La abuela francesa-De Suiza a América--Francisca y Juan José---1865 (2da parte)
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La abuela francesa---Luján Fraix,
La abuela francesa. De Suiza a América--Francisca y Juan José---1865 (2da parte)
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Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
febrero 11, 2018
Las leyes fueron duras por esos años: las guerras, el
caudal de muertes, una vida casi prestada de sinsabores en un círculo demasiado
involucrado en los problemas de un gobierno dictatorial.
Napoleón lll contaba con el sostén del cuerpo legislativo,
de la burguesía a la que favoreció económicamente, de las masas populares a las
que prometió reformas sociales y del ejército al que apoyó para hacer de él un
instrumento de su propia seguridad.
Las familias habían decidido marcharse en busca del aire
que les faltaba en esa atmósfera tan densa como represiva.
La sirena de “El Bargaret” anunció que necesitaba diez
minutos para zarpar de esas tierras amadas. No podían malgastar las horas en
discusiones absurdas, porque debían ponerse en marcha lo más rápido posible
para no pensar en el destierro.
El ambiente, aderezado con aroma a ron y salmuera, estaba
lleno de indisciplinados, viajantes de comercio, gente humilde y polémica y
algunos ardientes soñadores.
Francisca Dunoyer y Juan José Bourdet subieron a la nave
con sus hijos. Solamente uno de ellos prometía ser la persona íntegra y
perspicaz apta para dominar, con habilidad, el territorio que los esperaba y
que sería su nuevo hogar. Tal vez no fueran tan adversos los horizontes de
América, pero a más de uno se le doblegaban las fuerzas al pensar que tendrían
que comenzar a vivir bajo un techo desconocido.
A bordo, Francisca se dio cuenta de que faltaba uno de sus
pequeños; en el apuro, Louis se había quedado llorando junto a la embarcación,
desorientado. Francisca estaba nerviosa; demasiados problemas escapaban a su
dominio de creadora y madre. No pudo hostigar al niño, carente de afecto, su
propósito en ese momento era organizar la travesía sin abandonar ningún detalle.
Ella era feliz; su esposo, en cambio, se encontraba sumido en largas
meditaciones que lo turbaban hasta aturdirlo por completo. Era un señor de baja
estatura pero de físico nervioso e inteligencia excepcional; trabajador
incansable, conocía a la perfección los asuntos más diversos y en especial los
rurales.
El barco comenzó el viaje que sería la clave y el destino
de muchas vidas errantes, unidas por el lazo de una sangre luchadora con el
fervor propio de los guerreros.
Los marineros recorrían la cubierta. Todo estaba en
excelente estado: los botes salvavidas, los víveres en la bodega, el sextante,
el mástil de mesana y la antena de radio. La bitácora, que había demandado
varios meses en repararla, funcionaba perfecta y el timonel Thiriot estaba orgulloso
de su tripulación, de la nave y del itinerario que para él también sería un
desafío.
Los pasajeros en los camarotes, no dejaban de sentir temor
a algún acontecimiento inesperado que pudiera alterar el ritmo: islas
volcánicas, pulpos gigantes, iceberg y demás elementos supuestamente
inverosímiles. El miedo suele ser testigo de mensajes nocivos para las almas
débiles, las inquieta a tal punto que sienten que va a suceder algo. A
hurtadillas, cada uno era artífice de sus propios argumentos.
El casco de “El Bargaret” poseía un doble fondo que estaba
dividido en diez compartimientos estancos que lo convertían en coloso. Tenía
cinco niveles y chimeneas, hotel, teatro, camas con baldaquino, restaurantes
para los pasajeros de primera clase. Los de tercera viajaban en una cabina con
dos camas.
Melanie Bourdet, la hija de Francisca y de Juan José,
inventaba narraciones de príncipes y doncellas en un universo de magia
permanente. Su personalidad algo díscola y solitaria mostraba, a veces, la
fuerza de su temple; no aceptaba opiniones, ella tenía las propias y eran
dignas de respeto y admiración por parte de sus progenitores.
Los hermanos derrochaban la sabiduría propia de la edad;
los más grandes leían a los humanistas de la época: “Los viajes de Gulliver” y
“De la tierra a la luna” de Julio Verne; sin embargo, era Melanie la que
desacomodaba las palabras, las volvía a armar y creaba verdaderas obras de
arte. Era el hallazgo mismo de sus ficticias historias.
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Hace años conocí a la abuela francesa.
ResponderEliminarMe encanta reencontrarme con esta mujer valiente y fuerte.
Besos, querida Luján.
Sí, hace años publiqué algo en el blog sobre ella. Es que la novela la escribí entre 1994 y 1997.
EliminarBesos.
Muy bonito ese trozo. Un beso.
ResponderEliminarGracias Teresa. Un beso.
Eliminar¡¡ Pero que bien escribes chiquilla!! Besicos
ResponderEliminarAdoro esta novela y la profundidad de tus personajes
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