Julio
Hermosos momentos para sentarse a leer. Yo estoy con "Violeta" de Isabel Allende y terminé "Quebrada" de Mariana Travacio, un libro impresionante.
Quiero agradecer a los lectores que me han comprado libros en este mes: "Cuentos de Navidad", "Puerto soledad", "Buenas y Santas", "Lecciones de poesía" y hoy (en papel) "La Liberación", una biografía novelada de la Hermanas Brontë. Me encantó investigar sobre sus vidas tan tristes, pero también muy enriquecedoras. Pude comprobar que eran mujeres luchadoras y valientes, con una vida interior intensa y con mucho carácter.
Mi preferida es Emily, por su misterio y timidez, por su entrega.
El invierno tiene sus magias a pesar de todo; está haciendo mucho frío, demasiado, como nunca. Y agota igual que el calor intenso. A mí me salvan las ganas de crear, de escribir historias, aunque me desilusione y sufra. La vida nunca es como uno quiere y hay que tratar de rescatar siempre lo positivo, lo simple, aquello que nos da retazos de felicidad.
Mañana será otro día en las páginas noveladas de nuestra historia real. Busquemos en la fantasía el amor, la sonrisa en unos ojos, la esperanza en el abrazo... Nos queda este presente. No lo dejemos ir...
Feliz mes de Julio.
Hasta el próximo Agosto.
La Liberación. Hermanas Brontë. (Cap 2-Patrick Brontë.1era parte)
2-PATRICK BRONTË
Las
hijas de un clérigo…
Las hermanas fueron y
son objeto de culto: se discutió mucho cuál era la mejor escritora, cuál la
mejor poeta. Lo cierto es que el romanticismo extremo de sus obras todavía
conmueve: la muerte en vida y la desesperación de Heathcliff son de la propia
Emily; la infancia desamparada de "Jane Eyre" es de la misma Charlotte. Y si sus
versiones cinematográficas se convirtieron en clásicos es simplemente porque
supieron tocar esa cuerda a la que todos somos sensibles: la que habla de amar
y ser amados.
Sallie
llegó al páramo al otro día con un tenue rayo de sol entre las nubes. No podía
creerlo todavía. Katherine la hizo pasar a un escritorio con paredes oscuras y
forradas de libros. Colecciones que Charlotte había heredado. Se sentó delante
de la ventana y el brillo le dio luz al entendimiento. Ese refugio era la vida
misma y la soledad de una mujer que ya no tenía a nadie. Había sobrevivido a
las enfermedades de sus hermanas con estoicismo. Era evidente, que se había
casado para no quedarse sola.
−Llegas
oportunamente –dijo Charlotte acercándose a la silla del escritorio−. Acabo de
ir a recoger manzanas que trajo mi esposo y el viento me llegó hasta los
huesos. Me gusta ver las palomas y escuchar sus charlas.
A
Sallie ese comentario le pareció inocente, de niña, tan tierno, pero a la vez
nostálgico igual que su sonrisa débil. Tal vez, no lo fuera pero lo aparentaba.
Se la notaba decaída y frágil.
−Empecemos…
−¿Por
qué Haworth?
−Lo decidió mi padre cuando éramos niñas. Este páramo al norte de Inglaterra es propiamente un claustro. Su paisaje áspero y desierto es el mismo que mi hermana Emily enmarcó en la vida de Cathy y de Heathcliff; una vieja casona de piedra sobre un terreno pedregoso, pasto sin vida, barrido por el viento y el silencio abrumador de los días con poca luz. Recuerdo que encendíamos las bujías para coser o leer y hasta para escribir. Nos abrigábamos mutuamente. No había otra cosa, más que sobrevivir. Y así nos refugiábamos en la escritura como si fuera el aire que necesitábamos para respirar un día más. La existencia parecía larga, interminable, pero no lo era y nos sorprendió…
−¿Y
su padre?
Mi
padre, Patrick Brontë, fue a la escuela hasta los dieciséis años para financiar
sus estudios. Luego fundó un colegio público y trabajó como preceptor. Con sus
ahorros ingresó en la universidad de St John´s College, Cambridge. Por su
origen irlandés del sur y por ser una persona humilde, lo lógico era que
asistiera al Trinity College de Dublín, pero fue aceptado por sus amplias
capacidades. Estudió teología e historia antigua y moderna desde 1802 hasta
1806. Después del bachiller universitario en Letras, recibió su ordenación el
10 de agosto de 1806 como la mayoría de los estudiantes sin grandes recursos.
Su amigo Henry Martyn lo recomendó con las autoridades eclesiásticas.
−¿Y
sus abuelos?
Eran
granjeros irlandeses. A mi padre no le gustaba el trabajo de campo y por eso se
independizó, estudió en Cambridge y luego, a los veintinueve años, ingresó en
el clero anglicano. Él era demasiado severo y obstinado. Le gustaba también la
poesía y escribía en los ratos libres.
−¿Tiene
libros editados?
Fue autor de “Cottage Poems” en 1811 y “The rural Minstrel” en 1814, también escribió para periódicos y folletos. Los poemas pastorales eran los que más le gustaban.
Las Hermanas Brontë: Emily, Charlotte y Anne.
La Liberación. Hermanas Brontë. (Cap I. Sallie Deam 2da parte)
La Liberación |
−No sabía. Felicidades. Mi nombre es Sallie Deam. Quiero agradecerle la deferencia de haber aceptado mi visita. Yo sé que no es costumbre y quizá sea un atrevimiento de mi parte, pero la admiro tanto.
Sallie
se acercó al fuego porque el frío era intenso.
−¡Katherine!
–gritó Charlotte−. ¡Trae más leña! Aquí el verano tarda en entrar, hace una
visita corta, por formalidad, trae campanillas azules, lirios amarillos,
orquídeas fucsias, rosales salvajes, zarzamoras, linarias, dédalos y brezo con
el subido de color bermejo… Y así, con tanto regalo, se olvidan por un rato,
breve, los días umbrosos de diciembre.
La
criada se fue rápidamente con su andar sobrio y misterioso, tan enigmático como
la famosa patrona y propietaria. Quizá, era ama de llaves. La imaginaba así, de
ese modo, la soñadora incorregible de Sallie Deam.
Frente
al ardor de las llamas, se podía contemplar la figura esbelta de Charlotte que
continuaba en silencio, demasiado castigada por la vida, pálida y aburrida.
Sallie
era una adolescente; tenía facciones menudas y mirada pícara. No sabía cómo llegar
a Charlotte. La veía cercana, pero la sentía lejos. La ansiedad le oprimía el
pecho, quería hablar y no encontraba palabras, no le salían, porque todo era
muy extraño, hasta las tazas de té.
De
pronto, apareció un hombre con un gabán oscuro y la miró con los ojos
entornados y con demasiada desconfianza. Su pelo era castaño y se lo veía,
físicamente, algo desalineado. Era el pastor Arthur Bell Nicholls, vicario en
la parroquia del padre de Charlotte, el marido.
El
señor Brontë no quería que se casaran, pero Arthur pudo convencerlo. Fue un
arduo trabajo que le llevó meses.
−¿Y
la señorita? –preguntó con una voz inquietante que le perforó la piel y la dejó
tan vulnerable que empezó a temblar. Ese hombre la intimidaba.
−Ha
venido a hacerme una propuesta. Por favor, querido, déjanos solas.
−No.
Es importante que yo sepa de qué se trata –respondió con autoridad.
−¡No
es importante! –exclamó Charlotte, mostrando su carácter oculto; el resabio de
ser tan salvaje como desesperanzada.
El hombre se retiró disconforme.
La
habitación estaba destemplada debido al frío y se escuchaba el viento que
arrastraba con todo aquello que se le cruzaba en el camino. Katherine acomodaba
la leña que iba trayendo desde la cocina y miraba a Sallie desde la distancia,
recelosa y fantasmal, helada.
−Ya
se viene la noche y no me has dicho a qué debo tu presencia. Qué pasa, tanto
entusiasmo del principio se ha apagado. ¿Tienes algún temor?
−No.
Yo soy escritora –sabe− como usted. Bueno… como usted no. Quise decir… −se
estremeció por el error que acababa de cometer.
Charlotte,
con la mirada en la costura, se sonrió al comprobar las torpezas de la
“escritora”.
−Dime…
−Bueno,
disculpe. Yo quisiera, con su permiso, escribir un libro.
−Hazlo…
¿Por qué tienes que tener mi permiso?
−Porque
quiero escribir sobre las hermanas Brontë, las memorias, vida, amores, sus
obras, tristezas y alegrías, compañerismo…
−¡Eso
nunca! –gritó Charlotte y Sallie se asustó y se puso de pie. Se acomodó la
falda, se colocó el sombrero, la capa que llevaba como abrigo y no intentó
contradecirla−. ¿Qué haces?
−Me voy. Disculpe las molestias. Créame, no fue mi intención molestarla, se trató de un atrevimiento que no me perdonaré nunca. ¿Cómo yo, que no soy nadie, puedo querer escribir la biografía de mujeres tan únicas e irrepetibles? Eso lo tiene que hacer un gran autor, un profesional que esté a la altura.
−Niña
caprichosa.
−¿Qué?
Me voy. Mil perdones. Igual le agradezco el té y la predisposición. Me ha
cumplido un sueño: el de haberla conocido.
Ese
comentario a Charlotte Brontë le gustó mucho y dejó la costura de lado y la
miró fijo. Sallie bajó el rostro, con vergüenza.
−Eres
obstinada y perseverante. Sabes que así hay que ser en la vida para alcanzar
los sueños; perseguirlos y jamás abandonarlos. Si es lo que amas de verdad.
Nosotras lo fuimos a pesar de las circunstancias, del entorno y de las
dificultades por ser autoras femeninas. Tienes que convertirte en varón.
−¿Qué?
−Sí,
niña, firmar con otro nombre, pero de varón. Así serás aceptada, y después no
claudicar jamás. Eso sí, estudia, aprende, dedícale todo tu tiempo y más, lee e
investiga. Piensa en ti y no en los lectores posibles, si los consigues porque
es difícil. Haz tu trabajo lo mejor que puedas y supérate a ti misma, sin
competir y sin mirar al costado. Y si fracasas, tómalo como una experiencia,
aprendizaje, para intentarlo de nuevo por otra vía, con más elementos, con
otros, y con la sabiduría que da el tiempo.
−Gracias
por los consejos, no los olvidaré mientras viva. Adiós.
−¿Cuándo
empezamos? –agregó Charlotte con entusiasmo.
Sallie
Deam comenzó a llorar de emoción.
La Liberación. Hermanas Brontë. (Cap I-Sallie Deam 1era parte)
Charlotte Brontë |
1-SALLIE DEAM
Enero de 1855
Firmar
con otro nombre…
La
tarde fría dejaba su enigma de lágrimas en el verde inexistente de los días.
La
bruma se extendía por aquellos páramos y barrizales.
El
suelo se hallaba cubierto de nieve y el viento estremecía las grietas de la
antigua casona.
“Podría
perderme por estos pantanos”, pensó, pero su deseo de llegar era más fuerte que
las inclemencias del tiempo. La vida y la pasión por los libros la habían
llevado a tomar la decisión y no podía volverse atrás.
¿Quién
no lloró con el amor obsesivo de Heathcliff en “Cumbres Borrascosas”?
¿Quién
no sufrió con la terrible infancia de Jane Eyre?
“Sé
que iré y volveré mil veces hasta que me atienda porque aunque no quiera
terminará por aceptarlo. Ella y sus hermanas sintieron lo mismo: la vehemencia,
el fuego, la idea fija, el hecho de no claudicar, aunque el mundo parecía
derrumbarse. ¡Qué lugares oscuros y que apasionantes! Me envuelve esa magia
cargada de sueños por volar, de rotundos pensamientos por decir…”, reflexionó la joven delgada y morena, de ojos grises
pensativos.
La
criada la miró por la ventana. Primero le pasó un lienzo a los vidrios
empañados.
Enero de 1855.
La
desconocida quiso levantar la cadena que cerraba la verja; lo logró después de
renegar un buen rato. El camino hacia la casona estaba rodeado de matas de
grosella. A lo lejos, se oía el ladrido de los perros.
Comenzaba
a caer de nuevo una espesa nevada.
Empuñó
el aldabón dos o tres veces hasta que la criada, con desconfianza, le habló
desde una mirilla de la puerta.
−¡Qué
tiempo horrible!
−¿Podría
hablar con Charlotte? ¿Se encuentra?
−¿Para
qué?
−Es
algo personal, pero urgente. Para mí es maravilloso, no sé para ella. Me
imagino que sí.
−¿De
qué se trata? –volvió a preguntar la criada con voz áspera y masculina.
−Se
lo contaré a ella, si usted me da permiso de entrar.
−Espere
acá.
Al
rato, regresó y con gesto adusto, de malos amigos, le indicó que pasara.
Llevaba una chaqueta negra igual que su falda y el pelo recogido con una red.
Lo que resaltaba en ese atuendo era el delantal blanco inmaculado.
Atravesaron
un patio enlosado, en donde había un pozo con bomba y un palomar. En ese
cuarto, el fuego de carbón y leña calcinaba la piel y había una mesa servida
para el té.
Charlotte, con su rostro de tiza, pálido, cosía una larga tela que se arrastraba por el piso.
La
joven la saludó con amabilidad y permaneció de pie. Esperaba que la invitara a
sentarse y lo hizo, al rato, con un movimiento de cabeza, sin dejar de mirar la
costura.
−¿Qué
buscas por acá? No tengo tiempo para perder. Acabo de casarme.
❤
Hermanas Brontë
--------------------Biografía novelada.
Caperucita roja, de Charles Perrault
Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra cosa, la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le dijo: - Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día. Camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, “Buenos días”. -No te preocupes, haré bien todo, dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente. La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él. -Buenos días, Caperucita Roja, dijo el lobo. - Buenos días, amable lobo. - -¿Adonde vas tan temprano, Caperucita Roja? - A casa de mi abuelita. - ¿Y qué llevas en esa canasta? -Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse.” - ¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja? - Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto, contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: ¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito - y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente. Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: -Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas. Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: “Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán. Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta. -¿Quién es? preguntó la abuelita. -Caperucita Roja, contestó el lobo. Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor. - Mueve la cerradura y abre tú, gritó la abuelita, estoy muy débil y no me puedo levantar. El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas. Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma: “¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, otras veces me ha gustado tanto estar con abuelita.” Entonces gritó: -¡Buenos días!, pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña. -¡!Oh, abuelita! dijo, -qué orejas tan grandes que tienes. - --Es para oírte mejor, mi niña, fue la respuesta. - Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes. - Son para verte mejor, querida. - Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes. - Para abrazarte mejor. - Y qué boca tan grande que tienes. - Para comerte mejor. Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja. Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí. - ¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador! dijo él.¡Hacía tiempo que te buscaba! Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: ¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!, y enseguida salió también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quiso correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto. Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó: “Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.” Charles Perrault Cuento de 1697 |
Personajes de novela: Clara Franch
La Liberación. Hermanas Brontë
PRÓLOGO
Regreso en este momento
de visitar al dueño de mi casa. Sospecho que ese solitario vecino me dará más
de un motivo de preocupación. La comarca en que he venido a residir es un verdadero
paraíso, tal como un misántropo no hubiera logrado hallarlo igual en toda
Inglaterra. El señor Heatchcliff y yo podríamos haber sido una pareja ideal de
camaradas en este bello país. Mi casero me pareció un individuo extraordinario.
“Cumbres
Borrascosas”, de Emily Brontë
Así
comienza la única novela de Emily Brontë. De las tres hermanas es la que más
despierta mi curiosidad. Quizá por ser la más tímida y solitaria, la que amaba
los animales y la que escribió la novela más oscura y primitiva.
Para Emily, esos tristes páramos se convirtieron en parte de sí misma,
sólo allí pudo desplegar su imaginación, el talento escondido, la pasión.
Personajes extremos que iban desde el odio al amor sin medias tintas. Ella era como
algún árbol perdido en la
infinitud: amaba la soledad de Haworth, una localidad
perdida en el West Riding de Yorkshire que se
encontró con la fama de la escritora y de sus hermanas.
¿Cómo
conocía ella esos sentimientos?
Quizá,
los llevaba dentro como un secreto indisoluble y pudo expresarlos solamente a
través de sus palabras en su única historia.
Esta
biografía novelada tiene que ver con una autora principiante y con Charlotte
Brontë, porque ella sobrevivió y pudo gozar, al menos un poco, del éxito de sus
hermanas y de el de ella propio. Sin embargo, las tres son parte de la historia
de los grandes escritores de la época, referentes a la hora de escribir,
eternas jóvenes que lucharon y vivieron la risa y el llanto con fortaleza y
valentía.
Las
hermanas que querían amar y ser amadas.
L.Fraix--Biografía novelada
Quebrada, de Mariana Travacio
Azul de lluvia, azul de infancia
En los años de mi infancia, el personaje principal era la lluvia que caía como un diluvio sobre los techos de la casa colonial. Desde los cielos hacia la tierra. Era poesía.
Caminaba con paso firme saltando “charcos” de agua cuando iba a la escuela. A veces, llovía meses enteros, años enteros… en mi imaginación.
La lluvia caía en hilos, eran lágrimas de vidrio que se rompían frente al cristal de mi habitación donde dormía en aquellas noches con su arrullo de paloma. Llegaban esas gotas en olas transparentes y cada casa era una nave en aquel mar de invierno.
Los paraguas se los llevaba el viento. No me gustaba ponerme un impermeable y me mojaba… Veía a mis amigas con los calcetines empapados y el pelo desgarrado en cascadas de luz que dejaba estelas en el piso. La lluvia de la niñez era del color de los poetas.
Azul de lluvia, azul de infancia.
Tengo los ojos cansados de tantos abrazos de abuelos, porque los veo recorrer los patios de uvas y ciruelas, de jazmines y rosas. Son ellos que me hablan para decirme que vuelva a visitar los campos de trigo, a abrigar los gatos en la casa de los peones, a escuchar las palabras del molino de viento… Son ellos que me besan con los recuerdos en medio del sueño porque me aman, lo sé… Por eso me pongo el sombrero y me voy por el camino viejo a esperar que llueva para dormirme.
caídos en la selva, devorados por las lianas
y escarabajos, dulces días sobre la avena,
y la barba dorada de mi padre saliendo
hacia la majestad de los ferrocarriles…”
Azul de lluvia. Cuentos para niños mágicos.
Personajes de novela: Letizia y Encarnación
Mujer del Titanic
LA ÚLTIMA MUJER -1912-
Un naufragio