Ann Elizabeth Isham y... La última mujer

 


Gracias Yanina Daniele por acompañar, por comprar esta historia que tanto me gustó escribir. Un abrazo, amiga.



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Ann Elizabeth Isham sabía que no podía abandonar a su amado perro. Días después del hundimiento, un equipo de rescate encontró el cuerpo de Ann aferrado a su mascota. Murieron abrazados, tal como ella lo decidió…
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El hombre nunca sabe
de lo que es capaz
hasta que lo intenta.
C. Dickens

A veces, el tiempo, artífice de las horas, te obliga a tomar decisiones drásticas que pueden cambiar tu destino y Ann quiso acabar allí sus días. No pensó en el futuro, en toda una vida por delante, sino que se dejó llevar por un riel transparente e infinito, muy fecundo e inmortal: el amor.

Esa situación límite la obligó a arremeter contra esa pena. Ya todo estaba perdido: el enojo, la alegría, la resignación… Pelear, ¿para qué? Ann E. Isham se transformó en leyenda desde el preciso momento que saltó al mar para unirse con su amigo. Ya no más azules y distancias, blancos o negros. Ese torrente de sangre era más genuino que la esperanza y no había espacio para el egocentrismo. El hilo de mar tejió un ramillete de cariño como una tela indestructible para los siglos venideros y dejó un claro mensaje de renuncia y de fidelidad.
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LA ÚLTIMA MUJER
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