Tertulias de la abuela: la vereda roja



Este té que quiero compartir
es para despedir al verano
que se va...


como buscando suerte,
disperso y antagónico.

(La taza Royal Albert, la carpeta del año 1960 de mi madre
y las rosas chinas rojas del jardín)


Para mi resbala
con mucho silencio y mucha luz
como si escapara sin volver los ojos
a la vida.


No significa nada.


Nunca me ha fascinado el verano,
tiene demasiado mar en sus entrañas
que yo no conozco pero que me agrada...


El verano en el fuego en el que se abrasa
parece soberbio y frívolo,
devoto de sus máscaras.


No deja de ser alegre para muchos...


Ahora canta en las tinieblas de su edad
buscando fronteras de lunas y de playas.

***

De niña, solía quedarme leyendo
mientras mis amigas disfrutaban al aire libre,
de grande, he conocido algún amor
y he llorado otros...


Nada me dice su diáfano resplandor
cuando la fiesta de las olas
reina tras el viento,


enredado en los naufragios
de mis espacios vacíos.


Prefiero ser equilibrista
entre el dorado del otoño
con la serenidad del latido,
en una voz dulce
que busca ángeles
para abrigar sus alas.


Comparto este té de los martes
con el otoño y la primavera
que se acercan...


con su dinastía de soles y de grises
para escribir palabras libres
y un diálogo con la memoria,
el sentir profundo
y la resurrección de las sonrisas.



Se va el verano en la vereda roja
de la hojarasca que emociona el viento
parece ya un glorioso monumento
en la rubia vastedad de cada hoja.

Ese pueblo olvida alguna congoja,
es mano tibia, abriga sentimiento,
se torna gris la piel del firmamento,
lluvia es su aroma que a la tarde moja.

Inocente, cual tímido venado
asoma Febo su clamor sagrado,
tras el piadoso tul de la tormenta.

El pueblo atesora cual cenicienta 
esa bondadosa belleza honesta,
la pureza es ya su siembra modesta.

Luján 2013