años y más vida por delante.
−¡No
quiero que venga nadie! –decía la abuela Lula que tenía varios hijos, nietos y
bisnietos. Ella se encerraba en su casa colonial; en esa soledad se sentía
acompañada por aquel esposo que había partido y por los ecos de las voces
lejanas. Ése era su refugio Navideño. Las risas y la música le traían más
soledad a su alma y prefería el silencio de capilla de los muros algodonados y
dueños de su felicidad juvenil: años de dicha plena y de disfrute por el campo
entre malvones, gatos y tortas de limón.
La
casa se hallaba en silencio.
−¡Qué
nadie entre en la cocina! –gritaba el abuelo Ángel.
Él
preparaba la comida todo el día; iba y venía entre los cacharros y hasta
arrojaba semillas al piso con las que jugaba el gato Tino.
−Tengo
sed –decía alguien que intentaba acercarse porque el calor de diciembre
abrasaba−. ¡Fuera! –volvía a gritar Ángel.
A la
noche, todos sentados a la mesa, se deleitaban con sus platos aderezados con
demasiados yuyos y especias como le gustaba al abuelo. Lo aplaudían entre
halagos dulzones, le dedicaban miles de palabras y lo obligaban a dar alusivos
discursos propios de la fecha. Cuando se sentaba, después del ceremonial,
levantaba la copa y cerraba los ojos… ¡Tanto! Que se dormía. Es que había
trabajado mucho todo el día para ellos y por ellos. Ángel era muy generoso y
solamente le importaba dar felicidad a su familia. Él dormía y despertaba como
los gatos contentos.
El
abuelo Roque, en cambio, se sentaba en la noche a mirar las estrellas que
iluminaban la llanura. Humilde y solitario, extrañaba a su esposa y en esa
fecha, bajo el manto de las sombras, se comunicaba con ella.
−Cuida
a nuestros hijos y nietos que no pude conocer… −parecía escucharla.
Roque
se perdía en el horizonte imaginando las luces de todos los árboles de Navidad
para traer paz a su alma triste, pero no le alcanzaba… Los tiempos felices se
habían agotado en esa tierra bendecida y tenía que aprender a caminar solo,
resignado, sin su compañera. Los hijos, dentro de la casa, hablaban y repartían
regalos, sin reparar en su ausencia. Ya lo conocían y preferían no molestarlo.
En su mundo era dueño de su propia Navidad y eso ya era demasiado. Con todos
los perros a sus pies, él parecía una pintura del 1800, grabada a fuego en el
recuerdo de su familia.
❤❤❤❤❤
Hellen, escribe...
“Sé
que estás cerca porque te presiento, Hellen. Y como te presiento te extraño. Sé
que estás por acá entre los montes, muerta de frío; quizá, buscándome en la
oscuridad y gritando mi nombre con toda la voz para que el viento me lo traiga,
y nos encontremos abrazados en la hondonada más abajo, a la luz de las
bengalas. No sé por qué se me ocurren esas tonterías, podrías estar muerta
dentro de tu vivienda o contra alguna roca como dormitando”, pensó Facundo
mientras iba rumbo a las islas.
A
Facundo no se le cruzaba por la mente que Hellen hubiera partido para
Inglaterra o que estuviera casada y con algún nieto por venir. Él la seguía
viendo joven entre las trazadoras, el ruido sordo que traía el viento, los
disparos y las bombas de fósforo que se abrían contra el horizonte.
¡Levántate
que vienen! Mamá… mamá.
Cuánta
paz le daba esa palabra; la sangre se volvía escarapela y orgullo. Y aparecía
su madre llevándolo al colegio con el guardapolvo blanco en aquellas tardes de
mayo. Nunca podría haber imaginado que treinta años después iba a recordar con
tanto amor ese lejano pasado, como queriendo volver a esa edad para cambiar la
historia.
Perder el Alma
−¿De
dónde vienes?
−De
atrás del galpón. Fui a mostrarle los caballos a Alma. La naturaleza hace bien,
llena de energía y sana el cuerpo. Es un paraíso, el cielo mismo.
−¿Qué?
No sabía que ver caballos daba tanta paz.
−Caballos,
perros, pájaros… El viento aleteando igual que mariposas rojas, el aljibe y el
molino. ¡Tantas cosas! El sol es otro sol y calienta aunque no alumbre. La
lluvia es bonita, un arrullo, y adormece las palabras. Ese silencio también
cura porque obliga a la reflexión. Y aparecen los recuerdos, las risas, los
abrazos… Es otra vida. Yo no la conocía y ahora me siento bendecida por ese
jardín de hortensias y de rosas. La sabiduría de los años huele a fogatas bajo
la luna y a huertas. ¡Qué serenidad da alejarse de los otros, dejando correr la
vista por los tejados, por los patios que desbordan de plantas, con sus fuentes
de agua! Y las sementeras y los cañaverales frente a las golondrinas. ¡Cuánta
poesía que me sostiene! Por suerte la he descubierto.
Perder el Alma. Me deben una vida...
Cuentos de Navidad II
La abuela francesa. De Suiza a América-1865
Alberto entró por el portón de la casa sobre una caballo blanco, a la cabeza de su tropa. Lo seguía un carruaje de regalos para Navidad. La abuela Melanie parecía un Papá Noel del siglo XlX en Europa con su ropaje caliente y abultado. Alberto, a pesar de su juventud, era un buen conocedor de los objetos bellos.
Melanie era generosa. Le trajo a Juana
doce pocillos de porcelana ribeteados en oro con sus respectivos platos;
estaban hechos en París y eran propiedad de su mamá Francisca; a Eduardo,
gemelos de plata; a Carmen, que era su ahijada, le regaló pendientes fabricados
en Suiza, con perlas y rubíes; para la niña Melanie trajo libros ilustrados por
artistas italianos de excelentes encuadernaciones; a Alberto le obsequió el
primer traje y a Julio un equipo de caza.
Esa noche, cuando se
sentaron a comer bajo los ojos vigilantes de Eduardo, Melanie sorprendió a
todos. Los miró furtivamente por encima del pollo con papas y luego bajó la
vista con rapidez. Eduardo le devolvió el gesto. Lo inquietaba la manera de la
abuela al expresar sus sentimientos porque tenía los ojos negros y crueles a
pesar de su aparente tristeza. La luz de la vela titilaba cuando levantaban los
rostros. La voz de Melanie era débil y confusa, y se mostraba con la dejadez
propia de quien espera un segundo más para continuar; sin embargo, su mal humor
acérrimo aumentaba porque, quizá se daba cuenta de sus limitaciones.
En familia
conversaron sobre las historias de Viena.
Eduardo contó sus
travesuras de la niñez y recordaron a François que cuando llegó de Francia fue
a mendigar a los mercados, a observar la vida de los pobres y a las tabernas
donde los mercaderes húngaros vendían sus cuentas de vidrio.
Melanie dormitaba
vestida de terciopelo pues tenía frío, en los calores del estío; otra Navidad
sin protección, arrodillada al servicio de su prole y bajo la lumbrera.
Los nietos ya
estaban grandes y no la necesitaban tanto; podría exiliarse en la melancolía a
remendar enaguas y poder así disipar la opresión de un pecho que reclamaba una
paz que no encontraba en ningún sitio.
Nada le devolvía las
alas y la alegría porque había perdido el asombro por lo desconocido. Sólo
recordaba, día y noche, su motivo para llorar.
No existía el futuro en el horizonte de Melanie porque ya no tenía una meta. Todo, absolutamente todo, lo había logrado.
❤❤
Posts relacionados
"Vera Violetta". Cuentos del día después...
Gracias lectores de América por adquirir este libro en tapa blanda.
Buenas y Santas... Los hijos olvidados
BUENAS Y SANTAS...
Los siete dones. Ella eligió perdonar...
4-JULIÁN
Juliancito
era un niño que iba y venía por la calle. La gente lo ayudaba porque parecía
huérfano. Las empleadas de la casona de los Guerrero lo hacían pasar a la
cocina y le ofrecían alguna merienda. Él miraba de reojo por la puerta que daba
a la sala y solía ver a Milagros ingresar a algún cuarto a curiosear. La
observaba con detenimiento, le parecía una muñeca de seda.
Dicen
que el muchacho merodeaba las callejas retorcidas, sucias y estrechas, cerca
del barrio en que vivía alguien de su familia. Las casas eran de madera;
parecían esqueletos apilados formados por vigas entrecruzadas con materiales
revestidos en yeso. Allí varias familias vivían hacinadas y sumidas en la más
horrorosa pobreza. Las borracheras, las peleas con arma blanca, los duelos,
entre los habitantes crispados estaban a la orden del día.
Julián
sabía que si regresaba a la noche con las manos vacías alguien le daría una
paliza. No estaba seguro de que si era su padre. Los veía raros, enfermos, no
los quería… Una mujer, a quien consideraba algo parecido a una madre, le
llevaba pasada la medianoche algún mendrugo de pan a hurtadillas antes de que
la abuela comenzara a vociferar incoherencias.
Por
eso y mucho más, desde temprano, comenzaba a vagar, y llegaba cansado a la casa
de los Guerrero, donde se sentaba en la vereda y se dormía. Parecía ser su
refugio, un lugar de paz. Si nadie lo llamaba, allí se quedaba con la memoria
desierta y el deseo de cambiar el ocio por cuentos de aventuras en un hogar
cargado de afecto auténtico. Se sentía tan solo. Tenía catorce años.
Julián
no sabía nada de la vida de las personas de alta sociedad, pero le daban
sosiego. Aunque estuvieran tristes no gritaban ni amenazaban con golpearlo, y
eso ya era un buen presente. Tal vez, le darían con el tiempo algún trabajo.
Tenían demasiado dinero.
Milagros pasaba delante de él con un gesto de soberbia. Se veía como una reina y con la autoridad para humillarlo. Eso no se lo había enseñado su madre, eso era lo que veía en las residencias que visitaba junto a don Aurelio. Ella era una niña buena y sensible, amable, pero demasiado curiosa y madura. Las consecuencias de andar por lugares impropios para su edad la estaban perjudicando; sin embargo, su padre no se daba cuenta. Estaba demasiado ocupado en sus negocios que no le daban respiro y por ello descuidaba el hogar, a su esposa, y llevaba por un camino aciago a la pobre Milagros que en la casa se aburría demasiado.
Dolores,
su madre, siempre se hallaba en tertulias con sus amigas de turno y era
Bernarda quien le cocinaba, le leía cuentos, la abrigaba cuando tenía fiebre o
la llevaba al médico.
−Pareces gallina con pollos –exclama Milagros cuando veía a Bernarda arroparla demasiado por las noches frías−. Gracias - y la tomaba del brazo y se lo tiraba, tanto, tanto… que Bernarda se caía sobre la cama junto a ella y entonces Milagros la tapaba con la colcha y le decía: me tienes que contar un cuento inventado. ¡Comienza ya!
−Oh,
niña, hoy no tengo inspiración porque estoy cansada.
−¡No!
−Había
una vez… la vida.
−¿La
vida?
−Sí,
la de muchos y la de todos. Algunas muy diferentes a otras.
−Yo
conozco una que es desgarradora.
−¿Cuál?
–preguntó Bernarda asombrada.
−La
de un muchacho, Julián se llama. Es un mendigo y vive, con sueño y frío,
acurrucado en las veredas. Tiene soledad en los ojos y las zapatillas rotas.
Necesita amor, pero yo lo miro de lejos y con desconfianza.
−Me
parece bien. No debes hablar con nadie. Cuidado.
−¿Por
qué?
−Porque
no sabes cómo ha sido educado y qué busca. A los desconocidos no hay que
mirarlos. Ignóralo.
Los siete dones
Luchó por lo que consideraba correcto: sus ideales, la rebeldía, el deseo de ayudar a Julián, un vagabundo, y de clamar por la justicia para ella y para los demás. Así arriesgó hasta lo que no tenía por la libertad, mientras otros, extraños o no, la humillaban y se encargaban de colocar las cosas en su lugar.
La vida la sorprendió y tuvo que esconderse en los claustros del templo de San Andrés. Con ese presente, enfrentó a la sociedad de la época. Ser libre era su prioridad.
¿Quién tuvo el coraje para enfrentar a don Aurelio Correa Viale, el poderoso militar?
¿Era el mismo que sorprendió a Milagros aquella tarde en “Las Acacias”?
Diciembre...Carta Abierta. Comunicación y Cultura---Juan Botana
Aluen (luz de luna)
💞ALUEN-la novela plagiada en Amazon en su totalidad-ha cambiado de portada. Decidí darle la original, la que tenía allá por el 2021 porque muestra la realidad de un niño solo, perdido... La esencia de la historia, su encrucijada, la búsqueda, el vacío...
--------------------------------------------------------------------
-LA COLONIZACIÓN DE LA PATAGONIA ARGENTINA-
-LOS INDIOS TEHUELCHES-
Licia. Hermana mía