¿Cómo escribir personajes femeninos?
¿Cómo escribir personajes femeninos?
En primer lugar trataremos de describir a una persona, destacando sus peculiaridades físicas y psicológicas. Un retrato no demasiado extenso en el que el lector se pueda imaginar y hasta ver a ese personaje que estás describiendo. Para mí lo importante, más que lo físico, es la parte emotiva: sus alegrías y tristezas, amores, sueños por alcanzar, miedos, desilusiones... Ese aspecto la hará más realista, más cercana, y a la vez se podrán identificar con su lado positivo o no tan positivo. La vida no es "color de rosa" siempre. Lo ideal es buscar a una persona real y observar sus movimientos, la manera de mover las manos, la risa, los gestos, de qué se emociona y qué la pone furiosa... También todo lo negativo: la soberbia, la falta de empatía, el rencor, si es alguien que no reconoce sus errores, que no pide perdón... Todo suma.
Es importante también seguir un poco la línea literaria, aunque hoy en día no se use mucho.
Ejemplo:
“Florencia era alta, elegante, soberbia. Su tez era blanca,
de una palidez estatuaria. En sus mejillas, el rubor de adolescente manchaba
apenas aquella piel satinada.
Tenía la voz firme como eran sus
ideas, que explanaba sin dubitaciones, con la seguridad, a priori, de que
ninguna de sus opiniones podía ser refutada. Ese rasgo confería a su
personalidad un matiz antipático, de rechazo.”
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Los personajes, en general, de una novela pueden ser analizados desde el punto de vista de toda obra de arte:
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SEMBLANZA O RETRATO LITERARIO
Maestra del autoengaño, Manuela vivió siempre a la sombra de los demás porque le resultaba fácil y cómodo. Su carácter esquivo y sus rasgos pueriles la transformaban en una discípula de sus propios miedos.
Era una mujer de estatura mediana, cabellos castaños con rulos estáticos y ojos color del cielo. Se vestía como al descuido, con trajes regalados y pobres que no correspondían a su edad. Era sumisa y agradable, demasiado dadivosa y consagrada a los rezos como resultado de su estructurada educación religiosa. Ella creía que permanecía, por su propia voluntad, ajena a las miserias de los humanos.
En las tardes de invierno, tejía ponchos de oveja o de llama…; en su rostro se pintaban el candor y la suavidad, la sonrisa pura y confiada, la sabiduría de la resignación…
Quería refugiarse en su mundo de sentencias y de revelaciones porque su miedo iba en aumento y convocaba a sus fantasmas interiores que aleteaban como aves espectadoras de un probable exterminio. Esos temores le impedían crecer a pesar de haber “dado a luz” a dos hijas.
Manuela, la niña, en un tablón de andamio estaba por caer frente al tiempo y su crueldad, pisoteada por la injusticia, por el espanto y la impotencia.
El sexo, la separación, la infancia, un epígrafe, el cielo, su historia… eran símbolos que su mente guardaba para las pesadillas, cuando despertaba a los gritos en medio de las noches de lluvia, mientras la gata Máxima lloraba a sus pies.
Manuela, herrumbrada, cobarde…, quería ser cruel porque se consideraba desigual ante la maldad de ese destino, pero no era valiente como Dios se lo pedía en los sueños fragmentados. Su voz era dulce y recogida, sus gestos llanos…; existía la nobleza del dolor en la santidad de una mujer que no había manchado su espíritu con los pecados terrenales.
L.Fraix