LICIA-Hermana mía (Cap I En tiempos de Voltaire 3era parte)
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LICIA-Hermana mía (Cap I En tiempos de Voltaire 3ra parte),
LICIA-Hermana mía---Luján Fraix
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Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
mayo 14, 2020
El
domingo siguiente, bautizaron a Celine. Los padrinos fueron Sofie, hermana de
Rosalie, y Honorato, un amigo de Antoine compañero de trabajo, hijo de un
cirujano director del hospital municipal.
El
templo tenía una nave, varios pasillos y un altar elevado en el ábside al
extremo oriental para que los feligreses miraran en dirección a la tierra del
nacimiento y la crucifixión de Jesús. Los modelos usados por la iglesia de tipo
Bizantino fueron el diseño en cruz griega, compuesto de cuatro brazos de igual
longitud y de planta centralizada. A partir del siglo XI, en el norte de
Europa, se usó el diseño en cruz latina, con un brazo más largo que los otros
tres; en éste se situaba la nave central, sobre la intersección se colocaba una
cúpula o chapitel.
Había
varios sacerdotes que pulsaban sus liras, arrancándoles acordes casi
imperceptibles y en los intervalos se oía el tintineo de la cadenita de oro que
llevaba Celine, regalo de su madrina Sofie.
La
niña era especial. La misma luna la había bañado con su palidez de nácar y una
esencia divina la envolvía con un velo sutil. Sus pupilas parecían mirar lejos,
más allá de los espacios terrenales. Entre sus ropas llevaba un broche con una
lira de ébano.
‒Habéis
visto sus hermosos ojos bajo sus cejas, son como estrellas‒le dijo Honorato a
Antoine en el templo.
Cuando
ella apareció frente a los creyentes palidecieron las antorchas.
‒Es
bella pero no santa.
‒Tiene
un halo de luz que oscurece las miradas.
‒Es
simplemente una niña, hija de padres honestos y sencillos que trabajan para
vivir y que no tienen demasiadas ambiciones.
La
claridad del sol se elevaba a ras de los techos y sobre la urbe. Los vidrios
esmerilados del templo irradiaban fulgores como gruesos diamantes. Antoine,
humilde de alma, sentía que lo trataban como el progenitor de una princesa que
acababa de recibir los sacramentos. Celine era un soplo de aire fresco, una
criatura demasiado etérea, pero no se trataba de un ángel caído del cielo.
La
calidez de ese día penetraba a través de las hojas de cristal y llegaba
luminosa y pacífica a los corazones de los presentes. Antoine se esforzaba por
alejar de su pensamiento las formas, los símbolos y la identidad de los dioses,
a fin de comprender mejor el espíritu inmutable que ocultaban las apariencias.
La vitalidad de los planetas se filtraba en él como aguja de acero. Cuando se
levantó lo embargaba una vulnerable misericordia y, como aquella atmósfera le
oprimía el pecho, salió a la calle. Sentía que le faltaba oxígeno.
‒¿Qué
os ocurre, amigo?
‒Nada,
creo que hace mucho calor allí dentro.
‒Demasiada
gente; es que son muchos los niños que reciben las aguas bautismales.
María
Teresa, la madre de María Antonieta, resultaba ser una persona abrumadora que
hacía sentir a sus hijos desolados ya que no se ocupaba de ellos como lo haría
una mujer sensible que amaba a su familia. Intentaba parecer fría y calculadora
a los ojos de los demás. Sus hijos no despertaban sus instintos maternales por
más que María Antonieta multiplicase los mohines de niña frente a las
doncellas. Ellas festejaban aquellos aires de nobleza en su cuerpecito ágil
como quien ve algún tesoro escondido, pero María Teresa sospechaba que su hija
sería toda una simuladora.
La
emperatriz no tenía tiempo para perder en cosas triviales. Se levantaba muy
temprano en invierno o verano. Los niños no tenían un lugar en su entorno y
pasaban de manos de las institutrices a las de las nodrizas. Cuando recordaba
que tenía una familia los mandaba a llamar para censurarlos por alguna tontería;
era una verdadera déspota doméstica. Absolutamente todo pasaba por sus manos y
debían doblegarse ante su voluntad. Los súbditos vivían cumpliendo órdenes sin
tener idea clara de las cosas porque sabían que debían obedecer. Sus hijos no
podían superar la tristeza y la soledad a la que eran sometidos. María Teresa,
una madre abusiva, era dichosa por momentos y mártir cuando le convenía.
María
Antonieta fue dotada con el poder de la seducción pero la astrología la ubicaba
en el lugar de la fatalidad entre los planetas negativos: Marte y Saturno.
Ella, a pesar de su precocidad, practicaba el arte de agradar de manera innata.
Rosalie,
madre de Celine, era una mujer simple que entendía cuáles eran sus deberes de
esposa y de progenitora. Se preocupaba por sus hijos, especialmente por la
pequeña que siempre buscaba refugio como un pájaro herido bajo sus alas. Ella
dejaba escapar su corazón para que se perdiera como el humo entre la espesura
de las alamedas. Era consciente de su dispersión porque algo la preocupaba: su
embarazo. Aquellos nueve meses de espera fueron confusos porque se sentía
extremadamente frágil y extraña como si un batallón de vidas le estuviera
bebiendo su sangre. El peso del cuerpo le perforaba el alma y no podía entender
a qué se debía tanto desconcierto. Su cabeza, pesada, solía vaciarse de
entendimiento y cuando reaccionaba escuchaba voces de niñas que la arrullaban
igual que palomas azucaradas. Luego oía que corrían y saltaban felices en un
jardín alpino, rodeadas de placeres y de dicha. Un sueño que la despojaba de
razonamientos lógicos. ¿Eran alucinaciones febriles? No lo sabía.
Su
realidad era Celine, la niña buena que la miraba incrédula desde su cama de
hierro con demasiada curiosidad o con el propósito de reprenderla. La pequeña
ya sabía lo que su madre pensaba y lo atesoraba en su memoria para después…
‒Me
dijeron que el sacerdote que bautizó a Celine, el padre Achille, falleció al
otro día de la ceremonia‒dijo Antoine.
‒No
puede ser si era un hombre joven.
‒Sí,
de muerte natural.
‒¡Dios
mío!
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Muy bien documentado y muy buen historia te mando un beso
ResponderEliminarMuchas gracias Citu. Me gusta mucho la historia.
EliminarInteresante y muy bien escrito, te felicito.Besicos
ResponderEliminarMuchas gracias querida Charo. Un abrazo.
EliminarLuján, impecable tu relato, amiga. Tratas con objetividad y una suave subjetividad, en los detalles, a las dos familias. Por tanto, se siente un equilibrio natural en todo lo que nos narras; la misma vida espontánea y sutil se sucede en los contrastes sociales, en los movimientos y en las formas.De vez en cuando aparecen metáforas genuinas, que delatan tus propias experiencias vividas.(palomas azucaras etc)
ResponderEliminarMe gusta cómo profundizas en los sentimientos, nos haces partícipes de cada realidad, saboreando el instante y la circunstancia. Un placer leerte y sentir tu vagaje cultural y humano, amiga.
Mi felicitación y mi abrazo por esta maravilla que nos dejas.
Qué hermoso comentario María Jesús, siempre te destacaste en dejar brillantes observaciones de cada escrito.
EliminarMil gracias. Lo de palomas azucaradas fue algo que ocurrió de repente jaja, es mi perfil poético. Me gusta mucho hablar de la parte psicológica de los personajes, soy muy observadora de las personas y me inspiro en la realidad y en seres que conozco. Gracias amiga, yo soy muy insegura de lo que escribo.
Besos.
Hola Luján, espero que estés bien. Me ha encantado leerte.
ResponderEliminarAbrazos.
Otro trocito interesante. Besos.
ResponderEliminarAunque te leo y te veo por face, vengo a saludarte y a desearte salud en estos tiempos aciagos que nos toca vivir. Espero que estéis bien. Un beso.
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