Buenas y Santas... (El tema)

 


ARGENTINA, 1910
SANTA FE DE LA VERA CRUZ


La Candelaria, establecimiento rural de doña Emma: una mujer poderosa y autoritaria.
La niña Felicitas, hija menor de la dueña de la estancia, es rebelde y trata de desafiar las leyes éticas y morales de una época donde los prejuicios sociales la obligan a guardar las apariencias.
Un amor prohibido y su irrespetuoso carácter terminan por enfermar a su madre que toma una drástica decisión. Una tarde embarcan para Francia llevando como única compañía a Remedios, la criada.

Por aquellos años, las personas adineradas de Argentina solían viajar al hemisferio Norte para alejar a sus hijos de supuestos amores inoportunos.

Cuando regresan, después de dos años, están irreconocibles. Cada una oculta secretos inconfesables y la carga de un misterio demoledor que las separa... Serán enemigas de por vida.

¿Y los hijos olvidados?
La pobreza del alma, a veces, no tiene vuelta atrás.

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Los temas de esta novela son tratados con filosofía y lirismo: el temor a la muerte, los secretos, el amor, los juicios de la sociedad, la dignidad del hombre, los valores humanos, el poder de la verdad...dejando un mensaje claro desde la psicología de los personajes.


Felicitas, la niña "bien", la joven rica y poderosa, no era más que una muchacha solitaria que quería ser feliz y no podía. Su madre intentaba llevarla por el camino que ella consideraba correcto por su condición social, pero ella se sentía ofendida, no respetada... Y así, con esa valentía, solía escaparse en su caballo y desaparecer todo el día. Eso enojaba mucho a doña Emma que ya no sabía qué decisión tomar, aunque sabía, muy en el fondo, que ella no era el mejor ejemplo.
En medio de esa llanura inhóspita, los deseos de la patrona eran órdenes que había que cumplir a costa del sufrimiento, del amor y del futuro de quienes vivían en la estancia. Todos se sentían presionados por la autoridad de doña Emma, y hasta el criado Jeremías solía huir cuando la veía para no tener que dar explicaciones.
Antonio, el capataz, triste y malhumorado, guardaba bajo el poncho media docena de secretos que lo delataban cuando lo miraban a los ojos. 
Así vivían por aquellas épocas los habitantes de la Candelaria, una estancia con demasiada historia y poca sensibilidad, un lugar bello, pero demasiado injusto, donde el buen nombre valía más que el derecho a ser feliz.