Reyes Magos
De niña, solía escribir
una cartita a los Reyes Magos. Pedía sólo muñecas. Es que casi no me gustaba
otra cosa, salvo libros de cuentos.
Recuerdo que el regalo
era más chico que cuando llegaba el “Niño Dios” (así lo llamábamos a Papá Noel).
En una oportunidad,
aquellos Reyes me trajeron un jueguito de té. Yo, sobre el regazo de mi papá,
jugaba feliz; aunque me sentía algo desilusionada porque hubiera preferido una
muñeca.
¡Sí!, una muñeca pequeña
que durmiera en la palma de mi mano.
**
Tiempo de Reyes, tiempo
de magias.
Aquellos sacerdotes
eruditos necesitaban andar caminos, perderse, en busca de los dones, y a
Nazaret arribaron llevando oro, incienso y mirra.
Las vestimentas persas
brillaban a la luz del universo y, a paso lento, dejaban huellas de extrema
bondad. Ellos representaban las tres razas de la Edad Media: Melchor a los
europeos, Gaspar a los asiáticos y Baltazar a los africanos.
Donde la última vela se
hundía en la sombra de la luna nueva, un amor dibujaba otro sueño para los
niños: la fiesta.
En 1866 se celebró la
primera cabalgata de Reyes Magos en Alcoy, tradición que se extendió al resto
del país y posteriormente a otras naciones, en especial de cultura hispana.
Aquellos magos buscaban a
Dios en las estrellas cuando la noche celeste se vestía de luceros, y el
caminar lento, con ansias, llevaba al asombro.
Hombres sabios, oradores
del bien.
Oriente, su cuna;
escribas del cielo.
Necesitaban amar a un
niño y llevar sosiego al corazón, al fondo de ese otro destino, el más duro, el
que lo esperaba más adelante.
Le ofrecieron el oro,
como soberanos que eran…
El incienso representado
en la naturaleza divina,
mirra, espejo de lo que
vendría… Huir del pesebre para salvarse.
Los dones eran más que
eso. Traían oraciones, páginas escritas, prodigios, el sol naciente y el
infinito dentro.
Así adoraron a su madre
Virgen como retrato de todas las demás, y luego se convirtieron en nieblas para
volver, con los años, vestidos con mantos y coronas, luces y regalos, a
contemplar la risa de otros niños, a recoger la fruta y los dulces junto a los
zapatos viajeros en las ventanas abiertas.
Desde cada alma peregrina
iluminaron la vida y las décadas, la vieja historia de la ilusión, la que no se
rompe y se ovilla para abrigar, mañana. Ese canto interno que vive y late más
allá de la edad del tiempo.
Melchor, Gaspar y
Baltasar.
¡La unión del caminante!
Otro Belén, la misión, el
abrazo y la esperanza.
Ellos se quedaron de este
lado para contener el amor y la inocencia, con los ojos limpios y el corazón
festivo. Eran magos y lo siguen siendo porque transforman la ausencia en
multitudes, porque obsequian lo que falta y se necesita, porque están entre dos
mundos y sobreviven.
Es que quieren adorar a
un niño… o a muchos.
*
L.Fraix