Aluen (Cap I-Francisco de Vietma 2da parte)
Un día, cuando menos lo
esperábamos, se presentó ante nosotros un hombre de figura gigantesca. Estaba
sobre la playa, casi desnudo, y cantaba y danzaba al mismo tiempo, echándose
arena sobre la cabeza… Al vernos, dio muestras de gran extrañeza y levantando
el dedo, quería decir que nos creía descendidos del cielo. El hombre era tan
grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura. De hermosa talla, su
cara era ancha y teñida de rojo, excepto los ojos, rodeados de un círculo
amarillo y dos trazos en forma de corazón en la mejilla… Pigafetta
“Viaje alrededor del mundo” (indio patagón)
La
india Teresa fue un personaje peculiar. Se unió a los españoles y los acompañó
a descifrar los enigmas de la Madre Tierra como robos y ataques.
Dos
mujeres blancas que permanecían en las tolderías por haber sido llevadas
cautivas, fueron rescatadas: Andrea Pérez y una niña Anastasia Santiesteban
quien había aprendido, por haber estado rodeada de indios, su idioma y sus
costumbres. Ella decidió quedarse en esas tierras porque sabía manejarse entre
los arbustos espinosos, el suelo agreste y el trato a veces cruel de los
nativos, quienes dominaban, con su carácter esquivo, las ideas poco
conciliadoras.
Anastasia
se quedó al cuidado de Francisco de Vietma; lo ayudó a confirmar sospechas
sobre las intenciones de los indígenas que solían acercarse a la casa de Vietma
para espiar sus movimientos: esa curiosidad que los alteraba y los confundía
porque no comprendían el manejo de los blancos a quienes le temían pero también
desafiaban… Estaban dispuestos a arremeter contra ellos; no tenían salida ni
escrúpulos. No se podía pedir cordura porque se hallaban exasperados.
Finalmente, Anastasia regresó a Buenos Aires.
Los
hombres empezaron a convivir con las indias. Llegaron a ser castigados y hasta
se convirtieron en seres indiferentes, fríos, sin sentimientos. Nacieron niños
de esas uniones que fueron más de una vez rechazados. Los soldados querían
escapar porque la vida era demasiado sacrificada, pero los pobladores también
sufrían carencias: no había arados ni bueyes, no tenían ropa y dormían en
cobertizos de juncos.
En
la región patagónica, azotada por los fuertes vientos, la vegetación arbórea
era achaparrada y los pastos duros.
En
el invierno, en las cercanías de río Negro, a sesenta u ochenta millas del mar,
donde el valle tenía más de nueve mil metros de anchura, era habitable
solamente en el lugar donde existía agua para el hombre y los animales y donde
la tierra producía algunos pastos y granos. Era nivelado y terminaba
abruptamente al pie del barranco en forma de alero sobre la meseta.
Pedro
acostumbraba salir todas las mañanas a caminar por el valle, tan pronto como
llegaba a lo alto se internaba en la espesura gris, y allí se sentía más solo y
alejado de toda mirada humana que parecía estar a mil kilómetros, en vez de a
diez que lo separaban del río y del valle escondido. Ese desierto que se
extendía hasta el infinito, nunca cruzado por el hombre y donde los animales
salvajes eran tan escasos que ni siquiera habían dejado algún sendero visible,
se le presentaba tan primitivo, solitario y lejano que, de morir allí, los
pájaros devorarían su cuerpo y sus huesos se blanquearían por el sol y el aire,
nadie hubiera hallado ni los restos, olvidándose de que alguien salió una
mañana y no volvió jamás.
Los
indios tuvieron protección que fue iniciada por Isabel La Católica.
Los
misioneros fueron sus grandes defensores, sobre todo el padre Las Casas y el
Papa Pablo III quien los declaró seres racionales a los que no se podían privar
de su libertad ni de propiedades o convertir a la esclavitud.
Los
aborígenes y sus familiares encontraron también toda clase de enseñanzas en las
Reducciones, tanto jesuíticas como franciscanas a partir de 1610.
Y
así los Tehuelches-llamados patagones por los españoles- de gran estatura y
robustez recorrían sus zonas y se alimentaban con mariscos y frutos del
algarrobo, fresas, papas silvestres, hongos y raíces. Vestían pieles, se
adornaban con plumas y se pintaban el cuerpo. Le gustaban la música y el baile,
pero eran muy belicosos.