Martin Johnson Heade (1819-1904)




VUELA, VUELA...


 

Octubre.

Los rayos de la primavera daban calor a la planta verde que, frente a la cocina, desplegaba sus ramas buscando la vida para el corazón de sus hojas.

−¡Mira!

Nina observó que unos pajaritos muy pequeños, bellos y mágicos, iban y venían, giraban y volvían a girar en torno a los árboles y en espacial a la planta que tenía flores violetas.

−¡Oh, que hermosos! −dijo su madre-. Son picaflores o colibríes que llevan y traen algodones para hacer los nidos.

−¿Algodones? −preguntó Nina.

−Bueno, son como telas transparentes que tejen y destejen como la abuela Rosa con los ovillos. Ellos hacen el nido muy pequeñito y luego dejan dos huevos, siempre dos. También dicen que son ángeles, así como almas, de nuestros queridos padres o abuelos que se han ido al cielo y que vienen a decirnos que están bien. Felices.

−¿Yo les puedo hablar? −preguntó Nina.


−Ellos cuando te ven se asustan, pero si quieres les puedes dar agua en una fuente.

Pasaron unas semanas y nacieron uno bebés a quienes Nina les dio el nombre de Luna y Sol. La mamá colibrí los alimentaba muchas veces al día, pero en ocasiones se iba en su recorrido habitual en busca de néctares.

Luna y Sol crecían y Nina a veces lloraba porque la lluvia y el viento, cuando había tormenta, azotaba el nido. No quería que esos niños murieran. Hasta había pensado en hacerles un techito para que las gotas de agua no llegaran a rozarlos.

−¡Nina no sufras! −le decía Alicia.

Un día, uno de los colibríes quiso volar y chocó con la pared de la casa. Nina lo arropó con sus manos y lo devolvió a su cuna. Sabía que pronto se irían en busca de la libertad y eso le dejaba el corazón triste y vacío. Todos los días se acercaba y los miraba; uno de los dos era el más fuerte y ya tenía una de sus alitas desplegadas.

−¡Qué bonito eres! ¿No te animas a volar? −le preguntó Nina−. Espera… Vuela, vuela… No te hace falta equipaje… vuela −le cantó una y otra vez durante dos tardes seguidas.

Al tercer día, ni Sol ni Luna estaban en el nido.

¿Será que el canto de Nina los animó del todo para volar o escaparon de la voz aflautada de la niña?

L.Fraix


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El pintor norteamericano Martín Johnson Heade
fue en sus comienzos retratista
y se dedicó tardíamente a la pintura de paisajes.


Durante sus tiempos de formación viajó por Europa
3 años.
En el segundo viaje, al final de la década de 1840,
se produjo un cambio en su estilo que derivó
hacia una pintura de género más sofisticada.


Hacia 1859 se instaló en Nueva York,
allí contactó con algunos paisajistas como Frederic Church.
Su estilo maduro, de gran precisión y luminosidad,
estuvo influido por la obra de Fitz Lane.


Animado por su amistad con Church
entre 1860 y 1870 Heade viajó en tres ocasiones
a América Central.
En esos itinerarios pintó flores
y pájaros exóticos.
De la combinación de estos motivos,
salieron sus originales naturalezas muertas de orquídeas
y colibríes sobre fondos de paisajes tropicales
que han sido reconocidas
como la parte más original de su obra.


En 1883 con 64 años se casó
y se trasladó a Saint Augustine en Florida,
donde siguió pintando las flores tropicales del lugar.

Allí moriría años después
completamente olvidado por el mundo artístico.


a Martín J. Heade


Cuando me olvide 
de todo
en mil lejanías,
quedará sólo un pájaro,
una flor,
sobre las ruinas de un espejo amarillo.
Reflejaré mi abrazo
para tus alas.
Más tarde,
en un amanecer rosado
el latido
resucitará...

L.Fraix