Perder el Alma
−¿De
dónde vienes?
−De
atrás del galpón. Fui a mostrarle los caballos a Alma. La naturaleza hace bien,
llena de energía y sana el cuerpo. Es un paraíso, el cielo mismo.
−¿Qué?
No sabía que ver caballos daba tanta paz.
−Caballos,
perros, pájaros… El viento aleteando igual que mariposas rojas, el aljibe y el
molino. ¡Tantas cosas! El sol es otro sol y calienta aunque no alumbre. La
lluvia es bonita, un arrullo, y adormece las palabras. Ese silencio también
cura porque obliga a la reflexión. Y aparecen los recuerdos, las risas, los
abrazos… Es otra vida. Yo no la conocía y ahora me siento bendecida por ese
jardín de hortensias y de rosas. La sabiduría de los años huele a fogatas bajo
la luna y a huertas. ¡Qué serenidad da alejarse de los otros, dejando correr la
vista por los tejados, por los patios que desbordan de plantas, con sus fuentes
de agua! Y las sementeras y los cañaverales frente a las golondrinas. ¡Cuánta
poesía que me sostiene! Por suerte la he descubierto.