Como los bordados de la abuela Melanie

 



 La abuela Melanie era dueña de su vida y referente de los inmigrantes que seguían sus pasos. Sabía contar las horas entre la incertidumbre de pisar las nuevas tierras y el amor que todo lo curaba.

Era artífice de las horas y pilar de esos descendientes del sol y de la patria. Quería poblar los confines del sur con la convicción de que se podía ser buena gente sin dejar de reconocer que no eran bien mirados. Otros ocupaban esos puestos y había que respetarlos...

Los inmigrantes en Argentina dejaron un legado que hoy es el sostén de esos caminos poblados de brotes porque supieron cómo levantar un país: sacrificio, trabajo, amor... respeto.

La abuela francesa

De Suiza a América

-1865

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LOS INMIGRANTES
LA LUCHA FEMENINA
EL AMOR

Ellos soñaban con un territorio lejano, próspero y contaban de él mil relatos fantásticos. Camaradas de ese mar, desafiaron las leyes tras recibir algún mensaje divino y pudieron vencer los obstáculos. Aquella mujer, una indomable guerrera de la vida, se instaló en la vivienda con una parcela de ochenta hectáreas que las compañías inglesas les entregaban junto con los víveres y arados, además de los bueyes y manceras, ya que debían pagar ese terreno con su faena.

Construyó fosas e hizo guardia de noche para defenderse de los ataques, al mismo tiempo cavó pozos y colocó cadenas que anunciaban la llegada de los nativos. La joven se casó con su primer esposo y tuvo seis hijos y cuando él murió, ella continuó con los animales y los sembrados que atestiguaban toda la abnegación de una dama solitaria en pie de guerra. Pagó sus tierras, compró más hectáreas y edificó una fábrica de queso con numerosos empleados; la producción era vendida después en la población vecina. Tiempo más tarde conoció a François que venía de los combates de Europa y le dio trabajo en su establecimiento.

Melanie fue una de las primeras fundadoras del pueblo, donó dinero para la construcción del templo y para los bancos de la Basílica “Nuestra Señora del Pilar” que llevaban su nombre en letras doradas y que actualmente se encuentran en la capilla del Colegio Católico “Niño Jesús de Praga”. Melanie y François se casaron y tuvieron tres hijos, pero al tiempo el francés murió con su opulento título de militar y su afán desmedido de contienda.

Ella, viuda dos veces, dio examen frente al Ser Supremo y partió en busca de la dicha perdida. Comenzó a viajar constantemente a Francia ya que amaba la tierra de Colette, aquella viejecita de nívea mirada, madre de François. Con los años acrecentó su capital y se convirtió en una mujer de carácter que fue un ejemplo de lucha para las generaciones futuras. Melanie, en la estancia, era una hacendada orgullosa de su patrimonio que había logrado ella sola con la furia de su genio, duro y varonil. Tuvo alegrías que compartió bajo la higuera donde se reunía con sus nietos que le decían Gra-Mamá. Sintió el cariño y la nostalgia, el desarraigo y la grandeza como vivencias auténticas; dio vida a otros con sus mismos ojos y con su valentía: seres libres en busca de legados, caballeros irrepetibles y campesinos buenos.