Una penumbra más para mi abuela Juana

 

Acá mi abuela Juana conmigo en el día de mi bautismo. Tenía seis meses.

La protagonista de mis tantos escritos, la mujer callada que servía a mi abuelo, que no quería que se enoje por nada y que lloraba y lloraba...

Nadie sabía la causa de ese desasosiego que arrastraba por los pasillos helados entre pañoletas y paseos en la capota negra.

Ella ataba el caballo y se iba sola al pueblo. 

Las mujeres de mi familia siempre han tenido su carácter y nunca se han sentido menos frente a un hombre. Fueron y serán ejemplos a seguir, luchadoras, sentimentales, pero sobre todo protagonistas.

Nadie les decía lo que tenían que hacer, nadie las obligaba a nada porque sabían recorrer senderos con la convicción de estar de vuelta de la vida.

Y eran otras épocas...

Otros años; sin embargo, a ellas les quedaba cerca el futuro porque eran adelantadas.
La abuela Juana fue la mujer más cuidada en la ancianidad que yo he conocido: una reina. En su propia casa tenía una empleada por día y las hijas la cuidaban los sábados y domingos. Vivió noventa y siete años y falleció rodeada de vecinas, amigas, nietos y familia rezando rosarios enteros junto a su lecho frente a un velador con pantalla verde.

En las penumbras...

En la iglesia, durante el sepelio, lloraban todas las señoras que la cuidaron con tanto amor que daba emoción.

Fue una elegida...

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