Tu sillón vacío (Cap 1. Seis hermanas. 1era parte)
1-SEIS HERMANAS
LA ESCALADA-1806
Durante el lapso de setenta y ocho años en el caserío que constituyó la primitiva Santa Fe subsistió su fundación en pleno dominio de los indios calchaquíes, mocoretás y quiloazas; los esforzados pobladores no hicieron otra cosa que defenderse, unas veces de los ataques de los aborígenes y otras de los avances del desbordado río Paraná. Dado lo inapropiado de su emplazamiento, el Cabildo dispuso su traslado y en el año 1651 se instaló con el nombre de Santa Fe de la Vera Cruz, en el rincón de Lencinas, junto a la desembocadura del río Salado. Allí, sobre la ruta obligada de tránsito hacia el norte y el oeste, comenzó a progresar con más firmeza.
Las construcciones eran de cañas y de barro, encaladas y con amplios aleros y las calles de tierra se hallaban a menudo convertidas en lodazales. Sólo un siglo y medio después de su fundación, se levantaron en Santa Fe los primeros edificios de material. Para esa época, la población inicial de setenta y cinco mancebos de tierra y cinco españoles, se había convertido en un millar de habitantes y en 1795, según datos del naturalista español don Félix de Azara, pasaba de cuatro mil almas.
El gobierno de la ciudad, en manos del Cabildo, era una corporación elegida popularmente que estaba presidida por dos alcaldes y se integraba por cierto número de vocales y corregidores.
Estos funcionarios, vecinos calificados de la población, conocían bien sus necesidades y trataban de resolverlas en la medida de sus recursos, habitualmente bastante reducidos.
La vida social, las costumbres y las ocupaciones de los habitantes eran en las ciudades del interior del país muy semejantes a las existentes en Buenos Aires, la Gran Aldea.
Las habituales reuniones familiares y las tertulias y saraos festejando acontecimientos tales como los días del rey o el santo del gobernador, eran motivos para hacer sociabilidad y practicar danza y música.
Aparte de esta clase de distracciones, la población ocupaba su tiempo en cumplir sus deberes religiosos que respetaban fielmente. Las tareas domésticas en su mayor parte atendidas por negros y mulatos esclavos, ellos servían en los trabajos de mostrador y de oficina desempeñados por jóvenes de clase acomodada.
Lujos de pobres, miserias ricas…
‒¡Qué bonita!‒decían las tías tan frías y ausentes que la maternidad les resultaba algo molesto y lejano, con demasiadas responsabilidades y poca libertad.
En la modesta casa, donde nació aquella niña en medio de la llanura, recibían a todos los familiares. Consolación y Celestino Peña eran sociables y repartían sus horas entre la cocina, las festividades religiosas y los reclamos de trabajo. Pasaban noches con velas encendidas esperando el ataque de los indios frente al campo inhóspito.
El tiempo solía ser exiguo frente a las necesidades porque nadie les regalaba nada; luchaban frente a los enemigos antagónicos: la sequía, la ignorancia y el menosprecio.
Consolación tenía varias hermanas que vivían en un pueblo pequeño y cercano llamado La Escalada. Ellas eran de elevada clase social. Habitaban la residencia con los padres Asunción y Pedro Aguirre; ellos, descendientes de labradores, habían llegado de España con la finalidad de encontrar un porvenir en estas tierras de gauchos. En realidad, habían logrado más de lo que esperaban: una fortuna digna, un apellido ilustre, la manera de ocupar un sitio en ese círculo caótico con oportunidades y demasiados obstáculos.
Tu sillón vacío
Los hijos de la patria ya son libres...
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