Julia Espín y Gustavo A. Bécquer




Bécquer se enamoró platónica y apasionadamente
de la más hermosa,
la más culta y refinada,
la más coqueta y seductora...
la que hoy nos parece la más becqueriana
de las mujeres que pasaron por su vida:
Julia Espín.


La conoció en 1858 cuando paseaba con Julio Nombela,
por la calle de la Justa, asomadas dos muchachas al balcón...


"Las jóvenes de extraordinaria belleza... diferenciándose  la que parecía mayor,
diecisiete o dieciocho años,
aquella tenía la expresión de sus ojos y en el conjunto de sus facciones algo de celestial.
Gustavo se detuvo admirado,
y aunque proseguimos la marcha-cuenta Nombela-
por la calle de la Flor Alta,
no pudo menos que volver varias veces el rostro
extasiándose al contemplarla."



Desde aquel momento,
se desencadenaría una pasión arrolladora en el poeta.
Bécquer mantenía frías relaciones sociales con ella
y su refinado círculo,
pero Julia siempre lo trataba con desdén y altivez.
Sus amigos tuvieron que intervenir para que se desengañara
y Bécquer,
sumido en la tragedia,
dejaría de verla. 
Sería el fin de un imposible amor Quijotesco,
creado en el ensueño de la imaginación 
y en su latente pasión.



Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman;
el cielo se deshace en rayos de oro,
la tierra se estremece alborotada.
Oigo flotando en olas de armonía.
Rumor de besos y batir de alas.
Mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?
¡Es el amor que pasa!

G.A.B


Sólo después de muerto pudo comprobar
la propia Julia Espín, el inmenso amor que había inspirado su belleza
y su arte lírico
y descubrir que sin ella no hubiera
existido el poeta 
de amor más grande de la época moderna.