Tibieza de madre

 


A Peter, Catalina, Teobaldo y Milagros.

 

Una gata llamada Camila se desliza por el patio de la estancia “La Paz” en busca de sus hijos que Chacha, la cocinera, regaló a los sobrinos y nietos.

Por el sendero, viene Jeremías en el sulky; trae tarros de dulce, choclos y medicinas… Camila se revuelca en el pastito igual que Bartolo, el perro negro de Silvina. Cami es peluda y cariñosa; dicen que está criada “tonta” porque de chiquita la mimaron como un bebé, entonces ahora de grande no sabe defenderse ni enfrentar los peligros. Es amiga de los perros, de las gallinas, patos y conejos…; confía en todo el mundo y suele acostarse sobre las camas mientras masajea los almohadones. Ese ejercicio se llama “mamá-mamá” porque a Camila le recuerda cuando estaba en el regazo de su madre tomando la leche.

Cami está triste y tiene una pena; busca a los gatitos que tuvo hace dos meses. Ella piensa que los perdió un día de tormenta por eso cuando llueve llora mucho y se refugia en los roperos y en los huecos oscuros de la estancia.

Sube la escalerita hacia el patio virgen y mira, entre helechos y plantas de la felicidad, a los arrieros que pasan por el camino ancho. Camila no conoce el pueblo y sus costumbres, los ruidos de los coches y la muchedumbre… porque nació en “La Paz” y seguramente morirá allí por la simple razón que los gatos aman su territorio.

El vendedor de ropa llega en su auto brilloso y se baja con una valija parecida a la del abuelo Lucas. Camila salta por la ventanilla abierta con una curiosidad enorme y se acomoda en el asiento porque le da en el lomo un sol ardiente que la enloquece. Cuando don Mariano sale, después de vender sus productos, encuentra una sorpresa.

-¡Acá hay un gato echado! -grita.

-Bueno… hombre… eso no es pecado.

Cami huye y se va rumbo al galpón de las herramientas.

En la calle, frente al portón, un carro de ruedas grandes tirado por caballos negros mata una gallina…

Camila busca una camita caliente para descansar pero se asombra porque ve un nido con huevos; ella los huele porque están tibios. Despacito, se acuesta sobre los huevos y dormita; siente mucho placer y la alegría de haber encontrado una estufa para su panza.

Por la noche, Silvina la llama antes de cerrar los postigones y ella acude rápidamente con un maullido de pajarito doméstico. Come su alimento y cuando todos se van a sus cuartos se escapa por la ventana de la puerta principal, rumbo al galpón de las herramientas donde está el braserito para calentar su cuerpo.

Por un tiempo realiza esa tarea con la dicha de quemar sus huesos en las llamas de ese nido. Adopta para siempre la posición “gallinita” para dormir y es premiada por eso.

Una tarde, descubre que en la camita con calefactor ya no existen más los huevos pero sí unos hermosos pollitos blancos y amarillos.

Camila los mira extrañada…; los niños no tienen mamá porque el carro, días antes, junto al portón, la ha matado.

Cami se da vuelta y se va porque no quiere ser responsable de esas criaturas; sin embargo, ellos la siguen y se pierden juntos por la plantación de maíz en busca de alimentos.

***

LOS DUENDES DE LA CASA DULCE
-CUENTOS-