"Lo esencial es invisible a los ojos", de El Principito

 


LOS DUENDES DE LA CASA DULCE
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Sobre el sofá de terciopelo colorado, el muñeco de madera miraba. Se sentía encantado por la fantasía, mientras sus ojos brillaban por las lágrimas que eran tan verdaderas como su dolor. Increíblemente real era su mirada, y su cuerpo de hielo dibujaba una foto sin color en ese contorno de brazos rígidos que colgaban al igual que ramas secas de un árbol muerto. Estaba descolorido su traje de luces y los zapatos enormes orientaban sus puntas de lanzas sin blanco. ¡Qué triste y qué solo estaba el muñeco de madera!

La dueña lo había olvidado…

Los recuerdos pasaban en su mente: veía muchas vidas, largos sueños…; creía ser Pinocho pero no lo era, entonces lloraba por su desdicha. Los muñecos nuevos lo habían reemplazado; en otros tiempos el amor había sido para él pero la vida, que pasa rápido, escribía otra historia e inventaba alegrías en juguetes coloridos. El mundo se le achicaba al monigote de madera mientras su alma sensible esperaba respuestas por las noches antes que la luz despertara a su niña. Esa personita ya no lo quería porque estaba viejo y feo.

El muñeco la amaba. Él miraba la ternura de su rostro dormido y se mareaba dando vueltas en medio de una gran felicidad. Deseaba ser un oso lleno de muecas, tener calor entre las ropitas y llanto en el corazón. Pero en su lugar estaba un conejo de peluche y él no era más que un muñeco abandonado.

Una noche, la niña soñó que jugaban juntos. Se emocionó tanto que quiso mover sus brazos y levantar sus piernas; se sintió ángel sobre una nube, pero sólo le cayó una lágrima como veinte estrellas unidas tras la luna llena. En las fantasías corrían por un prado con dulces aromas y mansas ovejitas mientras los pastores entonaban melodías, llenando de amor todos los rincones del universo hasta las profundidades de los océanos.

De repente, se escuchó un lamento. La niña despertó asustada y llamó a su madre. Le contó que había escuchado un ruido desde el sofá, pero allí sólo se hallaban algunos almohadones y sobre ellos un tortuga destartalada de ojos saltones.



Todo había sido un sueño. Nadie pensó que ese gemido venía desde el interior de un ropero entre frazadas y juguetes antiguos. En ese lugar tan frío, roto en pedazos, sin nariz… estaba el muñeco de madera.

Se llamaba Pepe y llevaba una inscripción en su remera: grazie (gracias). Él se encontraba allí todos los días con la tristeza, solo, sin poder mostrar su alma cálida, y sin comprender a ese mundo que corría tan rápido, queriendo saber el misterio de las cosas:

¿De dónde viene la risa? ¿Cómo llega el sol a brillar? ¿Por qué, a veces, el silencio es mejor que las palabras?

Pepe recordó haber oído que un Principito repetía: lo esencial es invisible a los ojos; mientras pensó en esa frase su alma desapareció y dejó un deseo para el futuro: que el respeto y el amor por los ancianos sea cada vez más fuerte para que él, Pepe, pueda tener la posibilidad de estar un poquito sentado sobre el sofá de terciopelo colorado.

LOS DUENDES DE LA CASA DULCE

(cuentos infantiles que pueden leer los adultos)


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