"La llave de Sarah", de Tatiana de Rosnay
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" Había algo adulto en la mirada solemne de sus ojos color avellana, en el modo pensativo en que levantaba la barbilla. Siempre había sido así, desde muy pequeña. Serena y madura; a veces demasiado madura para su edad."
"Después de la redada, enviaron a Drancy a los judíos sin hijos. Drancy se hallaba cerca de París, mientras que los otros campos estaban a más de una hora, perdidos en mitad de la tranquila campiña de Loiret. Fue aquí donde la policía francesa separó a los niños de sus padres sin que nadie se enterara."
"La verdad es más dura que la ignorancia."
La llave de Sarah, de Tatiana de Rosnay
"Las herederas de la Singer", de Ana Lena Rivera
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" La vida se convirtió en una sucesión de días tristes, con su madre diciéndole todo lo que hacía mal en las interminables horas que pasaban cosiendo juntas y con dos hermanos que, lejos de suponer un alivio, sólo le daban trabajo pues, como correspondía en aquella época, era ella la que les lavaba la ropa, les preparaba la comida y limpiaba lo que ensuciaban."
"Roberto fue el gran amor de Florita, el más puro, el más intenso, y el único incondicional. Se llevó con él el corazón de su madre para mantenerlo a salvo, que a base de amor del bueno quedó convencida de que con los hombres era mejor ser querida que querer. Por eso, Florita pasó el resto de su vida dejándose querer."
"Las cosas que pasan más desapercibidas son las que se hacen a la luz del día."
Las herederas de la Singer, de Ana Lena Rivera
"Antes del fin", de Ernesto Sábato
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"Tú, que te escondes", de Cristina Bajo
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"La abuela francesa", de Luján Fraix
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Melanie recordaba a
Elemir cuando entretenía a los niños igual que una nodriza del siglo XVl. Para
él todo era sorprendente porque se sentía turista y dueño de las tierras; con
un tesoro en las manos que no quería que nadie le arrebatara, ni siquiera la
muerte. Sin embargo, lo hizo despiadadamente y lo dejó más solo que cuando
pedía limosna en el pórtico de la iglesia de Santa Úrsula en Francia. El padre Honorato Liberté, aquella persona
sana que le enseñó a ser fuerte era un vago recuerdo igual que la estampa de
Elemir: el gaucho, el amigo incondicional, el alma y el cuerpo de François.
Por el postiguillo
de la puerta, se veían los ojos de Jeremías turbado por la ancianidad que venía
a contar cuentos junto con
Sólo conocen la
luz aquellos que tienen fe. Melanie de eso podía estar tranquila. Fue la fundadora de la
iglesia, quería a su colegio y a las hermanas Carmelitas de la Caridad y
concurría a misa de réquiem y en especial a la del jueves y viernes Santo y por
la Navidad. Esclava de los rezos y al servicio de quienes la necesitaban,
siguió los pasos de su madre con la humildad de los grandes, tal vez su porte y
el genio no dejaban ver su sensibilidad, el miedo a dejar a los seres queridos
sin protección y el terror a lo desconocido, pero estaba latente la nobleza
bajo el poncho de dama guerrera.
El día que Jeremías
murió había gorriones que volaban por las callejas donde se consumían las
mieses. Acudieron a despedirlo sus amores antiguos, Nicolás y Carlota, Elemir,
tan viejecito como él, todos los hijos postizos que educó y Melanie, su
compañera de lágrimas. La cara iluminada por la blancura de su alma parecía
sonreír a los descendientes que arrastraban su catecismo de consejos y
atenciones. Quizá hubiera tenido que llover en el instante del adiós para
corroborar su trayectoria, como dicen en el campo, pero el aguacero llegó al
otro día con las fiestas patronales.
La abuela francesa, de Luján Fraix
"La ciudad de vapor", de Carlos Ruiz Zafón
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"La dueña de la santa", de Mariana Guarinoni
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"---Quiso quedarse la santa, aquí se quedará---asintió Joao con la cabeza mientras hablaba---.Tendrás agua para beber del río y puedes cazar y pescar para sobrevivir. Y deberás construirle un refugio a la imagen, para que no se arruine de las lluvias. Desde hoy cuidarla es tu tarea: ya no serás mi esclavo, sino esclavo de la estatuilla. Vivirás para ocuparte de ella."
"Manoel volvía a ser libre, como antes de que lo apresaran en su selva natal. Sin amos, sin dueños, sin castigos, sin órdenes. Libre. Nunca había estado tan feliz en sus veintiséis años, porque volvía a tener un bien perdido, que antes no había valorado por considerarlo natural e indiscutible: su propia vida."
La dueña de la santa, Mariana Guarinoni
"Quebrada", de Mariana Travacio
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"La cocinera de Frida", de Florencia Etcheves
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"Como agua para chocolate, de Laura Esquivel
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"Puerto soledad", de Luján Fraix
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"La tierra tembló y las rocas chocaron unas contra otras. Los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos resucitaron de sus cenizas. En el Atlántico Sur, las almas se encontraron para llorar abrazadas.
El soldado protagonista de la guerra tuvo que soportar la barbarie como una patología que le laceraba el corazón y el cuerpo. Se encontraba extraviado sin que nadie se diera cuenta hasta dónde llegaban sus heridas, porque la angustia era interna y llevaba su cruz muy secretamente hasta la entrega. Nunca pudo disipar los enigmas por estar entre el cielo y el tormento. Britania fue, desde mucho antes de conocerla, el bálsamo; sin ella volvió a caer igual que una marioneta a la que le cortan los hilos. Los años pasaron en la nebulosa donde la ficción formaba coloquios con personajes de yeso. A través del caos de un mundo psíquico gris, con la voluntad de atravesar ese transcurrir de los días, Emilio miró siempre su problema hasta que se le terminó la energía.
El tiempo arrasó las horas devoradas por el fuego de los cañones. Nada fue igual porque aparecieron tazas de café vacías, versos sin terminar en libros con polvo, miradas en andenes y ese viaje a estepas heladas. Emilio quiso inmortalizarse por eso soportó su silla de ruedas en aquellas tardes de ocasos frente al océano, resistió las quejas de su tía Roberta y el sometimiento de Laurentino. No intentó matarse porque sabía que tenía que llegar hasta el final de la guerra, hasta cuando se asfixiara y ya no pudiera respirar por el olor a pólvora.
"Violeta", de Isabel Allende
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"Caí en el trance, no hay otra explicación para esa fuga del tiempo y del espacio. Es imposible describir la experiencia de esfumarse en el vacío negro del universo, sin el cordón umbilical que nos une a la vida. Nada quedaba, ni presente, ni pasado, y al tiempo yo era parte de todo lo que existe. No puedo decir que era un viaje espiritual, porque también desapareció esa intuición que nos permite creer en el alma. Supongo que fue como morir, y que volveré a sentir eso cuando me llegue la hora del final. Regresé a la conciencia cuando cesó el sonido del tambor."
"Calculo que tendría unos ochenta años, pero es imposible que fuera más joven y estuviera desgastado por el sufrimiento...
...Ese duelo monumental no le dejó amargura, sino una infinita compasión por la debilidad humana"
Violeta, de Isabel Allende
"La hija del relojero", de Kate Morton
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"Amaneció un día cálido y despejado. La calima de las primeras horas se disipó y al mediodía el cielo era azul intenso y el jardín relucía. Junto al río había una serie de manteles dispuestos a largo de un tramo de orilla con hierba que quedaba bajo dos sauces y las profesoras ya estaban ahí, disfrutando del día. Algunas habían traído grandes sombrillas blancas, mientras que otras llevaban pamelas, y en la sombra, a lo largo de los extremos donde estaba el grupo, colocaron las canastas de mimbre con el banquete del mediodía."
"En tan solo una tarde tuvo la impresión de que el mundo se había inclinado y todo se había caído del centro. Todos los adultos de su vida se habían estropeado, como esos relojes que empezaban a dar mal la hora."
"Hay una herida que nunca se cura en el corazón de una niña abandonada.
"La hija del relojero", de Kate Morton
"Lo mucho que te amé", de Eduardo Sacheri
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"Odio los domingos a la noche. Desde chica. Aunque parezca imposible tienen una luz moribunda más triste que la de los otros días. Y no importan que sean de invierno o de verano. Puede que las del invierno sean peores, porque encima hace frío, y sí o sí al día siguiente hay escuela, o universidad o trabajo..."
"Ninguno de mis días estaba escrito en el día anterior, pero lo que me impacta es que, una vez vivido, cada día antecede y explica, y establece y justifica, y condiciona lo que sucederá después, con los días venideros."
Lo mucho que te amé, de Eduardo Sacheri