Perder el Alma
−Hortensia, ¿qué haces acá? –se escuchó entre las matas.
Don Fidel venía caminando entre la vegetación agreste con una rama que utilizaba de bastón para abrirse paso entre la maleza o por si aparecía alguna culebra. Lo acompañaban cuatro perros. Murmuraba bajito igual que los ancianos sin remedio, pero cuando levantaba la voz era porque estaba enojado. Llegó a la tranquera y se enfrentó con Susan y la niña en sus brazos.
−Hortensia –volvió a decir con más calma y se apoyó en un poste del alambrado.
A Susan le dolía el brazo de tanto sostener a la niña que ya se la veía cansada y llorosa.
−No me llame así −respondió con un hilo de voz, con tristeza y resignación.
−¿Y si te llamas Hortensia cómo te voy a decir? –exclamó don Fidel desorientado− ¡Vamos para la casa! Parada allí no ganas nada. ¡Qué locura habrás hecho!
−No me pregunte, papá. Ya le voy a contar con más calma. ¿Y mamá?
−Está haciendo una torta como todas las tardes. Sabes que la prepara para nosotros porque ella no come; dice que el dulce y las harinas le hacen mal a los intestinos.
Los dos caminaron hasta la puerta de la humilde vivienda pintada de blanco. La cortina descolorida dejaba ver la pobreza en la que vivían: baldes de agua, una canilla que goteaba, cuatro malvones y un pomelo. El burro, y atrás los galpones abarrotados de carros de abuelos, tractores viejos, trastos empolvados, gallinas y cerdos revolcándose en el lodo. El auto verde botella no estaba en el galpón.
−¡Mamá! –dijo Susan y la abrazó con la niña en el medio en un apretado y sentido encuentro que la dejó con llanto en los ojos.
Doña Martina estaba tan confundida como su marido Fidel. Cuando trabajaba con los Ferrer, los había visitado muy poco y por eso ellos se mantenían ofendidos. Pensaban que Susan se sentía avergonzada de tener padres humildes, con una propiedad pequeña y poco futuro. Por eso ella fue a trabajar de mucama, no pudo estudiar. En cambio, su hermano Aníbal había hecho tres años de abogacía en los tiempos de la dictadura militar, en los ´70. Aníbal era mayor que Susan. No se recibió y se dedicó a labrar la tierra igual que Fidel. Tal vez, escapó de aquello o lo obligaron… No se sabía, nadie preguntaba.
−Hortensia… ¿y ese bebé? –preguntó Martina y corrió la manta para verlo mejor.
−Es una niña y se llama Alma. No tiene padres, es huérfana.
−¿Y quién te la dio? ¿Acaso no tiene abuelos y tíos?
−Nadie –respondió Susan quien ocultaba el rostro para que no se le notara que mentía.
−Le vamos a dar de comer, pobrecita –dijo Martina sin hacer más preguntas−. Luego irás al pueblo a devolverla. Nosotros te acompañaremos; además, los Ferrer te saldrán a buscar. ¿Les dijiste que venías de visita?
−¡No iré a devolver nada! ¡No me obliguen! ¡Los Ferrer se pueden ir al infierno! –gritó Susan fuera de control.
−¡Por Dios, hija! ¿Qué has hecho?
Doña Martina sospechaba de algún manejo oscuro de su hija. No quería quedar involucrada, manchada; ellos eran honestos y demasiado derechos. Fidel se mantenía callado y, con las manos detrás de la espalda, caminaba de un lado a otro de la cocina. No quería enojarse porque se transformaba; intentaba calmarse, le hablaba a su yo interno. Martina lo miraba buscando respuestas, pero él desviaba la vista. Susan no podía contener los nervios y le ofreció la niña a Martina para que le diera la leche. Encontraron una mamadera de cuando Susan era pequeña y la acondicionaron para el momento. Alma no lloraba y los miraba con sus enormes ojos azules.
−Es muy hermosa, pero debe ser llevada con las autoridades. No sé. Creo que no se puede tomar un bebé por gusto para adoptarlo, aunque no tenga familia.
−¡No me importa si no se puede! –gritó Susan−. La niña es mi hija y ustedes deberán callarse porque si no me voy y no me ven más
−Hija, reflexiona –agregó Martina con voz dulce, intentando persuadirla de que debía volver atrás−. Si la trajiste del pueblo pueden venir a buscarla, estamos tan cerca.
En ese momento un auto, que venía por la calle levantando polvo, se detuvo.
Susan se asustó; se hallaba demasiado susceptible. Le arrebató la niña a su madre y se ocultó en los cuartos.
−¡Cuidado con decir algo! –amenazó.
−Es don Pascual que siguió para su rancho –gritó Fidel.
Susan se había recostado en el catre de adolescente y, con Alma a su lado, se durmió. Martina la miró con ternura y la dejó descansar; la tapó con una colcha tejida al crochet por la abuela Gloria y se fue a la cocina a hablar con Fidel. No podía creer lo que sospechaba. Susan siempre había sido una niña y luego una joven tímida, callada y obediente. Desconocía esos arranques de ira, su manera autoritaria de dar órdenes, el gesto adusto.
💕💕💕
PERDER EL ALMA
Me deben una vida...
-------------------------Madre hay una sola, El virus, La venganza, Los años 70, Locura, Amor incondicional, La trama del adiós.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario