Tu sillón vacío (El tema y su desarrollo)

 


ARGENTINA
LA REVOLUCIÓN DE MAYO DE 1810

LOS HIJOS DE LA PATRIA YA SON LIBRES…

Don Pedro Aguirre y su familia vivían en La Escalada, un pueblo de pocos habitantes en el interior del país. El caudillo había heredado unas tierras de sus antepasados labradores. Era poderoso y soberbio y ejercía la autoridad moral en una época de demasiados prejuicios y leyes propias y ajenas que sus hijas debían cumplir. La honra frente a la sociedad era lo que había que defender sin miramientos. Vivir para los demás era lo primero. No valían los sentimientos ni la sensibilidad, todo era supervisado por él. Manejaba matrimonios arreglados por cuestiones políticas y sociales.

Tenía varias hijas solteras que, a pesar de las costumbres y del rigor de los mandatos, se rebelaban contra su padre y ese pueblo. Luego llegaban los reproches, los castigos, las amenazas y el aislamiento impuesto.
Don Pedro, a pesar de las apariencias, no era perfecto y la gente de La Escalada no lo estimaba, aunque él creía lo contrario. Guardaba demasiados secretos tras los muros de aquella casa fastuosa: vidas sombrías, llantos entre encajes y costuras, un hijo al que no quería ni aceptaba y una madre, la abuela Blanca, oculta en una buhardilla durante cuarenta años.

Tendrían que salir a defender el amor aunque les costara la vida. Lo sabían todos. Cada uno luchaba con la convicción de que los sentimientos eran el sostén y los cimientos del futuro.

¿Se puede construir desde el reclamo y la negación?
Buscar la felicidad es el único camino.

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El sillón vacío es una historia que tiene que ver con una época de la Argentina: su emancipación; sin embargo, las leyes familiares no seguían esos mandatos.

Las hermanas eran esclavas de las órdenes de un padre que no era un buen ejemplo. Él no lo creía así. La abuela Blanca, su madre, oculta en una buhardilla durante casi cuarenta años, sabía de la soledad, de los pecados y de la ausencia del perdón, pero se ilusionaba con el encuentro y con volver a ocupar su lugar de gran dama que le habían quitado por un error cometido.


Ese sillón la esperaba para compartir tertulias y tomar el té con sus nietas, para tejer eternas pañoletas de invierno, para oír el viento entre las hojas con un misal entre sus manos. Necesitaba volver a tener ese abrigo de voces, entre susurros de pájaros y regaños de la criada Tadea. ¿Por qué la abuela Blanca no podía ocupar su casa?

Su hijo tenía todas las respuestas..., pero ocultaba hasta su sombra por el honor de su familia. Un respeto que de todas maneras no tenía ni lo tendría nunca.

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La esclava Blanca
La impotencia de no poder hacer nada.