Simulacro de arresto


Elena Dudina



En las alturas los Alpes Grisones, Réticos, Berneses y Peninos, los glaciares, el clima frío y el suelo cubierto de nieve...
Los suizos desarrollaban, con gran esfuerzo, la agricultura por la naturaleza agreste de la tierra.
Lloviznaba parejo sobre el viejo barrio cercano a Berna (capital).
Desde la ventana de la cocina, Rebeca Spee miraba el cerco que rodeaba la casa vecina. Esta propiedad pertenecía a Teodora Eberth, una anciana de cuentos, extremadamente retraída y especial. Intérprete de sus propios actos se dejaba llevar por la desidia sin intenciones de persuadir a nadie. Tal vez, el pretexto era la locura: sufría ataxia.*
Una tarde, vestida de negro, salió a la calle y dobló por la esquina de los cipreses; la avenida conducía al cementerio. Muchos decían que era maga o una vidente trastornada por esa soledad casi macabra que la envolvía en una maraña de confusas ceremonias. Se comentaba que había velado a su hija muerta, tras una golpiza callejera, una mañana de un año bisiesto.

Ese día se fue a los bosques de pinos, hayas y encinas a practicar sus ritos en la región del Jura.
Rebeca Spee estaba obsesionada y estudiaba sus pasos. Comentaba haber visto la imperfección de su rostro a través del velo; era evidente que había tallado su cuerpo peñascoso con precisión. Cualquier noche intentaría esculpir los vértices de su enlodado mundo de sortilegios.


En la entrada de la casa se encontraba estacionado un automóvil Daimler (1886)
Con el deseo de ilustrar su imaginación cruzó el vallado que separaba ambas moradas. Golpeó pero no respondió nadie. Sobre bronce una inscripción decía: "in péctore"*. Su andar plagado de curiosidad e inmune a las acechanzas la convertía en un épico "Quijote", algo desnudo pero fuerte.

Caminó a través de una galería oscurecida por una niebla con olor a hollín sostenida por arquitrabes; una columna de ocho módulos de altura, el capitel sencillo y el friso con metopas y tríglifos. El comedor se encontraba detrás del pasillo. Brillaban los muebles, los candelabros, la platería y los cuadros... En la pared, colgadas, una navaja, una gudía que era una especie de mediacaña que servía para reconocer el fogón de los cañones de artillería y un formón.

Rebeca prendió una vela y pudo ver una cortina que cubría una puerta. Se acercó, tocó el picaporte y dejó al descubierto un mausoleo abandonado por el cansancio de los siglos; detrás, un azote largo y flexible de cuero o cuerda; merodeaban también larvas extrañas que no pertenecían al lugar: de percebe, de dítico (coleóptero de agua dulce)...


Una mesa estaba preparada con platos, copas y los utensilios necesarios, unidos por los transparentes hilos que tejían las arañas; detrás de la habitación preparada para el ágape había un cuarto destinado a albergar ataúdes de antepasados. Sobre pedestales se encontraban numerosos de ellos, deteriorados por los años y la humedad; entre las maderas añosas surgía la mirada de un escorpión... Aquellos trastos sin axiomas eran avezados testigos de la insania camuflada de vejez o de juventud.

La lumbre se apagó y apareció Teodora Eberth con un puñal; tenía el encéfalo translúcido y se le veía el cerebro, el cerebelo y la médula oblonga. Bailaba una danza negra. Comenzó el combate entre ambas en ese báratro de situaciones incongruentes y bajo la soledad de ese sentimiento de desprotección. El final se retardaba y los huesos roídos clamaban entre los robles como partidarios de la lucha. Teodora dejó el arma y tomó un destral. Fatigadas por los hechizos y la atmósfera ardiente se intoxicaban las entrañas con la ponzoña de la sangre derramada.

Era inútil tratar de identificar las caras rasuradas por la barbarie; acaso algún vigía aguardaba en la acera de enfrente.
Las dos se miraron sacudidas por la conmoción mientras se acercaban varios enfermeros. Paralizadas ante el asombro y sujetas a la rigidez que le produjo la paliza, quedaron entregadas al cadalso.


Los hombres las observaron detenidamente y se llevaron a Rebeca Spee.
Detrás, dejaron un flamante edificio de departamentos...




Luján Fraix-1979

* Inseguridad de movimiento.
*"in péctore", muy reservadamente.

Las obras son de Elena Dudina.




"La locura, a veces,
no es otra cosa que la razón
presentada bajo diferente forma"

Johann Wolfgang Goethe (1749-1832)
poeta y dramaturgo alemán.


De mi libro "Molinos de viento" (cuentos, 2002-Buenos Aires)