La nodriza esclava-Juana de Arco (4ta parte)
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La nodriza esclava--Juana de Arco (4ta parte)
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Luján Fraix
Luján Fraix
a la/s
enero 12, 2018
Isabel Law atendía a la reina junto con la enorme corte de
damas en su cámara privada. Catalina era muy religiosa y esa fe le daba la
fortaleza necesaria para enfrentar la adversidad sin quebrantarse. Una mujer
sumamente culta no podía doblegarse ante el infortunio; sus maestros se lo
habían enseñado: Séneca, San Jerónimo, Agustín… Ella estaba sometida al marido
de por vida con piedad y devoción. El sufrimiento de madre que había perdido a
sus cuatro hijos la debilitaba pero se encontraba absolutamente segura de que
su deber era procrear un nuevo heredero hasta perder toda su energía y ese niño debía ser varón.
En 1511, había nacido Enrique pero alcanzó a vivir
cincuenta y dos días. En esa época la mortalidad infantil era enorme y no
suponía una tragedia para las reinas que estaban al servicio de un país.
Isabel Law veía vacía el alma de la soberana en un mundo
irrepetible donde cada uno debía ser feliz. La joven pensaba en la muerte que
rodeaba la periferia de los palacios, en las alcobas, en las calles, sobre la Torre de Londres…; desde
niños hasta ancianos marqueses, desde eruditos hasta ignorantes. Todo resultaba
ser muy oscuro para los grandes señores cuando no podían doblegar las leyes.
A la pequeña dama de la corte le gustaba el canto y
agradecía a la Virgen santa por la inspiración y el don que le había regalado.
Isa le cantaba a la reina y también a Enrique Vlll en las mascaradas que se
realizaban en la corte donde participaban amigos y jóvenes de buena familia
ataviados con terciopelos coral y sombreros de diversos formatos.
La voz de Isabel se elevaba a las alturas y sus ojos quedaban fijos en la reina que reía en medio de tanta frivolidad. ¿Será feliz?.
Esa mirada recorría su cabello dorado y la piel blanca, el resto de su vestido
y aquellas manos pequeñas. Cuando se hallaban solas le recitaba los versos de
Tristán e Isolda que conocía de memoria y le leía una novela de caballería “El
Amadís de Gaula” que era muy popular en España.
Catalina de Aragón era reservada y no confesaba sus miedos
a los servidores pero Isabel notaba que no estaba contenta con su destino; tal
vez, las sombras amenazadoras y desleales arrastraban las dudas de todos con el
fin de ejecutar los más increíbles negocios. La reina temblaba y reaccionaba
rápidamente ante los movimientos bruscos o los gritos; aquella muñeca de cera
llevaba una vida casi estéril.
Isabel sentía lo mismo porque algo le faltaba; tal vez, el
artificio del lujo, quizá un amor incondicional o la aventura.
La sala de Catalina era de techo alto muy alto; los muros
recubiertos de oro y plata representaban pájaros, ángeles y caballos. Más
arriba, todo era bermejo y azul y se encontraba tan bien barnizado que
resplandecía igual que un cristal.
En alguna pared, quizá, los ojos vivientes de “La Gioconda ” miraban las
travesuras de la adolescente que no entendía la magnitud del valor de las obras
pictóricas.
-Dicen que era la esposa del florentino Francisco del
Giocondo-comentaba incrédula Isabel.
Catalina, en cambio, conocía las técnicas y lo nuevo que
llegaba de España o de Roma. Sabía que Miguel Ángel había pintado la Capilla Sextina del Vaticano.
Ella, a veces, se sentía presa de ese hombre pero le
obedecía ciegamente porque así debía ser; Catalina una discípula más,
encadenada, amada y perseguida, humillada por los amoríos del rey.
Isabel Law copiaba los gestos de la soberana romántica y
tierna porque la admiraba; en su interior y a la distancia experimentaba las
mismas sensaciones. Sin embargo, Auguste no se parecía a Enrique Vlll. Su
esposo era dócil y de buen carácter, aunque siempre desconfiaba de él por su
misterioso silencio y porque descuidaba el hogar con diversiones absurdas. Se
desempeñaba como mensajero del rey; Enrique lo había traído de Francia hacía
diez años. Por entonces, era un joven guardia del Castillo Condal, Chateaux
Comtal, adosado a la muralla galorromana y aislado de la Cité por un foso y una
barbacana. San Luis construyó la parte exterior y la terminó Felipe, el
atrevido.
Aguste Deux, caballero andante, se parecía al “Cid
Campeador” pero no era ni tan valiente ni tan guerrero. Siempre se excusaba,
delante de todos, y decía que era un pobre hombre, de humilde origen, al lado de los señores de Inglaterra. A menudo,
recordaba la “guerra de los cien años”; las flechas de los ingleses y los
gritos de Felipe Vl:
-¡Matad a toda esa gentuza!.
Auguste posesionado por los acontecimientos pasados parecía
un insano, igual que su amada esposa con los recuerdos de Juana de Arco y los
sacrificios.
“Rey de Inglaterra y
vos Duque de Bedfort que os decís regente del reino de Francia, dad razón al
rey del cielo. Rendid a la “doncella” que es enviada por Dios, las llaves de
todas las buenas ciudades que habéis tomado en Francia… y vosotros compañeros
de guerra, gentiles hombres y los otros, que estáis delante de Orleáns, idos a
vuestro país… yo soy enviada de Dios para echaros fuera de Francia.”
Carta de Juana de Arco en Orleáns al
Campamento inglés.
------De La Nodriza esclava
L.Fraix
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Leyéndote nos distraemos y aprendemos clase de historia. Abrazos
ResponderEliminarUn poco de todo Ester. Me alegro que te guste. Un beso grande.
EliminarEres una escritora genial me encanta como manejas los personajes
ResponderEliminarNo sé Citu, tú porque me quieres amiga. Gracias por venir, te visitaré en breve, lo que ocurre es que anduve mal estos días por el calor agobiante. Ahora está fresco porque llovió pero hace dos días no se podía respirar. Besitos.
EliminarMuy bonito. Besitos.
ResponderEliminarGracias querida Teresa. Besos amiga.
EliminarMuy bueno el relato.Besicos
ResponderEliminarGracias mi querida amiga. Besitos
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