¡Acá está el nacimiento!--Cuentos de Navidad II
Entre las ropas humildes y el atado de sueños…
¿Qué retazo de campo te trajiste de tu tierra?
Eras como la nieve de los valles pueblerinos, blando como tu alma pero fuerte y bravío. Llevabas los bosques natales en tu valija cargada de castaños y de viejos nogales.
¿Qué fuego del estío y qué dramáticos inviernos te tallaron la piel y forjaron tus anhelos de volar hacia otro cielo en medio de los montes y del viento intempestivo?
Contabas las medianoches con el silencio de hermano cuando la guerra golpeaba a las puertas de otros.
El hacha del frío te pulió la sangre cuando eras muy joven para arremeter contra el viento y subir a aquel barco teñido de frutas bermejas.
¿Qué tristezas ancestrales te llenaban de cruces la espalda desabrigada?
Naufragaste en la tierra natal para convertirte en maestro.
Y llegaste un día a pisar este suelo.
Las calles polvorientas de un Buenos Aires enhiesto.
Las plazas verdes, los perros vagabundos y los alborotados conventillos.
Cruzaste las cantinas, las praderas, el campo abierto, sin colinas.
Un cementerio desconocido…
Te imaginé detrás de la planta de ciruelos mirando el horizonte, y en una jornada mañanera junto al fogón de la bisabuela.
Yo no conocí tu valle ni caminé por tus sombras, tampoco crucé el umbral de tu casa simple con las puertas abiertas al corazón de la montaña.
Imaginé las escaleras, tus sillas, los faroles, tus rincones acurrucados frente a los nombres queridos de otros abuelos ya olvidados, que llegaban de las campiñas con sus voces de madre-niña.
Eras un joven campesino con miedos, sin propósitos y sin destino.
Con tus metas cercanas latiendo cada día, recolectabas la siembra después de la misa.
Sabías el misterio del surco, el rigor del invierno y la bruma de verano, con frío, con pena, con una ilusión tardía.
Llevabas la fatiga en el rostro y la alegría del labriego en el corazón forastero de quien es tormenta, mar sin olas, vocación de arado…
−¡Es Navidad! –te gritaban.
−¡No importa! ¡Acá está el nacimiento!
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Cuando partiste, el adiós te suavizó la cara y tu cansancio trajo la paz a ese corazón agotado de tanto contar estrellas detrás de los corrales.
La pobre capilla aún te espera para oír tus oraciones, lenta y calladamente. Allí un Dios peregrino bendecirá tu andar silente, tus pasos de viajero, con tu camisa de lienzo y el pañuelo de paisano poblado de caminos.
Seguramente, mirarás el establo, los nogales y huerto.
−¡Es Navidad!
Andante caballero europeo de las pampas argentinas, hidalgo del caballo, gaucho jazminero, trabajador incansable, obrero… orgullo de su familia…
−¡Acá está el nacimiento!
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