Azul de Rubén Darío

 

¿Cuál era la verdad? ¿Y Alma?
Tuvo que caminar pasos medidos porque tantos eran los problemas que se le escapaban de las manos, para dejar una tristeza vagabunda que lo perseguía igual que una sombra.
Miró a su gato rojo; lo escuchó comer "las estrellitas" en su plato colocado en la cocina. Sólo él regresaba, también lo hacía el zorzal a toda hora. Eso le daba una pequeña dicha, aunque sostenida por una sola cuerda de guitarra.
A veces, se sentía solo, pero lo animaban los salmos, las melodías religiosas, el recuerdo de su padre y, sin quererlo, casi sin permitírselo, la caricia de Clara Franch: la mujer fantasma, la mujer cielo, buena y cruel, que llevaba un pájaro en la punta de su dedo y tenía perfume a azahar. Se confundía.
El pentagrama sobre el órgano era azul, el color preferido de Rubén Darío y de la abuela Úrsula, y sus lágrimas de niño también eran azules porque se parecían a la lluvia.
Hablaba la gran madre y se desordenaban los silencios.
--Todo esto tendrá la importancia que tú le vas a dar.
--Sí, abuela.

(fragmento)