"El alma tiene ilusiones, como el pájaro alas. Eso es lo que la sostiene", Victor Hugo

 


Susan caminó por el campo abierto.

Con la niña en brazos, ya grande, y el bolso se le hacía dificultoso esquivar la maleza, aunque existía un camino de hormigas trazado con anterioridad por alguien que recorría los senderos espinosos para ver de cerca el fruto de su trabajo.

Se escondió detrás de unas matas y observó la casa. Se la veía solitaria: dos o tres gallinas, un pato, tres palomas sobre el tejado que daba a un pequeño altillo o buhardilla. Había humo detrás de la vivienda cerca del terreno lindero. Se oían risas, la alegría que contagiaba, y una felicidad genuina de seres especiales.

Susan caminó con rapidez y sigilo; temía ser vista por alguien. Los habitantes del predio se hallaban de fiesta en los fondos. Dentro, en la cocina y el comedor, todo estaba limpio y ordenado. Silenciosa, se desplazó por un pasillo oscuro con algunos retratos colgados de la pared. Pensó que no era el momento de mirar quienes eran esos seres que venían del pasado a observar el presente matemático y exacto. Susan halló la escalera que llevaba al altillo, era de hierro. Tocó el picaporte de la puerta y estaba cerrada. Se lamentó; tenía la esperanza de encontrarla abierta. Miró a los costados. Le dolían los brazos de sostener el bolso y a Alma. Vio que debajo de una maceta asomaba una cinta roja. Tiró de ella y apareció una llave.

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PERDER EL ALMA
Me deben una vida