Escríbeme una carta...
−Me
siento tan infantil.
−No
–murmuró Paula y le dio un abrazo. Lo veía tan entregado que le daba inmensa
ternura. Ese amor que sentía por Hellen era tan intocable y puro que
seguramente le duraría toda la vida. La había idealizado demasiado,
transformándola en un ser lejano a lo terrenal, una especie de ángel sin vida
propia que besaba con labios fríos. La mujer estampa que aparecía y se ocultaba
dejando amor en sus ojos azules, plegarias en sus manos, y la inocencia cargada
de letanías. Era la misma bandera, una gaviota, el fervor, la mirada, el triste
viaje. ¿Dónde? Nadie lo sabía. Leonor se encargaría de averiguarlo si podía,
pero eso significaba esperar y Facundo tenía demasiada ansiedad. La impaciencia
que tendría que sepultar bajo tierra porque la vida estaba por venir y ese pasado
era sólo eso: ceniza.