Buenas y Santas... Los hijos olvidados (Cap 4 La desaparición de Felicitas 2da parte)
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Buenas y Santas... (Cap 4 La desaparición de Felicitnas 2da parte),
Buenas y Santas...---Luján Fraix
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Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
abril 03, 2020
Él
la miró perturbado por un raro sentimiento. No podía creer que aquella niña le
gustara tanto. Todavía no había olvidado sus modales groseros y el desprecio
que tuvo que soportar la noche de presentaciones.
‒¿Tú
sigues siendo una vagabunda?‒le preguntó con picardía.
‒Ahora
soy señorita fina, ¿no se nota?
‒No‒contestó
Raúl.
Entre
las sementeras y los cañaverales, se filtraban los arrullos de palomas. Se
sentaron sobre una piedra; el aire traía la inquebrantable sensación de culpa
pero era obvio que a Felicitas ya no le importaban los riesgos ni los códigos
de su madre. La emancipación había llegado para ella porque había crecido. Lo
sentía así desde aquel día de la cena cuando desafió a todos los presentes con
su capricho de niña rica.
‒¿Por
qué me escribes tantas cartas?
‒Porque
me gusta hablar contigo, a la distancia, aunque sea a través de un frío papel.
‒Tú
sabes que nuestros padres organizaron el encuentro.
‒Sí
y me apena pero así piensan ellos, son de otra generación. Resuelven el tema
amoroso de los hijos intentando casarlos con amigos de la familia y hasta con
primos.
‒¡Qué
horror!
‒Creo
que no se detienen a pensar en los sentimientos‒dijo Raúl acariciando un mechón
de pelo de Felicitas que le caía, rebelde, sobre el hombro izquierdo.
Ella
se estremeció al contacto de su mano y se puso de pie.
‒Perdón‒dijo
él turbado por la situación‒. Ella lo volvió a mirar a los ojos con ansiedad…
Al
rato…
‒Debo
irme porque ya es casi mediodía y se van a dar cuenta de que falto de la casa.
Espero que Antonio no se lo haya contado a mi madre‒dijo acomodándose la ropa.
‒¿Antonio?
‒El
capataz.
Raúl
sintió un lacerante temblor en su pecho. Los celos lo estaban dejando al
descubierto con intenciones de delatar un cariño que empezaba a nacer en su
corazón.
‒Adiós,
nos veremos pronto‒dijo Felicitas y huyó con su caballo por la calle estrecha
entre los álamos y su aliento de sombras.
Era
indudable, que la influencia de doña Emma aparecía para enturbiar los ánimos.
Demasiados códigos para expresar el amor parecían absurdos a los ojos de Raúl
que, a pesar de que le gustaba demasiado Felicitas, pensó que como novia no le
convenía.
Y
entonces, por cobardía o por necesidad, por ese incalificable sentimiento que
nos arrastra a las más insólitas acciones, Raúl se dejó llevar hacia la casa de
doña Emma a quien encontró en el patinillo. Estaba vigilando a unos peones que
hacían girar, con grandes esfuerzos, la rueda de la máquina de fabricar agua.
‒¿Qué
lo trae por aquí Raúl?‒dijo asombrada por la visita.
‒Necesito
hablar con su hija.
‒¡Remedios,
llama a Felicitas!‒gritó doña Emma.
‒No
está‒dijo la criada.
La
niña, después de escapar en su caballo por aquellos caminos con aroma a
sándalos, no había llegado a La Candelaria.
Raúl sintió que se
había metido en un lío mayor cuando todos empezaron a buscarla sin hallar sus
rastros. Llegó la noche. El reflejo del farol, que se balanceaba en el patio,
sobre la copa de los árboles frutales, al penetrar en el interior de la casona
por las cortinas dibujaba sombras en aquellas desconsoladas almas. Doña Emma,
transida de tristeza, temblaba bajo sus ropas y sentía cada vez más frío.
Felicitas había desaparecido y las horas se tornaban interminables.
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Tu escritura es siempre amena y dulce, espero que todos esteís bien, un abrazo.
ResponderEliminarMuy bonita. Besitos.
ResponderEliminarBuen capítulo
ResponderEliminarInteresante lectura, escrita con la misma exquisita de siempre.
ResponderEliminarUn abrazo Lujan.