Reyes Magos

 

De niña, solía escribir una cartita a los Reyes Magos. Pedía sólo muñecas. Es que casi no me gustaba otra cosa, salvo libros de cuentos.

Recuerdo que el regalo era más chico que cuando llegaba el “Niño Dios” (así lo llamábamos a Papá Noel).

En una oportunidad, aquellos Reyes me trajeron un jueguito de té. Yo, sobre el regazo de mi papá, jugaba feliz; aunque me sentía algo desilusionada porque hubiera preferido una muñeca.

¡Sí!, una muñeca pequeña que durmiera en la palma de mi mano.

 

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Tiempo de Reyes, tiempo de magias.

Aquellos sacerdotes eruditos necesitaban andar caminos, perderse, en busca de los dones, y a Nazaret arribaron llevando oro, incienso y mirra.

Las vestimentas persas brillaban a la luz del universo y, a paso lento, dejaban huellas de extrema bondad. Ellos representaban las tres razas de la Edad Media: Melchor a los europeos, Gaspar a los asiáticos y Baltazar a los africanos.

Donde la última vela se hundía en la sombra de la luna nueva, un amor dibujaba otro sueño para los niños: la fiesta.

En 1866 se celebró la primera cabalgata de Reyes Magos en Alcoy, tradición que se extendió al resto del país y posteriormente a otras naciones, en especial de cultura hispana.

Aquellos magos buscaban a Dios en las estrellas cuando la noche celeste se vestía de luceros, y el caminar lento, con ansias, llevaba al asombro.

Hombres sabios, oradores del bien.

Oriente, su cuna; escribas del cielo.

Necesitaban amar a un niño y llevar sosiego al corazón, al fondo de ese otro destino, el más duro, el que lo esperaba más adelante.

Le ofrecieron el oro, como soberanos que eran…

El incienso representado en la naturaleza divina,

mirra, espejo de lo que vendría… Huir del pesebre para salvarse.

Los dones eran más que eso. Traían oraciones, páginas escritas, prodigios, el sol naciente y el infinito dentro.

Así adoraron a su madre Virgen como retrato de todas las demás, y luego se convirtieron en nieblas para volver, con los años, vestidos con mantos y coronas, luces y regalos, a contemplar la risa de otros niños, a recoger la fruta y los dulces junto a los zapatos viajeros en las ventanas abiertas.

Desde cada alma peregrina iluminaron la vida y las décadas, la vieja historia de la ilusión, la que no se rompe y se ovilla para abrigar, mañana. Ese canto interno que vive y late más allá de la edad del tiempo.

Melchor, Gaspar y Baltasar.

¡La unión del caminante!

Otro Belén, la misión, el abrazo y la esperanza.

Ellos se quedaron de este lado para contener el amor y la inocencia, con los ojos limpios y el corazón festivo. Eran magos y lo siguen siendo porque transforman la ausencia en multitudes, porque obsequian lo que falta y se necesita, porque están entre dos mundos y sobreviven.

Es que quieren adorar a un niño… o a muchos.

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L.Fraix


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