Diario de Honorato de Balzac




Nací en Tours el 20 de mayo de 1799. Mi madre, Ana Carlota Laura Sallambier, hija de un acaudalado comerciante en paños era treinta y dos años más joven que mi padre; de carácter frío y especulativo, ágil y egoísta, era lo menos parecido a un modelo de ternura. Hacia 1840, yo mismo escribí en una carta:

"Si supiese usted qué mujer es mi madre,
un monstruo.
Me odia por mil razones.
Me odiaba ya antes de que naciera.
Es para mí una herida de la que no puedo curarme.
Creímos que estaba loca.
Consultamos a un médico suyo desde hacia treinta y cinco años.
Nos declaró:
-No está loca. No. 
Lo que ocurre, únicamente, es que es mala...
Mi madre es la causa de todas las desgracias de mi vida."

Mi padre, Bernard-Françoise Balssa, era administrador del Hospicio local. Dinámico, pésimo comerciante-en dos años despilfarró la generosa dote de mi madre- y autor de pésimas monografías, siempre estaba dispuesto a sacarle un poco más a su destino.

Durante seis años estudié en el colegio de Vendôme; en ese lapso, mi madre sólo me visitó dos veces. Me refugié en la lectura...


Honorato de Balzac escribió muchos libros que tuvieron un éxito relativo hasta que el espaldarazo definitivo llegó con "Eugenia Grandet". Este libro le valió el reconocimiento de toda Europa- tuvo el apoyo de Dostoyevski, quien hizo su traducción al ruso-, una plaza al lado de Hugo, Nerval, Gautier y George Sand, y un impresionante éxito crítico.

Es evidente, que en "Eugenia Grandet" Balzac se propuso tratar el poder del dinero. Existe una historia de amor, bastante lacrimógena por cierto, y es importante, pero siempre estará subordinada al oro, que ha marcado-y seguirá marcando-los hábitos, las costumbres y los sentimientos de los personajes principales. 

A menudo, se ha criticado el excesivo énfasis que Balzac pone al tratar las manías del avaro y el enamoramiento de Eugenia; a la hora de la verdad, eso no desmerece en absoluto el ritmo de la narración.

Hay en Eugenia Grandet
páginas memorables,
como el instante en que Eugenia entrega sus ahorros
a Carlos,
o la agonía del viejo Grandet,
un avaro que está a la altura de Shylock de Shakespeare
y del Harpagón de Molière.