LICIA-Hermana mía (Cap I. En tiempos de Voltaire 2da parte)
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LICIA-Hermana mía---Luján Fraix
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Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
mayo 09, 2020
Se
subieron a un carruaje inmediatamente.
‒A
la calle Pirouette‒dijo Rosalie.
‒¿Dónde
vamos?‒preguntó Antoine, quien quería llegar a la casa temprano porque no le
gustaba dejar a su hijo mayor, Alexandre, solo mucho tiempo.
‒Ese
lugar es un rincón muy típico de París, tengo que comprar algunas cosas para la
niña.
‒No,
no‒contestó Antoine apresuradamente‒. Nos iremos para la casa. Es que acabáis de
dar a luz. ¡No te dais cuenta!
‒Perdón,
Antoine, es que me siento bien. Eran sólo unos minutos.
Las
lámparas de aceite iluminaban la casa de Rosalie junto a otras que se perdían
en la noche, agrietadas y llenas de moho por el derrame de las aguas ya que
estuvo lloviendo una semana entera. A través de la cortina de la ventana que
daba al tejadillo triangular se veía el brillo de un candelero. Era Alexandre
que estaba leyendo.
‒¡Venid
a recibir a tu hermana!‒gritó Rosalie con entusiasmo.
‒Sí,
madre.
‒Es
un muchacho indiferente que seguro que le da lo mismo verla o no‒dijo Antoine.
‒No
digáis eso, pobre, es que está desilusionado. El amor no correspondido duele… y
cuesta recuperarse, olvidar y empezar nuevamente. Debéis conformarte de que no
dejó los estudios.
‒¡Qué
bella!‒dijo Alexandre observando su mirada azul.
Oh… Celine encanto
de los ojos,
tormento de los
corazones,
luz del espíritu…
‒Tenemos
un hijo poeta.
‒Es
que en el colegio de Jesuitas‒respondió Antoine orgulloso‒les enseñan
humanidades, artes o filosofía y teología.
‒Sí,
estoy haciendo una traducción de la obra de Quilón de Esparta: autor de la máxima No
desees lo imposible. Político del s. VI a.C.
‒¡Qué
maravilla! Os felicito, hijo.
‒Ruego
a la virtud de los cielos que tus placeres lo sean en absoluto, tu hermosura
eterna y tu dicha sin fin.
‒Bueno…
Celine parece que habéis recibido todas las bendiciones. Ahora tiene que ir a
la cama a descansar porque es muy pequeña y yo también merezco un par de horas
de sueño.
‒Claro‒dijo
Antoine‒, yo me encargo luego de la cena.
Se
quedaron los dos solos, Alexandre y su padre.
‒Sabéis…
Existe una leyenda que viene de la antigüedad que dice que las mujeres que
tienen los ojos azules traen infortunio y que son la causa de muchas desgracias.
Una ley prohibía a un rey amar a doncellas con esa mirada.
‒Esos
son delirios querido hijo.
‒Me
retiro a la habitación a seguir estudiando, con vuestro permiso.
Antoine
se quedó solo junto a la calidez de la bujía. De lejos, escuchaba el llanto de
Celine y pensaba en el amor de padre que muchas veces se nublaba por un
sentimiento extraño de indiferencia. Era quizá una tristeza que arrastraba
desde niño cuando su progenitor lo castigaba. No le enseñó a amar y él ahora
sentía la soledad que sólo perciben aquellos a quienes les falta afecto; sin
embargo, tenía una esposa maravillosa que le había dado dos hijos. ¿Qué más
podía pedir?
Dejó
esos pensamientos y preparó la mesa. Algunos panes espolvoreados de anís,
quesos, jarras con agua y vino. Los platos parecían de arcilla roja con dibujos
negros.
‒¿Qué
habéis cocinado, Antoine?‒le preguntó Rosalie.
‒Unas
aves con salsas, papillas de harina de trigo, de habas y de cebada.
‒Demasiado,
yo no tengo mucho apetito.
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Cada vez escribes mejor te mando un beso
ResponderEliminarTiene muy buena pinta. Besitos.
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