Perder el Alma. Me deben una vida...





¿Cuál era la verdad? ¿Y Alma?


Tuvo que caminar pasos medidos porque tantos eran los problemas que se le escapaban de las manos; dejó una tristeza vagabunda que lo perseguía igual que una sombra.
Miró a su gato rojo; lo escuchó comer "las estrellitas" en su plato colocado en la cocina. Sólo él regresaba, también lo hacía el zorzal a toda hora. Eso le daba una pequeña dicha, aunque sostenida por una sola cuerda de guitarra.
A veces, se sentía solo, pero lo animaban los salmos, las melodías religiosas, el recuerdo de su padre y, sin quererlo, casi sin permitírselo, la caricia de Clara Franch: la mujer fantasma, la mujer cielo, buena y cruel, que llevaba un pájaro en la punta de su dedo y tenía perfume a azahar. Se confundía.
El pentagrama sobre el órgano era azul, el color preferido de Rubén Darío y de la abuela Úrsula, y sus lágrimas de niño también eran azules porque se parecían a la lluvia.
Hablaba la gran madre y se desordenaban los silencios.
--Todo esto tendrá la importancia que tú le vas a dar.
--Sí, abuela.
PERDER EL ALMA.
Me deben una vida.

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