Buenas y Santas... Los hijos olvidados.

 


Felicitas, la niña "bien", la joven rica y poderosa, no era más que una muchacha solitaria que quería ser feliz y no podía. Su madre intentaba llevarla por el camino que ella consideraba correcto por su condición social, pero ella se sentía ofendida, no respetada... Y así, con esa valentía, solía escaparse en su caballo y desaparecer todo el día. Eso enojaba mucho a doña Emma que ya no sabía qué decisión tomar, aunque sabía, muy en el fondo, que ella no era el mejor ejemplo.

En medio de esa llanura inhóspita, los deseos de la patrona eran órdenes que había que cumplir a costa del sufrimiento, del amor y del futuro de quienes vivían en la estancia. Todos se sentían presionados por la autoridad de doña Emma, y hasta el criado Jeremías solía huir cuando la veía para no tener que dar explicaciones.
Antonio, el capataz, triste y malhumorado, guardaba bajo el poncho media docena de secretos que lo delataban cuando lo miraban a los ojos. 

Así vivían por aquellas épocas los habitantes de la Candelaria, una estancia con demasiada historia y poca sensibilidad, un lugar bello, pero demasiado injusto, donde el buen nombre valía más que el derecho a ser feliz.

Buenas y Santas...
Los hijos olvidados.