"La llave de Sarah", de Tatiana de Rosnay

30
sábado,
de
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" Había algo adulto en la mirada solemne de sus ojos color avellana, en el modo pensativo en que levantaba la barbilla. Siempre había sido así, desde muy pequeña. Serena y madura; a veces demasiado madura para su edad."


"Después de la redada, enviaron a Drancy  a los judíos sin hijos. Drancy se hallaba cerca de París, mientras que los otros campos estaban a más de una hora, perdidos en mitad de la tranquila campiña de Loiret. Fue aquí donde la policía francesa separó a los niños de sus padres sin que nadie se enterara."


"La verdad es más dura que la ignorancia."


La llave de Sarah, de Tatiana de Rosnay

"Las herederas de la Singer", de Ana Lena Rivera

29
viernes,
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" La vida se convirtió en una sucesión de días tristes, con su madre diciéndole todo lo que hacía mal en las interminables horas que pasaban cosiendo juntas y con dos hermanos que, lejos de suponer un alivio, sólo  le daban trabajo pues, como correspondía en aquella época, era ella la que les lavaba la ropa, les preparaba la comida y limpiaba lo que ensuciaban."


"Roberto fue el gran amor de Florita, el más puro, el más intenso, y el único incondicional. Se llevó con él el corazón de su madre para mantenerlo a salvo, que a base de amor del bueno quedó convencida de que con los hombres era mejor ser querida que querer. Por eso, Florita pasó el resto de su vida dejándose querer."


"Las cosas que pasan más desapercibidas son las que se hacen a la luz del día."


Las herederas de la Singer, de Ana Lena Rivera

"Antes del fin", de Ernesto Sábato

28
jueves,
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" La verdadera patria del hombre, a la que siempre retorna luego de sus periplos ideales, es a esta región intermedia y terrenal del alma, este desgarrado territorio en que vivimos, amamos y sufrimos. Y en un tiempo de crisis total, sólo el arte puede expresar la angustia y la desesperación del hombre, ya que, a diferencia de todas las demás actividades del pensamiento, es la única que capta la totalidad del espíritu, especialmente en las grandes ficciones que logran adentrarse en el ámbito sagrado de la poesía. La creación es esa parte del sentido que hemos conquistado en tensión con la inmensidad del caos.

No hay nadie que haya jamás escrito, pintado, esculpido, modelado, construido, inventado, a no ser para salir de su infierno".

"Aunque terrible es comprenderlo, la vida se hace en borrador, y no nos es dado corregir sus páginas".

"En la tristeza todo se vuelve alma".


Antes del fin, de Ernesto Sábato.

"Tú, que te escondes", de Cristina Bajo

27
miércoles,
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"Y hete aquí que aquel indio la miraba a los ojos y ella no podía bajar los suyos; y hete aquí que, llevada por la curiosidad, estudió su rostro, y le gustó, y lo encontró joven, agradable, con la piel de un color cálido que le recordaba la tibieza del sol; también le gustó su pelo, tan oscuro, lacio y espeso, que le encuadraba el rostro confiriéndole el aspecto de una de aquellas figuras que había visto en un libro, en la biblioteca del obispo, en Saldán: guerreros de épocas remotas, con lanzas y espadas y caballos con máscaras aterradoras.

¿Cuánto tiempo se miraron? Quizás algún ángel lo notó, pero hubo un momento de eternidad entre ellos que no podía medirse humanamente, donde cesaron ruidos y voces y colores y formas y ella sintió que estaban solos, ambos dos, en una tierra desconocida.

Intuyó que pertenecían a la misma tribu de despojados."

Tú, que te escondes, de Cristina Bajo
(maestra de la literatura argentina)

"La abuela francesa", de Luján Fraix

25
lunes,
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Melanie recordaba a Elemir cuando entretenía a los niños igual que una nodriza del siglo XVl. Para él todo era sorprendente porque se sentía turista y dueño de las tierras; con un tesoro en las manos que no quería que nadie le arrebatara, ni siquiera la muerte. Sin embargo, lo hizo despiadadamente y lo dejó más solo que cuando pedía limosna en el pórtico de la iglesia de Santa Úrsula en Francia. El padre Honorato Liberté, aquella persona sana que le enseñó a ser fuerte era un vago recuerdo igual que la estampa de Elemir: el gaucho, el amigo incondicional, el alma y el cuerpo de François.

Por el postiguillo de la puerta, se veían los ojos de Jeremías turbado por la ancianidad que venía a contar cuentos junto con Melanie, los dos solos y acurrucados. No podían capturar el tiempo y le temían al sufrimiento porque sabían que era el fin de la travesía.

 

Sólo conocen la luz aquellos que tienen fe. Melanie de eso podía estar tranquila. Fue la fundadora de la iglesia, quería a su colegio y a las hermanas Carmelitas de la Caridad y concurría a misa de réquiem y en especial a la del jueves y viernes Santo y por la Navidad. Esclava de los rezos y al servicio de quienes la necesitaban, siguió los pasos de su madre con la humildad de los grandes, tal vez su porte y el genio no dejaban ver su sensibilidad, el miedo a dejar a los seres queridos sin protección y el terror a lo desconocido, pero estaba latente la nobleza bajo el poncho de dama guerrera.

El día que Jeremías murió había gorriones que volaban por las callejas donde se consumían las mieses. Acudieron a despedirlo sus amores antiguos, Nicolás y Carlota, Elemir, tan viejecito como él, todos los hijos postizos que educó y Melanie, su compañera de lágrimas. La cara iluminada por la blancura de su alma parecía sonreír a los descendientes que arrastraban su catecismo de consejos y atenciones. Quizá hubiera tenido que llover en el instante del adiós para corroborar su trayectoria, como dicen en el campo, pero el aguacero llegó al otro día con las fiestas patronales.


La abuela francesa, de Luján Fraix


"La ciudad de vapor", de Carlos Ruiz Zafón

24
domingo,
de
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"Años más tarde me dijeron que la vieron por última vez cuando enfilaba aquella sombría avenida que conducía a las puertas del Cementerio del Este. Atardecía y un viento helado del norte arrastraba una bóveda de nubes rojas sobre la ciudad. Caminaba sola, temblando de frío y dejando una estela de pasos inciertos en el manto de nieve que había empezado a caer a media tarde.

Al llegar al umbral del camposanto la muchacha se detuvo un instante para recobrar el aliento. Un bosque de ángeles y cruces se insinuaba tras los muros. El hedor a flores muertas, cal y azufre le lamió el rostro, invitándola a entrar. Se disponía a seguir su camino cuando una punzada de dolor se abrió paso por sus entrañas como un hierro candente. Se llevó las manos al vientre y respiró hondo, resistiendo la náusea. Por un instante interminable sólo existió la agonía y el miedo a no poder dar un paso más, a caer desplomada frente al portón del cementerio y a que la encontraran allí al alba, abrazada a sus rejas de lanzas como una figura de hiel y de escarcha, el hijo que llevaba en el vientre atrapado sin remedio en un sarcófago de hielo.

La ciudad de vapor, de Carlos Ruiz Zafón

"La dueña de la santa", de Mariana Guarinoni

21
jueves,
de
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"---Quiso quedarse la santa, aquí se quedará---asintió Joao con la cabeza mientras hablaba---.Tendrás agua para beber del río y puedes cazar y pescar para sobrevivir. Y deberás construirle un refugio a la imagen, para que no se arruine de las lluvias. Desde hoy cuidarla es tu tarea: ya no serás mi esclavo, sino esclavo de la estatuilla. Vivirás para ocuparte de ella."


"Manoel volvía a ser libre, como antes de que lo apresaran en su selva natal. Sin amos, sin dueños, sin castigos, sin órdenes. Libre. Nunca había estado tan feliz en sus veintiséis años, porque volvía a tener un bien perdido, que antes no había valorado por considerarlo natural e indiscutible: su propia vida."


La dueña de la santa, Mariana Guarinoni

"Quebrada", de Mariana Travacio

20
miércoles,
de
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"Me llamo Lina Ramos, soy la esposa de Relicario Cruz. Hace tiempo que le vengo diciendo que nos tenemos que ir, pero él no quiere. Se aferra mucho a esta tierra, dice que acá nacimos y que acá tenemos que morir. Pero es que ya no queda nadie, le digo. Y me dice que no podemos andar abandonando a nuestros muertos, no podemos irnos y dejarlos acá, Lina, sin que nadie los reconozca. Así me dice. Que esas cosas no se hacen. Y yo le explico que con gusto me quedaría si hubiera qué comer. Pero esta es una zona muy quebrada, no se encuentra ni un pedazo de tierra que sirva para algo. Sólo crecen esos yuyos tristes, llenos de espinas que arañan el viento. Lo demás es pura piedra.

El otro día que andaba mala, tuve que ir donde Octavia, que sabe curarme. Me tardé cuatro horas trepándome a las piedras. Llegué con el último suspiro. Todo eso le vengo diciendo a Relicario, pero no sabe escucharme. Dice que la tierra no se abandona. Que si uno se va, los muertos se quedan sin nombre, y se acaban confundiendo porque ya nadie se les acerca a recordarles ni quiénes eran, ni qué decían, ni qué les gustaba. Hay que llevarles la caña y un poco de sopa, o lo que hayan tenido en vida."

Quebrada, de Mariana Travacio

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¡Forjadores de espadas
acá está la palabra!

Decía Juan R. Jiménez

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Hoy en día, más que nunca, debemos cuidar la palabra escrita con vocación y responsabilidad.

"La cocinera de Frida", de Florencia Etcheves

13
miércoles,
de
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"Sus colores, sus risas, su olor; la manera de enojarse, de estar cansada, de llorar; el frío de sus manos al acariciar, el calor de su pecho al abrazar. Todo convertía a Frida en una criatura magnética para cualquier ser que tuviera un corazón latiendo, y eso incluía a las mascotas."


"---Yo sólo tengo un cuerpo. Y una cosa es tener un cuerpo y otra muy distinta es ser bella. Eso también lo tienes que aprender".

"---Todo eso que ves ahí es el artificio de mi mentira más grande. Me inventé un personaje para disimular mi propio ser. Para ser deseable, muchas veces, es imperioso ser otra. Yo soy tehuana para complacer a Diego.

La cocinera de Frida, de Florencia Etcheves

"Como agua para chocolate, de Laura Esquivel

12
martes,
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" Tenía que encontrar una manera, aunque fuera artificial, de provocar un fuego tal que pudiera alumbrar ese camino de regreso a su origen y a Pedro. Se levantó, fue corriendo por el enorme colcha que había tejido noche tras noche de soledad e insomnio y se le echó encima. Con ella cubrió las tres hectáreas que comprendía el rancho en su totalidad. Sacó de su buró la caja de cerillos que John le había regalado. Necesitaba mucho fósforo en el cuerpo."

"Era tan grande y pesada que no cupo dentro del carruaje. Tita se aferró a ella con tal fuerza que no hubo más remedio que llevarla arrastrando como una enorme y caleidocópica cola de novia que alcanza a cubrir un kilómetro completo. Debido a que Tita utilizaba en su colcha cuanto estambre caía en sus manos, sin importarle el color; la colcha mostraba una amalgama de colores, texturas y formas que aparecían y desaparecían como por arte de magia entre la monumental polvareda que levantaba a su paso."

Como agua para chocolate, de Laura Esquivel

"Puerto soledad", de Luján Fraix

11
lunes,
de
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"La tierra tembló y las rocas chocaron unas contra otras. Los sepulcros se abrieron y muchos cuerpos resucitaron de sus cenizas. En el Atlántico Sur, las almas se encontraron para llorar abrazadas.


El soldado protagonista de la guerra tuvo que soportar la barbarie como una patología que le laceraba el corazón y el cuerpo. Se encontraba extraviado sin que nadie se diera cuenta hasta dónde llegaban sus heridas, porque la angustia era interna y llevaba su cruz muy secretamente hasta la entrega. Nunca pudo disipar los enigmas por estar entre el cielo y el tormento. Britania fue, desde mucho antes de conocerla, el bálsamo; sin ella volvió a caer igual que una marioneta a la que le cortan los hilos. Los años pasaron en la nebulosa donde la ficción formaba coloquios con personajes de yeso. A través del caos de un mundo psíquico gris, con la voluntad de atravesar ese transcurrir de los días, Emilio miró siempre su problema hasta que se le terminó la energía.


El tiempo arrasó las horas devoradas por el fuego de los cañones. Nada fue igual porque aparecieron tazas de café vacías, versos sin terminar en libros con polvo, miradas en andenes y ese viaje a estepas heladas. Emilio quiso inmortalizarse por eso soportó su silla de ruedas en aquellas tardes de ocasos frente al océano, resistió las quejas de su tía Roberta y el sometimiento de Laurentino. No intentó matarse porque sabía que tenía que llegar hasta el final de la guerra, hasta cuando se asfixiara y ya no pudiera respirar por el olor a pólvora.


Todos le robaron las esperanzas y clamaron por su destierro: quienes lo dejaron del otro lado, en el lugar de los incapaces, sin voz y sin aire. La marejada lo trajo a perder su poca lozanía en otra contienda, la de los días venideros.

El títere que tía Roberta manejaba no era más que un fantasma agitando los brazos desde su propio barco que se había quedado anclado. Tratar de resucitar era comprometerse con las circunstancias y su responsabilidad, sentir la magnitud que daba la entrega, salvar significaba salvarse.

Dios le dio la oportunidad de rescatar vida de un mundo de muertos con sabiduría cristiana, pero ella era insanable algo así como una inquisidora sin fe.

El refugio de Emilio, tan infante por momentos, se transformó en un crisol hecho de cenizas de huesos, donde los personajes ensayaban sus libretos.


Puerto soledad, de Luján Fraix


"Violeta", de Isabel Allende

10
domingo,
de
1
COM

 


"Caí en el trance, no hay otra explicación para esa fuga del tiempo y del espacio. Es imposible describir la experiencia de esfumarse en el vacío negro del universo, sin el cordón umbilical que nos une a la vida. Nada quedaba, ni presente, ni pasado, y al tiempo yo era parte de todo lo que existe. No puedo decir que era un viaje espiritual, porque también desapareció esa intuición que nos permite creer en el alma. Supongo que fue como morir, y que volveré a sentir eso cuando me llegue la hora del final. Regresé a la conciencia cuando cesó el sonido del tambor."


"Calculo que tendría unos ochenta años, pero es imposible que fuera más joven y estuviera desgastado por el sufrimiento... 

...Ese duelo monumental no le dejó amargura, sino una infinita compasión por la debilidad humana"


Violeta, de Isabel Allende

"La hija del relojero", de Kate Morton

9
sábado,
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"Amaneció un día cálido y despejado. La calima de las primeras horas se disipó y al mediodía el cielo era azul intenso y el jardín relucía. Junto al río había una serie de manteles dispuestos a largo de un tramo de orilla con hierba que quedaba bajo dos sauces y las profesoras ya estaban ahí, disfrutando del día. Algunas habían traído grandes sombrillas blancas, mientras que otras llevaban pamelas, y en la sombra, a lo largo de los extremos donde estaba el grupo, colocaron las canastas de mimbre con el banquete del mediodía."


"En tan solo una tarde tuvo la impresión de que el mundo se había inclinado y todo se había caído del centro. Todos los adultos de su vida se habían estropeado, como esos relojes que empezaban a dar mal la hora."


"Hay una herida que nunca se cura en el corazón de una niña abandonada.


"La hija del relojero", de Kate Morton

"Lo mucho que te amé", de Eduardo Sacheri

8
viernes,
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"Odio los domingos a la noche. Desde chica. Aunque parezca imposible tienen una luz moribunda más triste que la de los otros días. Y no importan que sean de invierno o de verano. Puede que las del invierno sean peores, porque encima hace frío, y sí o sí al día siguiente hay escuela, o universidad o trabajo..."


"Ninguno de mis días estaba escrito en el día anterior, pero lo que me impacta es que, una vez vivido, cada día antecede y explica, y establece y justifica, y condiciona lo que sucederá después, con los días venideros."


Lo mucho que te amé, de Eduardo Sacheri