Aurora Bernárdez, el gran amor de Cortázar







Por Estela Parodi

A cien años de su nacimiento (Bélgica, 1914- París, 1984) a Cortázar se lo recuerda por la ingeniosa provocación de sus escritos, en los que según él, debía luchar contra la cursilería. A pesar de tener un estilo tan difícil como creativo, su capacidad, sentimentalismo y talento poblaron su universo literario de infinitos personajes femíneos, aunque siempre existió una dicotomía dentro de la personalidad de esas mujeres, seguramente como consecuencia de esa lucha interior que lo atormentaba ante la elección entre el orden y el desorden de la cosas.


Aurora Bernárdez nació en Buenos Aires en 1920. Traductora, escritora y licenciada en literatura, tuvo con Cortázar un amor apasionado y múltiples afinidades: el jazz, la literatura, la intelectualidad. Se casaron en París.



"Los había conocido a ambos un cuarto de siglo atrás
en casa de un amigo común
y desde entonces,
hasta la última vez que los vi juntos, en 1967,
en Grecia,
nunca dejó de maravillarme el espectáculo que significaba
oír conversar a Aurora y a Julio",

afirmó el escritor Vargas Llosa.





Los unía el trabajo de traducciones y la pasión por las letras pero por sobre todo, una complicidad indestructible. A su lado, escribió "Rayuela" y cuando concluyó, escribió a un amigo: "El libro tiene un solo lector: Aurora. Su opinión del libro puedo quizá resumírtela si te digo que se echó a llorar cuando llegó al final".

En 1963 viajaron a Cuba a conocer la Revolución. Allí comenzaron a separarse por diferencias ideológicas. Él se preocupaba por la problemática latinoamericana mientras ella regresaba a París desilusionada de aquello que había visto. La crisis fue inevitable y en 1968 se separaron. Julio había comenzado ya una relación con otra mujer.



 Sin embargo, fue Aurora Bernárdez quien lo acompañó en su enfermedad hasta el fin de sus días (1982) afectado por una leucemia terminal. A ella le dejó su herencia.




Y cuando todo el mundo se iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,
qué hermoso era saber que estabas
ahí como el remanso
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas,
eras más que el tiempo.




Así describía Julio Cortázar su encuentro con el amor en una de sus poesías de su único poemario, "Salvo el Crepúsculo".