La nodriza esclava



Isabel Law era una mujer que dedicó su vida a la familia Tudor; hija de labriegos, desde muy jovencita trabajó para el rey.

Ella luchó por sacar a la intemperie sus miedos ante la Inquisición y vio de cerca cada sacrificio. 



Sabía que la muerte la buscaba, a pesar de que cantaba en los templos y llevaba una cruz sobre su pecho, en épocas en que el gobierno tenía problemas con la Iglesia Romana, en el reinado de Eduardo Vl y el calvinismo o de Isabel l y el anglicanismo.



Isabel estaba en continuo enlace con las brujas y las estacas. 



Traía a Hampton Court a todo tipo de videntes y se embriagaba con las oraciones de la Biblia; sin embargo, tenía miedo a los acontecimientos imprevistos que acarreaba el siglo XVl con verdugos, herejes, diablos y santos que se “coronaban” frente a ella con sus vestiduras púrpuras.



Isabel Law fue esclava, pecadora, nodriza-madre, y asesina pero lo hizo en defensa propia por eso no hubo censura.
En muchas ocasiones, ella veía esqueletos en el armazón de la rueda, decapitados, muertes en la hoguera, libertinaje sexual en la corte, hombres con capucha y destral. No hablaba de las tumbas escondidas, del foso cubierto de cadáveres, de los ancianos vaciados del viernes Santo, de los encorvados y dementes.



Esos seres la amarraban a una cárcel en llamas para evocar el sacrificio de Juana de Arco, la santa guerrera, y saciar el hambre de ser patriota y defender los ideales. Cuando la “muerte negra” azotó las viejas murallas, y tras la muerte de Isabel l en 1603, la nodriza, muy anciana, escuchó un silencio de sepulcro que la dejó ciega y sorda. Todas las personas que la quisieron o que la odiaron, los fantasmas, los enanos y deformes, los labriegos y artesanos de la aldea… habían desaparecido.



Aquella ausencia de carruajes, de risas infantiles, de copos de nieve y querubines, del rey y sus borlas doradas, de los escribientes y las gitanas… la dejó inerme, contra una pared de formas inquietantes pero sin voces.
El mutismo lleno de memoria le recordaba la soledad y la quietud era una mortaja de condenado. Nunca creyó que iba a tener que vivir sin ellos.



In Pace.

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