Tu sillón vacío. La Revolución de Mayo -1810

 



Contra todos los vaticinios, María de la Cruz había enfrentado a su abuelo. Por el sendero aciago iba la galera que tropezaba con el camino asimétrico. Ella pensaba en la vida y en el futuro cuando alguien intentaba manejar los hilos y desviar el rumbo. Lloraba.
Consolación seguramente la dejaría encerrada remendando calcetas o quizá intentaría enviarla a algún convento. Prefería morir. No quería parecerse a Dolores y Angustias pero tampoco a su madrina Camila quien se había casado, para no quedarse para vestir santos, con un hombre que no amaba y sufriendo por otro que jamás volvería a ver. Ella era diferente.
Se había criado entre narcisos de otoño, achiras silvestres y polvo de canela, escuchando el mugido de las vacas y el lento andar de los corderos. Sabía del anochecer sombrío en pleno invierno y del arco iris completo frente a la llovizna. Le gustaba estar sola como a su padre Celestino porque el silencio le devolvía la energía a su cuerpo y a su memoria.
‒En las sombras se está a salvo ‒solía decir su padre y ella lo escuchaba como discípula de los credos.
“Los lugares mágicos son cascadas, montañas, bosques, espíritus…”, pensó mientras se bajaba de la galera y despedía a Benito quien la saludó quitándose el sombrero como hacía siempre.

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Tu sillón vacío.
La Revolución de Mayo
-1810-
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