Llorar por dentro, llorar por todo

 


Felicitas avanzaba, sostenida por Remedios, ceñida la frente por la corona de azahar y pálida como el blanco raso de su vestido. Doña Emma recordó el día de su boda con Emilio. Se veía entre los trigos cuando se dirigía a la iglesia. Estaba alegre. Ahora no pensaba en el abismo de Felicitas y sus súplicas. Era una mujer mezquina y perturbada. Parecía estar en perpetua venganza contra alguien; esos fantasmas interiores que la torturaban desde tiempos inmemoriales: cólera, celos, miedos, alejamientos, secretos…

Jeremías, el criado negro, se retorcía de angustia al ver a la niña tan mal. No entendía el porqué de la situación y Antonio desde los ventanales, con lágrimas de impotencia, se estremecía de angustia.

Felicitas se desmayó y hubo que llamar al médico. Hermetismo total. Se suspendió la prueba del vestido de novia y doña Lucía tuvo que partir para el pueblo. La llevó Bernardino en el auto.

‒Perdone tantas molestias. No volverá a suceder.

‒No se preocupe ‒dijo la modista‒. Suele ocurrir este tipo de cosas cuando las jóvenes están cerca de la boda.

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1 comentario:

  1. Querida Luján, me parece muy interesante como comienza "Llorar por dentro, llorar por todo" Creo que Felicitas no lo va a pasar nada bien. Cuídate.

    Besos.

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