Retratos Literarios: José Rodríguez
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El silencioso grito de Manuela---Luján Fraix,
personajes de novela
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Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
noviembre 05, 2017
José tras el olfato de sus perros
cimarrones era un campesino expuesto a las plagas de langosta; parecía tener un
color diferente en su rostro y se confundía, de a ratos, con actitudes
primitivas. Recorría los galpones y se recostaba en algún colchón de chala
mientras miraba el vacío como si la vida fuera una mujer que no le daba alegría
ni pena.
En tiempos de sequía, se
martirizaba observando la tierra y los cielos con desesperación; reclamaba lo
que era suyo y parecía que no le importaba otra cosa. Le pesaba la sangre de
los colonos en el cuerpo, esa masa de huesos magullada por las cruces de Manuela,
la rigidez de sus ambiciosos padres y el amor por Letizia que parecía olvidado
por los hielos de la escarcha.
José no pensaba en la soledad y
observaba el crepúsculo ambarino sólo para saber el color de sus espigas, la
virginidad de las plantas y ver la hojarasca en los terrenos áridos. Nunca se
quebraba porque su sangre parecía helada entre las venas, pero lo cierto era
que él eternizaba el amor de Letizia; no lo custodiaba ni lo desamparaba
solamente lo sumergía en un mutismo de lejana cercanía. Necesitaba de esas alas
para aislarse en busca de su yo, aprender de sus raíces y dormirse en la paz de
ese linaje en el cual, tal vez, no existían ni Letizia ni sus hijas.
El desamparo del labrador no lo
asfixiaba. ¿La vida era tan sólo eso? José era un militante de las apariencias
como su suegro Julián; necesitaba dinero para ser feliz y pensaba que los billetes
mantenían fieles a las esposas.
“Cuando las mujeres exigen dinero a cambio es porque ya han dejado de
amar”.
José inmerso en los cuatro vientos
de la llanura aborrascada no prestaba atención a las cuestiones del espíritu
porque la quietud lo adormecía bajo el alero colonial de la casa de sus padres.
Él era inmaduro igual que Manuela y ya no tenía capacidad de asombro porque la
rutina no le dejaba ver lo que en realidad tenía valor. Infranqueable para
demostrar afecto creía ser justiciero y sacrificado porque cuando volvía a la
casona se mostraba sufrido; era una persona sin opciones, un fugitivo en quien
nadie podía depositar sus anhelos, miedos o desdichas porque él estaba
necesitando abrazos.
--------------De "El silencioso Grito de Manuela"