Rebeldía adolescente

 


No le importaba Raúl Neder; sin embargo, era necesario que buscara fuerzas para defender sus ideas y sentimientos frente a lo impredecible. Sacó del armario una antigua caja de bizcochos de Reims, en la que tenía la costumbre de guardar las cartas, y al abrirla se escapó un olor a humedad y rosas marchitas. En el fondo oculto entre los papeles de su madre, que nunca había mirado, había un objeto, una miniatura; parecía ser un colgante indígena pintado a mano. Estaba entre el revoltijo, mezclado con un antifaz, horquillas, mechones de pelo y un papel amarillo que decía con una letra de infante: “nunca te olvidaré”. Nada más.

“Qué mal que escribía papá”, pensó Felicitas al instante.

Se levantó y se apoyó en el alféizar del ventanuco; pensaba en sus problemas y en cómo solucionarlos. En cualquier momento llegaría su madre con el interrogatorio de todos los días. Veía a Antonio que la rodeaba con sus brazos y los latidos de su corazón aumentaban y le golpeaban el pecho. Miraba a su alrededor y deseaba que la tierra se hundiera a sus pies. 

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BUENAS Y SANTAS...
Los hijos olvidados

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