Tertulias de la abuela: en el muelle
Este té que quiero compartir
este martes lo llamaré
"En el muelle"
porque es allí donde quedé anclada,
metafóricamente hablando,
a la espera de un amor.
Les presento mi tacita alemana
para este encuentro.
Recuerdo...
que fue larga aquella espera
que me trajo apatía,
días sin sol,
lágrimas e impotencia.
Sentía que dejaba de ser...,
que el tiempo me abrigaba
con el hielo en sus apretadas manos.
Pasaban otoños y primaveras,
mi vida se desdibujada en suspiros interminables,
buscando en otros rostros una mirada
y sólo encontraba huecos insondables,
avanzados silencios,
días eternos...
Modelaba mis años como artesana cautiva
de un sentimiento demasiado arraigado
y las preguntas retóricas no tenían lógica.
¿Para qué seguir en el muelle?
Se me aquietaba la sangre
en mi corazón desierto,
no sabía cómo salir del encierro
mientras latían las horas
como relojes desordenados.
Era sombra, calleja, retablo,
luna...
sin velas ni timón,
sin puerto.
Pude sobrevivir mirando el horizonte,
dejando la ansiedad guardada en un arcón antiguo,
tratando de olvidar
con pinceladas pretéritas
una voz, un gesto, el adiós...
No pude hacerlo...
y permanecí en la ribera
como niña huérfana
esperando una caricia.
Me salvó una nave
que llegó agitando
sus alas blancas...
EN EL MUELLE
"Y unos ojos marinos
con rostro de miel, sombríos,
recordarán el viaje..."
Sueño de mástiles dormidos en los puertos,
necesidad de quedarme anclada en la corriente,
con la voz del tiempo esperando las gaviotas.
Mis ojos retornan al ayer en un espejo velado
cuando tiemblan tus palabras en mis manos
y la luna recoge su perfil de astros confinados.
Acero de caminos, voluntad alargada por las vías
de la tierra.
Toda la noche busca olvidos con la luz de los faros
en esa oscuridad latente que anida en el frío
de la orilla.
El mundo suspendido es un piélago
con imaginarios vientos, pájaros libres,
y la vigilia de mis brazos extendidos.
¡Amor ciego que llora el fin de los milagros,
sálvame del naufragio de mi alma!.
El puerto espera la ceniza en sus níveas mieles
cuando late un corazón que bebe rocas
con salitre y fuego,
que mira un horizonte multiplicado de estrellas,
que ve más allá de los vacíos
tu mirada azul, tu pena honda, tu infinito...
Mi memoria recobra los sentidos de la nada
y tu rostro desaparecido es sólo un nombre,
el musgo que crece cuando el exilio inventa...
las altas soledades o la humedad de los abismos.
Habitas en la huella de la tierra labrantía,
en la vastedad de las lágrimas,
en cada anochecer que madura sus colores
y en el día que desata la violencia de los mares.
¡Oh amor, tu puerto de aves es el mío
déjame la santidad de tus alas!
Luján 2012