Hija única. Libro de Recuerdos, por Gerardo Molina (Uruguay)

 


Ay Gerardo, me emociona tu presentación. Es única, generosa, brillante, como todo lo que haces, escribes, publicas... Me conmueven hasta mis mismas palabras escritas en un diario. No sé cómo agradecer tanto, amigo. Es demasiado. Cuánto amor por las letras querido Gerardo porque además de ser profesor, escritor y poeta, eres artista y el artista se brinda todo el tiempo porque eso le da la dicha que su alma necesita. Eres un gran artista. Gracias de corazón.
-----------------------------✍️Diario: "Hoy Canelones", de Uruguay.
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Nuevo Libro de Luján Fraix
Hija única: Libro de Recuerdos de Luján Fraix, 86 páginas, Edición Kindle, 2022.
En su presentación la editorial expresa: “Es una autobiografía de la autora. A través de sus páginas revive su infancia, la casa de los abuelos, los padres y su vocación por la escritura. Es un diario de alegrías y de cristales rotos, cuando el amor y el desamor dibujan tenues pinceladas frente a la edad de los espejos: los que muestran el verdadero rostro. La autora, hija única, nos acerca la luz del escritor solitario frente a la página en blanco: su refugio. Una vida mágica para los demás, iluminada, fecunda, abierta al sol... pero desolada por un destino inexorable.”

Luján Fraix nos regala, regalo en su sentido prístino (del latín regalis, algo propio del rey o de la realeza), fineza, dádiva, ofrenda de su espíritu abierto y generoso o como expresara Belk “con un valor simbólico, pues desde los más lejanos tiempos cumple una función comunicativa dentro del grupo humano”, en este libro, su autobiografía. Recuerdos entrañables –historia personal, poesía y hasta podríamos decir, confidencias-. Ajena a vanidades superfluas se nos muestra tal cual es, con un lenguaje en veces coloquial, donde la poesía tiene su impronta natural. Así, la acompañamos desde su niñez por el agreste encanto de su tierra santafesina.

“No tenía idea de las horas y de la finitud de la existencia porque era dichosa... Llueve la tarde/ sobre el rojo tejado/ risas de niños… En la adolescencia engañaba al espejo cuando mi rostro me decía que parecía un angelito del cielo. Quería ser mayor, corría delante de mis propios pasos…

Y, siempre, con la guía tutelar de las luchas y ejemplo de sus ancestros, donde destaca la figura paradigmática de su bisabuela Melanie, a quien eterniza en una de sus más celebradas novelas “La abuela francesa”. (Ver La Página Literaria del 12 de abril de 2018). Todo, con su precoz alumbramiento en las letras, sus lecturas azarosas y primeros poemas. Luego, la adolescencia, sus estudios, el amor, la juventud y la madurez, su periplo vital de dichas y dolores, de triunfos y derrotas, de luchas, de superación, y, sobre todo, de su fidelidad a la escritura…
En carta personal, nos cuenta cómo surgió la idea de escribir esta obra: “-Hija única-Libro de recuerdos- no es una biografía común, sino narrativa poética como la mayoría de las obras que escribo. Me inspiré en unas lecturas de Neruda en la revista Proa, donde intercalaba la historia de su vida con algunos versos. Finaliza luego del fallecimiento de mi padre en 2014.”

Y en las líneas finales del libro nos confiesa:
“Con la taza Isabelina de mi abuela Rosa podía hilvanar historias, atrapada entre los cendales de la vigilia, de la amistad, de los momentos vividos. Las flores me hablaban con susurros de mamá buena y en sus ojos rubios se veía el cariño. Había colibríes jugando con el agua, entre las hojas. En la calma de la siesta se refugiaba la espera y existía demasiado sosiego de hija única entre las voces. Eran aquellos que estaban por llegar… Me gustaba mucho la frescura del verde, los malvones, los laureles, los jazmines… Tomar el té y algunos mates con galletitas de chocolate o con la torta que hacía mamá de dos colores y coco rallado. Todavía podía sobrevivir mirando el horizonte, dejando la ansiedad guardada en un arcón antiguo, tratando de olvidar con pinceladas pretéritas una voz, un gesto, el adiós. No pude hacerlo y permanecí en la ribera como niña huérfana esperando una caricia. Me salvó una nave que llegó agitando su vuelo. El amor. Hoy soy feliz. La tarde asoma su acostumbrado sopor de mediodía. El tiempo tiene su patio de sombras en la ancianidad de los muros. Hay vuelos en el viento campesino y cenizas debajo de la higuera.

¿Cuánto dura el amor? LA ETERNIDAD Aprendí que la vida te pone a prueba siempre y que no sabemos de lo que podemos llegar a ser capaces frente a una situación extrema. Yo, hija única, sobreprotegida, me convertí de la noche a la mañana en una mujer fuerte. Crecí con el dolor y aprendí a valorar lo que en verdad importa…
A la escritura le he dado todo, he rescatado historias y amores olvidados, he mirado vidas ajenas para inspirarme: sus obsesiones, alegrías, miedos y búsquedas. Soy autora de oficio, libre, que tiene un sueño y que espera… Gracias por compartir este Libro de Recuerdos. Quien me conoce sabe que es el retrato de una vida.”
Compartimos con nuestros lectores las páginas iniciales del libro.

Palabras como pájaros

Nací a la medianoche en primavera. Mis padres, que ya eran grandes, sintieron que un sueño se convertía en realidad. Las callejas de mi pueblo mostraban un campanario bendecido por mi bisabuela Melanie, allá por el 1900. En el retablo de la luna quedaron mis ojos negros… La gente, en los veranos, se sentaba en las veredas a tomar aire. Nosotros jugábamos sin tener miedo a nada; nos reíamos, disfrutábamos de las tardes sin brújulas. La única responsabilidad era aprender. Mi infancia fue la época más feliz de mi vida. Las aceras que, entre la enramada, enlazaban sus tramas me envolvían en guerras de indios, toldos y plumas, viajes a países de princesas etéreas con libros, poemas y comparsas. Participé del carnaval; la carroza se llamaba Pimpollo y yo iba vestida de flor. Entre luces y sombras, las máscaras mostraban el artificio de lo efímero. A mí no me gustaban mucho esos festejos, me parecían algo desenfrenados; querían arruinar mis mejillas empolvadas. Yo no jugaba, sólo miraba. Parecía muñeca de cera, no quería que me tocaran… Prefería la paz de mi casa. En aquellas jornadas de modista criando bebés de felpa, me abrazaba a mi gato negro. Yo lloraba y él, desesperado, no sabía cómo consolarme. Solía viajar en tren en algunos inviernos. Veía los campos desnudos y los tejados blancos. Las chimeneas parecían envejecidas por la bruma cuando el día tomaba su fotografía. Eran las estaciones del alma que escribían su historia. No tenía idea de las horas y de la finitud de la existencia porque era dichosa. El recuerdo de aquellos días me trae la perfección de los momentos y me enfrenta a una realidad diferente, pero me quedan sus rastros, las fotografías y el culto a la amistad. Llueve la tarde/ sobre el rojo tejado/ risas de niños. En la adolescencia engañaba al espejo cuando mi rostro me decía que parecía un angelito del cielo. Quería ser mayor, corría delante de mis propios pasos. Necesitaba llegar… ¿Dónde? La esperanza invadía un mundo en donde la música encontraba sus horarios, era cuidadosa y sabía, espiritual. Me abandonaba a las ideas intelectuales con mi mirada pulcra de joven rebelde y solitaria. No veía a la gente porque soñaba con una de mis obras: encontrar un amor único que llenara los espacios vacíos con la sabiduría del equilibrio. Dibujaba poesías, pintaba cuentos… con un sentimiento único e irrepetible y con el íntimo deseo de permanecer a la vera de los días, razonablemente feliz. Existía una historia adulta que me esperaba entre cuadernos y patios, con un jardín de pétalos chinos y de golondrinas. Yo me internaba por los recodos de mi casa colonial y entre la periferia de un Arca poblada de gatos me dormía para seguir soñando. Se abre el libro mayor… Y allí figuran los primeros miedos y los insomnios que hablan. Veinte años sobresaltada por los temores. Dos ojos severamente recorriendo los rincones que suenan a cristales rotos y la manta de lana juega en mis hombros como los cien folios en sus gotas de miel.
¡Todo se registra en las páginas de la vida! Mis padres y la ausencia de ellos, la casa rural, la gata Milagros, el dolor, la página en blanco…
Luján Fraix

¡Gracias Gerardo Molina!
Hija única. Libro de Recuerdos.